lunes, 26 de agosto de 2013

Nueva York (la multiculturalidad)

                Quienes se asomen con alguna frecuencia a esta página sabrán del amor que le tengo a la tierra en la que nací y en la que vivo. Ese amor, no obstante, no está exento de crítica y en modo alguno me sirve para limitar el pensamiento. Ni creo que las gentes de mi pueblo sean mejores (ni peores) que las del vecino, ni que la cultura que mamé de chico sea mejor (ni peor) que otras, ni que mi religión (que seguramente es la verdadera) deba ser entendida como más verdadera que otras. Creo que las costumbres nacen, crecen y mueren, como todo, y que no hay que sostenerlas de forma artificial, y mucho menos cuando son discriminatorias o irracionales, aunque se tengan como seña de identidad colectiva. Y creo que la máxima aspiración de los seres humanos debe ser la convivencia pacífica entre ellos, para lo que resulta imprescindible borrar las fronteras que los separan, que son fronteras geográficas (líneas artificiales trazadas sobre los bosques, los desiertos y el mar), son límites de intereses (fundamentalmente, económicos y de poder) y son, sobre todo, barreras mentales, líneas de contacto en las que se sitúan los conflictos que amenazan más abiertamente a la humanidad.

Occidente (entendido como ámbito cultural) es la consecuencia de un largo proceso histórico en el que se han ido borrando las fronteras rígidas que separaban a los ricos de los pobres. Y no digo que no existan en Occidente pobres y ricos, ni siquiera que no existan espacios entre ellos, que ciertamente los hay, sino que en Occidente los nacidos con una condición pobre pueden llegar a ser ricos y en los espacios entre los ricos y los pobres hay una numerosa clase media, que generalmente absorbe las tensiones generadas en los extremos y, por ello, asegura la estabilidad del sistema.

Como consecuencia del mismo proceso histórico anterior, los humildes pueden llegar a ser poderosos en Occidente. Ya no hay una barrera natural (la herencia, la sangre) entre los que mandan y los que obedecen, pues el procedimiento para otorgar el poder permite a cualquier ciudadano alcanzar las más altas cotas de este. Es cierto que esta afirmación necesita matizarse mucho y que hay mil y una variaciones que dependen, sobre todo, de la cultura democrática que tenga la sociedad, pero no lo es menos que esos matices pueden airearse más o menos libremente en los medios de comunicación, y más ahora, que existen webs y blogs personales que completan o sustituyen lo que dicen los medios de comunicación tradicionales.

                El estómago de Occidente, pues, digiere con alguna acidez los mismos conflictos de intereses que en otros ámbitos culturales provocan revueltas, cambios de sistemas e incluso guerras. Y elimina o tolera –lo cual es mucho más meritorio– los conflictos que surgen en los límites mentales.

          Los límites entre las fes, los atavismos y, en general, los dogmas, son como las líneas de fractura de las masas continentales, lugares donde se genera y se mantiene un energía (negativa) enorme, pues las fuerzas que actúan permanentemente en ambos sentidos son muy rígidas y muy poderosas, como demuestra la Historia de la Humanidad y demuestran cada día las crónicas de los telediarios.

                Las ciudades de Occidente son una expresión palpable de ese estómago que digiere o tolera las diferencias que surgen en los límites mentales. Las ciudades de Occidente son multirraciales y multiculturales. En las ciudades de Occidente se levantan toda clase de iglesias, uno puede practicar y predicar el credo que mejor le parezca y puede vivir de la forma que más le plazca. Esa libertad es tan liberadora de lo propio como corrosiva de lo ajeno, bien lo saben los seguidores más recalcitrantes de los límites, de los dogmas, de lo oscuro, que tienen a Occidente como a su principal enemigo.
Washington D.C. 

No soy tan necio como para pensar que lo que se ve a simple vista es la esencia de una sociedad, y más si lo ven los ojos de un turista. Ya sabemos que en todas partes hay problemas de convivencia ocultos. Pero también sabemos la importancia de lo que se ve, aunque lo vea un turista cualquiera como yo. Y en Nueva York (el prototipo de la ciudad de Occidente) he visto como en ningún otro sitio esa multiculturalidad que engrandece a la naturaleza humana. Mientras, sentado tranquilamente en un parque, leía en un periódico digital las noticias que hablaban de matanzas de seguidores de una fe a manos de otra, a mi lado pasaban cogidas de mano o hablando amigablemente personas que eran, manifiestamente, de orígenes culturales distintos.
Washington D.C. 


Idiomas distintos. Razas distintas. Religiones distintas. Nacionalidades distintas. Cada uno a lo suyo y cada a lo de todos. Mezclados o no, pero viéndose iguales y respetándose.