Yo había oído a algunos nativos
de San Benito hablar de un camino público que iba por el norte de Claros desde
esa localidad hasta la Cañada Real de la Mesta, pero hasta hace un par de
semanas no tuve ocasión de patearlo, de la mano de un entendido de esa parte de
nuestra geografía. Cuando se lo comenté a mis compañeros de caminatas, no dudaron
en aceptar mi propuesta de conocerlo, como parte de una ruta circular que
rodearía Sierra Llana e incluiría por el Sur el camino que atraviesa
Descuernaborregos, por el que ya hemos andado en más de una ocasión.
El paisaje por el que transita
el camino citado está a un tiro de piedra de cualquier localidad de Los
Pedroches, pero sigue siendo un gran desconocido para la mayoría de sus
habitantes, muchos de los cuales jamás han visitado San Benito, una localidad
que está a sólo doce kilómetros de Torrecampo y forma parte, culturalmente
hablando, de la comarca de Los Pedroches.
Nosotros comenzamos la ruta en
la plaza del pueblo, adonde llegamos cuando amanecía, y tomamos la calle Pablo
Neruda, que se torna pronto en un camino asfaltado y, tras dejar a la izquierda
el colegio público, llamado Camilo José Cela, y un pequeño arroyo convertido en
chorro de agua, llega hasta la ermita de Nuestra Señora del Rosario, de
reciente construcción. Para rodear Sierra llana hay que seguir el trazado de
los arroyos que la circundan, que por el Norte son el de Los Molinos (o
Peripollo, pues el nombre no está claro en los mapas) y el Empedradilla y por
el Sur es el Navalagrulla. El primero de esos caminos, el que discurre en paralelo al
arroyo de Los Molinos, está más adelante y no se toma sino tras gatear una
empinada y pedregosa cuesta que sale a unos cien metros antes de llegar a la
citada ermita, girar luego a la derecha y andar unos seiscientos metros.
Este es el tramo más exigente de la ruta, que, según he
visto luego en los planos, puede evitarse si se toma el camino que sale por al
lado norte del colegio Camino José Cela, pues al cabo de un kilómetro más o
menos lleva al mismo punto, justo donde el caminante debe empezar a girar hacia
el Este. En realizad, lo único difícil de la ruta es el arranque de la misma.
Ahora bien, no es ni mucho menos lo único azaroso, pues buena parte del tramo norte de la misma discurre por la enorme finca de Montes Claros y sus
propietarios han dispuesto una cantidad nada despreciable de medidas disuasorias
al paso de los caminantes, especialmente junto a las portones de entrada a la
finca y a otras interiores que la dividen, como carteles que dicen, textualmente,
“vigilado”, “finca protegida por detector de presencia humana”, o “finca protegida
por sistema sónico”, lámparas que se encienden solas y, sobre todo, la permanente
presencia de un guarda, que te vigila desde lejos nada más cruzar los límites
que tiene encomendados y se acerca para mostrarte el camino público en cuanto tomas
erróneamente uno de los muchos que se abren a tu paso.
Al parecer, el camino público estuvo cortado durante un
tiempo y fueron algunos miembros de Ecologistas en Acción-Valle
de Alcudia los que, ante la reiterada pasividad del Ayuntamiento de Almodóvar del
Campo, procedieron a cortar la cadena que impedía el paso delante de un guarda
de la finca. La acción les costó la denuncia de la propiedad y una sentencia en
contra en primera instancia, aunque el recurso de apelación fue estimado y, en
consecuencia, la cadena no volvió a ponerse, si bien las puertas siguen allí, junto
con los avisos disuasorios, las lámparas y la mirada omnipresente de los
guardas. Por eso, no estaría mal que el Ayuntamiento de Almodóvar colocara un
cartel indicador de la ruta y un letrero grande que anunciara el dominio
público de la vía.
Hasta ese momento, el caminante debe seguir a lo
suyo y hacer caso omiso de los carteles que quieren mandarlo a su casa. El paisaje
bien merece ese mínimo sacrificio. Cuando la ruta toma la vera izquierda del
arroyo Empedradilla, que fluye mansamente hacia el Este entre los montes de Sierra
Llana y la Sierra de Atalayuela, se topa enseguida con una serie de tres pequeños
pantanos rodeados de árboles, de los que muchos viajeros habrán tenido noticia
porque se ven desde la carretera que lleva a Puerto Mochuelos. En los pantanos hay
diminutos embarcaderos y cerca de ellos hay algunas casas pintadas de blanco y
añil, un color que a mí me trae recuerdos infantiles.
El guarda que nos tocó en suerte
era muy amable, las cosas como son. Con su ayuda, no tardamos en llegar hasta
la puerta que la finca tiene con la Cañada Real Soriana Oriental. Hacia el
Norte, como a dos kilómetros y medio, está puerto Mochuelos; hacia el Sur, como
a cinco kilómetros, está la ermita de la Virgen de Veredas. Nosotros fuimos
hacia el Sur y a un kilómetro y medio tomamos el camino que va hacia el Oeste,
al que en su momento le dediqué una entrada.
Cerca de San Benito, el camino
se desvía hacia el Sur para salir a la carretera que va a Torrecampo, más abajo
del cementerio. Antes de la carretera, el camino cruza el arroyo de los Molinos
(o Peripollo o de Santa Catalina, pues de todas esas formas lo llaman los
mapas), que por aquí es una corriente de aguas cristalinas rodeada de un poblado
bosque de galería. Nosotros, en lugar de tomar el camino, por atrochar tomamos
el arroyo, y anduvimos por él medio metidos en el agua hasta que estuvimos cerca
de la ermita de Nuestra Señora del Rosario y, por ende, no lejos de un bar. Con
ese consuelo subimos la pequeña cuesta que desde allí lleva hasta el pueblo,
donde nos tomamos una cerveza que nos supo a gloria, la verdad.