Quienes
se asomen con alguna frecuencia a esta página sabrán del amor que le tengo a la
tierra en la que nací y en la que vivo. Ese amor, no obstante, no está exento
de crítica y en modo alguno me sirve para limitar el pensamiento. Ni creo que
las gentes de mi pueblo sean mejores (ni peores) que las del vecino, ni que la
cultura que mamé de chico sea mejor (ni peor) que otras, ni que mi religión
(que seguramente es la verdadera) deba ser entendida como más verdadera que
otras. Creo que las costumbres nacen, crecen y mueren, como todo, y que no hay
que sostenerlas de forma artificial, y mucho menos cuando son discriminatorias
o irracionales, aunque se tengan como seña de identidad colectiva. Y creo que
la máxima aspiración de los seres humanos debe ser la convivencia pacífica
entre ellos, para lo que resulta imprescindible borrar las fronteras que los
separan, que son fronteras geográficas (líneas artificiales trazadas sobre los
bosques, los desiertos y el mar), son límites de intereses (fundamentalmente,
económicos y de poder) y son, sobre todo, barreras mentales, líneas de contacto
en las que se sitúan los conflictos que amenazan más abiertamente a la
humanidad.
Occidente
(entendido como ámbito cultural) es la consecuencia de un largo proceso
histórico en el que se han ido borrando las fronteras rígidas que separaban a
los ricos de los pobres. Y no digo que no existan en Occidente pobres y ricos, ni
siquiera que no existan espacios entre ellos, que ciertamente los hay, sino que
en Occidente los nacidos con una condición pobre pueden llegar a ser ricos y en
los espacios entre los ricos y los pobres hay una numerosa clase media, que generalmente
absorbe las tensiones generadas en los extremos y, por ello, asegura la
estabilidad del sistema.
Como consecuencia
del mismo proceso histórico anterior, los humildes pueden llegar a ser
poderosos en Occidente. Ya no hay una barrera natural (la herencia, la sangre) entre
los que mandan y los que obedecen, pues el procedimiento para otorgar el poder
permite a cualquier ciudadano alcanzar las más altas cotas de este. Es cierto que
esta afirmación necesita matizarse mucho y que hay mil y una variaciones que
dependen, sobre todo, de la cultura democrática que tenga la sociedad, pero no lo
es menos que esos matices pueden airearse más o menos libremente en los medios
de comunicación, y más ahora, que existen webs y blogs personales que completan
o sustituyen lo que dicen los medios de comunicación tradicionales.
El
estómago de Occidente, pues, digiere con alguna acidez los mismos conflictos de
intereses que en otros ámbitos culturales provocan revueltas, cambios de sistemas
e incluso guerras. Y elimina o tolera –lo cual es mucho más meritorio– los
conflictos que surgen en los límites mentales.
Las ciudades de Occidente son una expresión palpable de ese estómago que digiere
o tolera las diferencias que surgen en los límites mentales. Las ciudades de
Occidente son multirraciales y multiculturales. En las ciudades de Occidente se
levantan toda clase de iglesias, uno puede practicar y predicar el credo que
mejor le parezca y puede vivir de la forma que más le plazca. Esa libertad es
tan liberadora de lo propio como corrosiva de lo ajeno, bien lo saben los seguidores
más recalcitrantes de los límites, de los dogmas, de lo oscuro, que tienen a
Occidente como a su principal enemigo.
Washington D.C. |
No soy tan
necio como para pensar que lo que se ve a simple vista es la esencia de una
sociedad, y más si lo ven los ojos de un turista. Ya sabemos que en todas
partes hay problemas de convivencia ocultos. Pero también sabemos la
importancia de lo que se ve, aunque lo vea un turista cualquiera como yo. Y en Nueva
York (el prototipo de la ciudad de Occidente) he visto como en ningún otro
sitio esa multiculturalidad que engrandece a la naturaleza humana. Mientras,
sentado tranquilamente en un parque, leía en un periódico digital las noticias
que hablaban de matanzas de seguidores de una fe a manos de otra, a mi lado
pasaban cogidas de mano o hablando amigablemente personas que eran,
manifiestamente, de orígenes culturales distintos.
Washington D.C. |
Idiomas
distintos. Razas distintas. Religiones distintas. Nacionalidades distintas. Cada
uno a lo suyo y cada a lo de todos. Mezclados o no, pero viéndose iguales y
respetándose.