lunes, 11 de noviembre de 2013

Destreza antinatural




Nuestros hijos son antes que nada ellos mismos, siempre diferentes de nosotros, por lo que nuestros gustos no tienen por qué coincidir con los suyos. Ocurre, sin embargo, que nos empeñamos en que hagan lo que a nosotros nos gusta y queremos que desarrollen las capacidades que nosotros hubiéramos querido tener, sin pensar que eso no tiene por qué hacerlos felices o, incluso, que puede condenarlos a la desgracia. A veces persistimos en el error y los obligamos hasta más allá de lo razonable sólo porque queremos realizar nuestros sueños a través de ellos, en lugar de ayudarles a que lleven a cabo los suyos.

Cuando el padre es despótico, la realización personal a través del hijo acaba siempre con el hijo convertido en un monstruo lleno de destrezas que se exhiben públicamente para mayor gloria de su progenitor (no estaría mal que lo tuvieran en cuenta quienes dirigen algunos programas de televisión). 

El Estado absoluto y despótico no pretende la felicidad de sus ciudadanos, sino la persistencia del régimen. Es un espíritu frustrado que somete a la tortura de horas y horas de ensayos a los más maleables y débiles de sus hijos para exhibirlos luego como sinónimo de éxito personal, como si pudieran redimirlo una niña campeona de gimnasia o unos niños pequeños tocando la guitarra con una destreza antinatural.