El tiempo tiene sus ritmos,
sus tiempos, que son inalterables. El tiempo pasa, y ya está. De tan obvio como
parece, puede resultar cándido decirlo, o incluso una simpleza. Pero
precisamente porque parece tan obvio no lo es en absoluto. Y, de hecho, sin
darnos cuenta, casi siempre demandamos del tiempo una condición que le es
ajena: queremos que vaya más deprisa, o más lento, según nuestros intereses. Y,
como eso no ocurre, muchas veces caemos en la ansiedad.
El tiempo pasa, y ya está. Es como un tren en el que vamos
todos, en el que va todo. Hay cosas que se consiguen moviéndose dentro del
tren, pero las más importantes son aquellas a las que el tren te lleva. Lo
saben las plantas, que dependen de las estaciones. Y los animales, que ajustan
sus ciclos vitales a los ritmos que el tiempo ha puesto en la naturaleza. Y lo
saben los seres humanos sabios, que tienen en la adecuada gestión del tiempo una
de las asignaturas fundamentales en el arte de vivir.
El tiempo pasa, y ya está. Y te va enseñando. Yo, por
ejemplo, hice un esfuerzo enorme para hacer al mismo tiempo el servicio militar
y un curso de la carrera de Derecho, que ahora descubro de poca utilidad, pues muy
poco gané con ello.
Como el tiempo pasa, y ya está, desear cumplir años para que
pasen las cosas es como desear que no pasen para mantenerse joven. Yo tengo 65
años. Lo que la naturaleza (la vida) espera de mí es que me comporte como un
hombre de 65 años. El otro día se lo dije a alguien en una tienda, cuando me indicó
que la edad no tiene importancia, que lo importante es la disposición. «La
disposición, sí, pero de acuerdo con la edad que tengas» le contesté. Así, comportarme
a estas alturas como un muchacho ni sería natural, ni sería sano, ni sería
estético.
Como el tiempo pasa, en 2024 cumplí 65 años, como acabo de
decir, y me jubilé. Lo hice con honores, pues como honor puede entenderse el
que me despidieran con cariño mis jefes y mis compañeros. Con honores se jubiló
también Carmen en 2024. De modo que ahora andamos los dos de aquí para allá sin
saber muy bien en qué día estamos, pendientes de unas obligaciones que en
realidad no son obligaciones, porque nos las saltamos si nos apetece, y
pendientes, sobre todo, de nuestra nieta.
Porque esa es otra. Como el tiempo pasa queramos o no, mis
hijos se han hecho mayores y uno de ellos ha tenido en 2024 una hija, que ahora
es el centro de atención de la familia.
Como el tiempo pasa, no hay más éxito que el vital. Todos
los demás éxitos son fruslerías, un El Dorado de baratija, el papel que
envuelve el regalo de la vida. Eso también lo aprende uno con los años. Andar
por esos caminos de Dios y escribir libros forman parte de la vida, solo parte,
como antes lo fue el trabajo, y no la parte más importante.
Como el tiempo pasa, un día recibiré una noticia terrible
sobre mí salud, definitiva, y moriré. Pero hasta entonces estoy aquí, rodeado
de los míos y escribiendo cosas como esta, y eso debería ser suficiente para
mantenerme ajeno al pesimismo.
Miró
atrás, al 2024, y me siento un hombre afortunado: ha ocurrido todo lo que tenía
que ocurrir para mi éxito vital y tengo la sensación de ser querido por quienes
de verdad me importan. ¡Qué más puedo pedir! ¡Ojalá y mis circunstancias sigan así mucho tiempo!