Esta página tiene sus
lectores. No muchos (el número de visitas puede verse en el contador que hay en
la columna de la derecha), pero sí fieles, y algunos de ellos me comentan con
sincera satisfacción lo que pongo. De esos, algunos me han dicho que les gustan
mis artículos, pero no mis novelas, especialmente las últimas que he publicado.
Les parecen demasiado imaginativas, demasiado irreales, y, en algunos casos,
demasiado especulativas, porque algunos párrafos los obligan al ejercicio de
tener que leerlos varias veces para entenderlos. Además, muchos de ellos se
pronuncian desde el principio contra las utopías y las distopías, que casi siempre
asocian con seres extraordinarios o, circunstancialmente, con situaciones ajenas a la
realidad que los circunda y les interesa. Muchos de mis lectores me piden, en
fin, que vuelva a los inicios y escriba novelas como El catedrático implacable o El farero, con las que disfrutaron leyendo.
A mí me gustaría dar
satisfacción a esas personas, de verdad. Pero uno escribe lo que le sale. Además,
uno se debe a sí mismo como escritor. Uno busca la creación, el arte, la
sublimación. Y lo busca después de haber andado un camino, sabiéndose mucho más
dominador de la técnica y, sabiéndose también, más hecho como persona.
Los libros son (parodiando a
esa famosa canción de Manolo García) como pájaros de barro que el escritor echa
a volar después de haber estado fabricándolos durante mucho tiempo, durante varios
años. El lector debe imaginarme sentado frente al ordenador, casi siempre de
madrugada, en absoluto silencio y en la más absoluta soledad. Hay un esfuerzo
grande detrás de esa labor diaria. Y hay, sobre todo, una enorme labor de
introspección, de búsqueda dentro de mí.
Si yo viviera de escribir,
fabricaría pájaros de barro para ponerlos en un escaparate, pensando en los
gustos de la gente, y vocería a los cuatro vientos que son los mejores. Y lo
mismo haría si mi satisfacción primera fuera el éxito de público. Pero yo he
sido funcionario y he podido vivir con algo más que dignidad de mi sueldo, como
ahora lo hago de mi pensión. Y aunque me gusta el éxito de público (el dinero y
la vanidad, como diría Joan baptista Humet), esa no es mi satisfacción primera,
sino la segunda, la que se tiene cuando la obra ya está creada.
Yo hago pájaros de barro y los
dejó en el patio de esta página, libres, fuera de una jaula, esperando el
milagro de que un hada, como hizo con Pinocho, les dé vida para que vuelen por
sí solos. No de otra forma podría llegarles el éxito, pues casi no los
promociono. Mi satisfacción fundamental es la del Alfarero-Hacedor Supremo, ese
que creó por el gusto de crear un universo y, luego, no promocionó su obra,
sino que se retiró a descansar. Pero antes, en ese mundo, había incluido seres
emocionales y contradictorios dentro, a nosotros, a ti y a mí, y a todos los
que son como nosotros, incluidos los que van para santos y los que acaban
siendo asesinos (sobre esto trata en buena parte La piel de las estatuas,
mi última novela).
De vez en cuando, aunque sea rara vez, alguien se anima a comprar uno de
mis libros (en Amazon puedo saber cuántos
libros vendo) y, entonces, me pregunto quién podrá ser ese comprador anónimo
con el que me siento extrañamente identificado. ¿Comprenderá mi esfuerzo, lo
que yo he querido expresar? ¿Me comprenderá? Porque en el fondo eso es lo que
busco: compañía, negar mi soledad existencial, introducir a alguien más en el
diálogo que tengo conmigo mismo cuando escribo.
Ya he dicho aquí que, de entre
todas mis obras, las que más me agradan son las que se incluyen en la trilogía
de Occidente, esto es, Sholombra, De Sholombra a Nógdam y Nógdam.
Les tengo un cariño especial porque les dediqué muchos años de mi vida y porque
en ellas se crea un mundo con un montón de seres dentro que forman sociedades y
tienen sus normas.
Esto de crear un mundo suena
raro en algunos oídos. ¿Por qué crear otro mundo en lugar de hablar de este, en
el que vivimos? ¿No hay suficientes emociones y sentimientos aquí como para
llenar de contenido las historias más hermosas? A eso yo respondo que sí. Y, de
hecho, la mayoría de mis libros tienen como fondo nuestro mundo, incluso mi cercano
mundo de Los Pedroches. Pero hay historias que solo se pueden contar después de
haber creado un mundo nuevo. La Biblia es, por ejemplo, un conjunto de
historias extraordinarias sobre un mundo recién creado.
Recuerdo que un amigo, en mi
lejana vida de estudiante universitario, contestó a varios comentarios míos
sobre una muchacha muy hermosa, a la que yo tenía idealizada, con una frase
definitiva: «Sí, pero caga». Aquí, fuera de contexto, la frase resulta, cuando
menos, tosca y ordinaria. Pero siempre pensé que detrás de la anécdota podría
haber una historia para un libro. Por ejemplo, la de una mujer tan hermosa tan
hermosa que sus heces no fueran como las del común de los mortales.
En el mundo en el que el
lector y yo conectamos ahora mismo, hablar de esa anécdota me ha obligado a un
esfuerzo en el lenguaje para no parecer grosero. Pero la historia completa de
esa mujer existe en la novela De Sholombra a Nógdam (para mí, mi mejor
obra), y en ese mundo esa mujer extraordinaria y otros hombres y mujeres (ordinarios
o extraordinarios) tienen emociones y sentimientos que son como los de este
mundo, como los de todo el mundo, como los tuyos, amable lector de esta página.
Las emociones y los
sentimientos van asociados a la naturaleza humana y no varían ni con el espacio
ni con el tiempo, ni varían con el marco en el que se desenvuelve la historia,
sea real o sea ficticio. Lo importante es que el marco esté bien definido, que
los personajes sean creíbles y que la historia esté bien contada.
Y hablando del marco de la
historia, el marco actual de nuestra propia historia, aquel en el que ahora
mismo vivimos, resulta demoledor ante cualquier mirada reflexiva. Si lo pensáis
un poco, ¿no os da la sensación de que vivimos en una distopía? A mí,
personalmente, me da la sensación de que el mundo que creé con la intención de
que se pareciera a nuestro Occidente (por eso llamé así a la trilogía) es ahora
más que nunca una réplica casi perfecta de nuestro mundo.
El desequilibrado juego entre
la verdad y la mentira que nos embrutece y nos atonta está en Sholombra,
los nacionalismos y los populismos que nos aborregan están en Nógdam y el
poder de los oligarcas que nos oprime está en De Sholombra a Nógdam,
como lo está la deriva ultra de algunas fes y de algunas ideologías de nuestro
tiempo, los muros físicos que separan los países y el
afán tan humano por huir de todo aquello que ilumine nuestro entendimiento si
ese entendimiento nos produce pesar. En las tres está eso de lo que tanto se
habla ahora, el relato, ese relato con el que los políticos y los periodistas afines a ellos nos
muestran una realidad distorsionada conforme a sus intereses, están el poder, la amistad,
el amor y el sexo y más, mucho más, sobre las vidas de los personajes y las
vidas de las sociedades en las que esos personajes se integran (nosotros y
nuestras sociedades), cuyos detalles no puedo citar sin parecer presuntuoso o
sin cansar al lector.
El caso es que, en vista de
que Amazon ofrece la posibilidad de publicar los libros en pasta dura, los he
sacado así (aquí, aquí y aquí). No los he corregido. Ni siquiera los he leído. Lo he hecho porque
me siento orgulloso de ellos y porque creo que están de máxima actualidad. Si
sois de esos lectores que huyen de las obras de fantasía, sabed que estas
novelas no lo son. Y si tenéis ideas previas negativas sobre las distopías,
sabed que Un mundo feliz y 1984 también lo son, y ambas son obras
geniales. Y acaso también sea una distopía nuestro mundo, como dije antes. ¿No
pensaría eso, si nos viera, un hombre de la antigüedad o, incluso, cualquiera
de nuestros tatarabuelos? ¿No pensáis eso vosotros cuando le echáis un vistazo
a los libros de Historia?
En todo caso, en mi web hay mucha
información sobre la trilogía y se pueden descargar gratis los archivos de todas
las obras.
En mi web, también, pueden
verse las reseñas que la inteligencia artificial (ChatGPT, de USA, y Deepseek, de China) hizo de
cada una de las novelas, después de que le remitiera los textos y le
pidiera una opinión sin revelarle que yo era el autor ni proporcionarle
información que pudiera condicionar su juicio. Mi intención es publicar en este
blog esas opiniones en los días que vienen.
Mi renacido interés por estas
novelas creo que se lo debo a ellas mismas, que de alguna forma tienen vida propia
y son independientes de mí. Y creo que se lo debo a ese yo hacedor que tanto
tiempo de su vida dedicó a crearlas.