Yo paseo con frecuencia por un
camino en el que un perro enorme viene corriendo a ladrarme, furioso, amenazador,
y va ladrándome pegado a la cerca de malla a lo largo de toda la finca. Ya me
conoce. Me ha visto y olido muchas veces y sabe que solo paso por allí, que mi
única intención es bordear la tierra de su amo y seguir mi camino. Lo sabe,
pero desconfía. Desconfía de mí y de todo el mundo, aunque todo el mundo sea
una buena persona y su amo no. Desconfía de todo el mundo que no sea su amo
porque en su naturaleza está la devoción del lobo, del que proviene, en virtud
de la cual pone todo su ser al servicio del líder de la manada, sin más razones
ni más convicciones, sin criterio alguno, guiado solo por una fe ciega, aunque
eso suponga la destrucción del inocente o su propia destrucción.
Los caminantes, en fin, sabemos
que el perro no es el mejor amigo del hombre, sino de su amo, especialmente si
se trata de un perro guardián. Lo he recordado ahora que veo en las noticias
los llamamientos que hacen a la lealtad líderes de dentro y de fuera, de esto y
de lo otro. Lealtad entendida no como actitud hacia la coherencia personal, sino
hacia la coherencia del grupo, esa que marca el líder supremo y muta en función
de sus intereses.
El perro guardián necesita de un
enemigo exterior, pues solo así tiene sentido su trabajo. Su mundo es binario.
Se divide entre mi amo con sus perros guardianes (los nuestros) y los otros
amos con sus perros guardianes (los otros), a los que siempre se considera
enemigos, pues entre los amos existe un conflicto permanente por las lindes de
los terrenos.
Como el mundo del perro guardián
es binario y en su cabeza no caben más razones que las órdenes de su amo, que
sin embargo tiene como producto de su reflexión, para él todo lo que está fuera
de su finca es el resto del mundo. No entiende de caminos públicos, ni de
senderos que se bifurcan, ni que haya gente que va por un camino hoy y por otro
camino mañana. Para él, está su finca y las otras fincas. Su razón y la razón
del enemigo. Su amo y los otros amos.
De hecho, el perro guardián
entiende mejor a los otros perros guardianes, con los que mantiene frecuentes
peleas pero son de su misma naturaleza, que a esos caminantes que unos días
pasan solos y otros acompañados o, incluso, que unos días van por un camino y
otros por otro, libres, dependiendo de nunca entenderán muy bien qué, porque ese
comportamiento inconstante no cabe en su mundo de cánones perfectos.
Y si por casualidad dudan, los
perros guardianes dejan la protección de las lindes a otros compañeros y se
suben a un altozano de la finca, desde donde pueden ver lo que hay más allá de
los cercados. Y entonces se dan cuenta de que lleva razón su amo. De que afuera
el mundo es complejo y no hay certezas, sino dilemas, incertidumbres y
contradicciones, que siempre acaban asociando a la infelicidad.