lunes, 19 de mayo de 2025

Unas magdalenas en Aix-en-Provence

 

En la acogedora oficina de turismo de Aix-en-Provence, céntrica y muy próxima a la estación del tren, un señor muy amable nos averiguó los orígenes en cuanto abrimos la boca. «Ustedes son de Andalucía», nos dijo. Entre las cinco banderitas que tenía para identificar los idiomas en que podía expresarse, una era la de España, por lo que nos dirigimos a él directamente en español. «Lo sé porque mis padres eran del sur de Extremadura», continuó. Lo eran, explicó luego, de la zona más próxima a Los Pedroches, nuestra tierra. Es decir, sus padres (y él) y nosotros procedíamos del mismo lugar. Y aún más, si Carmen y yo estábamos allí era porque uno de nuestros hijos vivía cerca y habíamos ido a visitarlo, lo que de alguna forma nos hermanaba.

Uno tiende cada vez más a parecerse a su padre, que no tenía reparos en contarle a los desconocidos su vida y milagros y la vida y milagros de su familia. A uno, en fin, le habría gustado saber más de aquel hombre y explayarse en una conversación de pormenores. Pero aquel hombre estaba trabajando y había gente esperando a ser atendida. Así que enseguida nos limitamos a escuchar su propuesta, que quedó reflejada en el recorrido que trazó con un bolígrafo sobre un plano de la ciudad, y nos fuimos en cuanto terminó.

Aix-en-Provence es una ciudad señorial y preciosa, que bien vale una visita, según pudimos comprobar a lo largo de las varias horas que nos llevó cumplir aquel recorrido, que seguimos casi al pie de la letra. Y aquí viene la primera de mis reflexiones: éramos los únicos que se guiaban con un plano de papel. El resto de los turistas que vimos seguían las instrucciones que les daba el plano del móvil. Hacían lo que nosotros habíamos hecho por Marsella para llegar a la estación del tren. Lo que solemos hacemos casi siempre, vayamos a pie o en coche.

La sociedad actual tiene ese tipo de ventajas. Uno se puede meter por cualquier sitio y salir airoso sin problemas porque existe Google Maps, algo que ahora nos parece lo más normal del mundo pero que tiene un componente extraordinario, casi mágico, cuya existencia nos habría parecido de ciencia ficción solo unos cuantos años atrás. Y es gratis, al menos para los usuarios más comunes, como lo somos nosotros.

Cuando digo que debemos ser conscientes de lo que tenemos y agradecerlo, porque no siempre ha sido así ni lo será, me refiero también a cosas con esta, a Google Maps y a otras aplicaciones parecidas que nos han llegado con los tiempos modernos, que solo valoramos cuando nos faltan, como ocurrió durante el famoso apagón, una de cuyas consecuencias más sonadas fue que nos devolvió a los tiempos en que debíamos guiarnos por la memoria, los carteles indicadores y los planos de papel.

La otra reflexión tiene que ver con una tienda especializada de Aix-en-Provence. Resulta que teníamos el encargo de comprar unas magdalenas en una tienda concreta. Ahora sí, tomamos el Google Maps y nos dirigimos directamente hacia ella. La tienda es Madeleines de Christophe, y está en el número 4 de la rue Gaston de Saporta, una estrecha y concurrida calle peatonal del barrio histórico. Cuando llegamos a la tienda, nos dimos cuenta de que era muy pequeña y solo vendía magdalenas, de que había tres dependientas (dos de ellas hispanoamericanas, que nos calaron de momento y nos hablaron en español) y de que, a fin de que la cola no estorbara el paso de la gente, debíamos esperar nuestro turno una treinta de metros más abajo, donde la calle era un poco más ancha.

La tienda expende veinte magdalenas de hasta tres sabores por algo más de diez euros, que las dependientas meten en una caja con una pericia veloz y te dan sin bolsa. A ese ritmo, no sé cuántas cajas venderían aquel día. El sistema me recordó al de esos bares de la calle Laurel de Logroño que solo ofrecen una tapa, pincho de champiñones con gambas, a los que acudes porque alguien te los sugirió como cita turística obligada.

El boca a boca no sería nada sin la calidad, pero la calidad no sería nada sin el boca a boca. Y para el éxito del boca a boca es bueno lo singular, que se graba mejor en la memoria y acaba siendo la referencia que se cuenta de una visita, como hago yo ahora, exactamente igual.