La
radio pública es esto, lo que hace Pepa Fernández los sábados y los domingos en
las mañanas de RTVE con su programa No
es un día cualquiera. Así es como debe ser, y de ella deberían aprender
tantas y tantas cadenas de radio y televisión pública como hay en España. Para
empezar, ella no quiere más oyentes que los que estén dispuestos a escuchar, y
no tanto a ella como a sus invitados y a la galería impresionante de
colaboradores que tiene, todos tan diestros en las disciplinas que manejan como
hábiles en la forma de transmitirla. Porque mientras otros comunicadores
utilizan el don que la Naturaleza les ha dado para intentar dejar en la
audiencia sus propias ideas (que no por casualidad suelen coincidir con las de
quien les paga), Pepa Fernández busca dejar en el escuchante el afán por
situarse de un modo crítico ante el mundo que lo rodea y le proporciona algunos
medios para entenderlo mejor. Y todo ello de un modo divertido y ameno, con una
enorme frescura, un punto de ironía (tan difícil de manejar en la radio) y a
base de Educación, de Cultura y de altas dosis de sentido común.
El
pasado fin de semana Pepa Fernández hizo su programa desde el salón de actos
del recinto ferial de Pozoblanco, con motivo de las Jornadas de Otoño
organizadas por la fundación Ricardo Delgado Vizcaíno e invitado por ella. Yo
escucho ese programa casi todos los sábados, así que el amable lector de estas
páginas entenderá que el sábado pasado (casualmente el mismo día que Sara Baras
nos deleitó en El Silo con su espectáculo “La Pepa”) aprovechara esa
circunstancia para ver cómo se hace en directo. Y lo que vi colmó con mucho las
expectativas que me había creado.
El
programa es por dentro un espectáculo en sí, sencillo como una charla de mesa
camilla y, sin embargo, hondo e intenso, aparentemente intuitivo pero preciso
como un reloj, y emocionante, sobre todo emocionante. Emociona la amenidad con
la que se tratan los temas más diversos y más complejos, el cariño que se le guarda
a lo que se hace, la complicidad que desde la primera pregunta se tiene con los
invitados y el afecto con que se relacionan los colaboradores y los miembros
del equipo, lleno de detalles que puede vislumbrar el escuchante y puede observar
continuamente el espectador.
Al
día siguiente, domingo, sobre las ocho y media, poco más o menos a la hora en que
Pepa Fernández empezaba otro programa en directo desde el recinto ferial de Pozoblanco,
arribábamos nosotros a la plaza de la Constitución de Belalcázar. Hacía un día
extraño, a medio nublar, plomizo y con la temperatura por debajo de cero. La
ruta que habíamos previsto está marcada en wikiloc y es circular, con salida y entrada
en esa hermosa localidad de Los Pedroches, ubicada en el extremo occidental de esta
comarca.
Para ver el mapa, pincha sobre la imagen |
El
itinerario previsto nos llevó precisamente hacia el Oeste por la vereda de
Castuera, donde comienza la llamada Ruta de las Merinas, que tiene al principio
un cartel informativo de su antiguo esplendor, aunque al poco de salir del
pueblo, tras cruzar el arroyo de la Jarilla por el puente de San Pedro, que años
ha llevaba al balneario romano de La Selva, tomamos a la derecha la vía
pecuaria que se dirige a Cabeza del Buey, casi directamente al Norte, aunque el
camino trazado en wikiloc nos desviaba antes por otro que sigue el arroyo
arriba.
Sobre
los diversos nombres que recibe este arroyo conviene detenerse un poco. Al principio
de su curso se llama Cohete, según los planos del Ministerio de Fomento, aunque
a mí me suena mejor Gahete (el antiguo nombre de Belalcázar), luego se denomina
Jarillas y, cuando se une con el arroyo Cagancho, que es el que pasa por el
casco urbano de Belalcázar, recibe el nombre de Malagón. Pero lo cierto es que ninguno
de estos nombres está claro, como he podido leer en el blog de Rafael López Monge, donde he descubierto que está perfectamente descrita la ruta que hemos
hecho, y mejor marcada en el plano que en wikiloc.
Mientras
se va hacia el Norte, la vegetación es escasa, casi de tundra, y en el paisaje sobresalen
los montes de Sierra Morena que hay más allá del Zújar, en la falda de uno de
los cuales se descubre, hacia el Noroeste, la línea blanca y roja de casas de
El Helechal. Pero cuando se cruza el mencionado arroyo Malagón y se gira hacia
el Este, la vegetación cambia por completo, pues el caminante se descubre entre
un bosque de pinos piñoneros jóvenes, seguramente producto de una repoblación
reciente. Según he podido saber por la página de López Monge, el monte Malagón
es una dehesa boyal, por lo que bien pueden conjeturarse como ciertas las
observaciones que hicimos mientras avanzábamos, en el sentido de que una
repoblación tan extensa y tan tupida sólo podía haberse realizado sobre el patrimonio
de una entidad pública.
Al
otro lado del arroyo, poco antes de que el camino tuerza hacia el Sur, hay un
cortijo con una torre mirador detrás de la cual se ve el castillo de los
Sotomayor y Zúñiga, cuya presencia prácticamente no se pierde en todo el
recorrido, especialmente la torre del homenaje, que a veces emerge en solitario
de los barbechos y las sementeras como si lo hiciera del mar. De esta casa
salían una cantidad impresionante de sonidos emitidos por pájaros, de muy alto
volumen, muy diversos y muy extraños, sin que se viera pájaro alguno, lo que
nos llevó a una gran confusión hasta que, de repente, dejaron de oírse por
completo, para al cabo de unos segundos volver con igual profusión y tan súbitamente
como se habían ido, de lo que concluimos que se trataba de un aparato instalado
allí para asustar a los pájaros.
En
el monte Malagón, pasado el campo de tiro, tiene el Ayuntamiento de Belalcázar
un complejo rural que al parecer está en funcionamiento, aunque nosotros no
vimos movimiento alguno desde fuera. El caminante debe tener cuidado con la
ruta a partir de aquí, porque es muy fácil seguir hacia el Este y toparse con
la carretera A-422. El camino propuesto está trazado entre esta vía y el arroyo
Malagón hasta prácticamente el castillo, al que se accede desde el Norte por una
senda empinada y estrecha ceñida por dos paredes de piedra. Lo obligado es
darle la vuelta al castillo para verlo de cerca en todo su ruinoso esplendor y
bajar luego por otra senda hacia el pueblo.
A
la entrada de la población está el conjunto hidráulico de la Fuente del Pilar, que
con el entorno forman uno de los rincones con más sabor y más bellos que hay en
Los Pedroches. Allí, sentados en uno de los bancos dispuestos por el
Ayuntamiento, con la vista del castillo, de las copas de los árboles que crecen
junto al arroyo Caganchas y del albergue “Camino de Santiago”, sacamos
la bota y las viandas y echamos unos tragos y un bocado. Poco después, tras
admirar la iglesia y la plaza de la Constitución, tomábamos el coche para
volver a casa. Cuando llegué a la mía, era más de la una y ya había terminado el
programa de Pepa Fernández.