«Si
guardas en tu puesto la cabeza tranquila, cuando todo a tu lado es cabeza
perdida», empieza un poema de Kipling («Si») que tuve en el cajón de mi
despacho en el ayuntamiento hasta que me jubilé, y leía de vez en cuando. Me infundía
serenidad, seguridad, calma. Alguien había sentido lo que yo y lo había pensado.
Alguien había meditado sobre eso y lo había expresado como nadie: a nuestro
alrededor existe el barullo, el ruido, el caos, pero no tiene por qué existir
el barullo y el ruido en nuestra mente. Es más, si nuestra mente se mantiene
serena, tal vez podamos influir sobre el caos de nuestro alrededor, donde viven
nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, donde
viven, en fin, las personas que más queremos. Donde está ese medioambiente que
podemos modificar para mejor o para peor. Si es para mejor, generando
equilibrio y alegría, optimismo, sin que ellos se den cuenta («Si todos te
reclaman y ninguno te precisa», dice el poema. «Si eres bueno, y no finges ser
mejor de lo que eres; si al hablar no exageras lo que sabes y quieres»).
Lo
he leído hoy, después de leer la prensa, que habla de un orbe encanallado. Nos
abruman las malas noticias. El mundo es pequeño y está regido por dictadores y
demagogos. El pueblo (aquí, allá, en casi todas partes) es retraído y blando y se deja
embaucar por los más charlatanes, por los más nacionalistas, por los más
farsantes, por los que más le prometen a cambio de menos esfuerzo, aunque sea
lo contrario de lo que le prometieron antes, como en cualquier estafa, como en
el timo de la estampita o en el del tocomocho, por ejemplo.
El
miedo se apodera de nosotros. Yo creo que sin razón, pero el miedo es la
emoción que más influye en las vidas de las personas y de los pueblos. Nos
quieren torpes, pesimistas, tristes y con miedo. Sobre todo con miedo. Lo dice
alguien que oyó a su padre decir muchas veces que «el miedo guarda la viña». Hoy,
más que nunca, esa «viña» es el pensamiento, tu pensamiento y el mío. El miedo
guarda el pensamiento, lo mantiene dentro del redil, como lo mantienen las fes
y las ideologías que nos esclavizan. El redil es el sitio más seguro porque
afuera está el enemigo. El enemigo es el lobo y son los otros, los del otro
rebaño, que, según nos dicen, a veces son peores que el lobo aunque en esencia sean
como nosotros, aunque sean tan personas y tan hijos de Dios como nosotros.
Adentro somos rebaño y nos movemos a las órdenes de un pastor, un líder que nos
dice lo que tenemos que hacer con voces urgentes o a pedradas, casi siempre con
la ayuda de unos cuantos perros, a cual más fiel por inteligente que sea y por
bien que se exprese.
«Si
logras que se sepa la Verdad que has hablado, a pesar del sofisma del Orbe
encanallado», dice el poema. Ese orbe es el mundo pero es, sobre todo, tu
mundo. Aquel en el que puedes influir. Solo ahí puede tu verdad resultar
provechosa. («Si tienes en ti mismo una fe que te niegan, y no desprecias nunca
las dudas que ellos tengan»). Solo ahí puede puedes ser sal, luz, una
referencia armónica, alguien al que mirar cuando todos discuten atolondradamente
o titubean.
Nadie dice que sea fácil. Ni siquiera que sea satisfactorio. ¿No son más felices los estúpidos con sus certezas que los sabios con sus dudas? ¿No lo son más los borregos con su alimento asegurado que los linces, que deben proveerse de alimento con su esfuerzo? No será más fácil ni más satisfactorio, pero «todo lo de esta tierra será de tu dominio, y mucho más: serás hombre, hijo mío», dice el poema.