viernes, 31 de enero de 2025

Siento el asombro de un lector solitario

 

Esta página tiene sus lectores. No muchos (el número de visitas puede verse en el contador que hay en la columna de la derecha), pero sí fieles, y algunos de ellos me comentan con sincera satisfacción lo que pongo. De esos, algunos me han dicho que les gustan mis artículos, pero no mis novelas, especialmente las últimas que he publicado. Les parecen demasiado imaginativas, demasiado irreales, y, en algunos casos, demasiado especulativas, porque algunos párrafos los obligan al ejercicio de tener que leerlos varias veces para entenderlos. Además, muchos de ellos se pronuncian desde el principio contra las utopías y las distopías, que casi siempre asocian con seres extraordinarios o, circunstancialmente, con situaciones ajenas a la realidad que los circunda y les interesa. Muchos de mis lectores me piden, en fin, que vuelva a los inicios y escriba novelas como El catedrático implacable o El farero, con las que disfrutaron leyendo.

A mí me gustaría dar satisfacción a esas personas, de verdad. Pero uno escribe lo que le sale. Además, uno se debe a sí mismo como escritor. Uno busca la creación, el arte, la sublimación. Y lo busca después de haber andado un camino, sabiéndose mucho más dominador de la técnica y, sabiéndose también, más hecho como persona.

Los libros son (parodiando a esa famosa canción de Manolo García) como pájaros de barro que el escritor echa a volar después de haber estado fabricándolos durante mucho tiempo, durante varios años. El lector debe imaginarme sentado frente al ordenador, casi siempre de madrugada, en absoluto silencio y en la más absoluta soledad. Hay un esfuerzo grande detrás de esa labor diaria. Y hay, sobre todo, una enorme labor de introspección, de búsqueda dentro de mí.

Si yo viviera de escribir, fabricaría pájaros de barro para ponerlos en un escaparate, pensando en los gustos de la gente, y vocería a los cuatro vientos que son los mejores. Y lo mismo haría si mi satisfacción primera fuera el éxito de público. Pero yo he sido funcionario y he podido vivir con algo más que dignidad de mi sueldo, como ahora lo hago de mi pensión. Y aunque me gusta el éxito de público (el dinero y la vanidad, como diría Joan baptista Humet), esa no es mi satisfacción primera, sino la segunda, la que se tiene cuando la obra ya está creada.

Yo hago pájaros de barro y los dejó en el patio de esta página, libres, fuera de una jaula, esperando el milagro de que un hada, como hizo con Pinocho, les dé vida para que vuelen por sí solos. No de otra forma podría llegarles el éxito, pues casi no los promociono. Mi satisfacción fundamental es la del Alfarero-Hacedor Supremo, ese que creó por el gusto de crear un universo y, luego, no promocionó su obra, sino que se retiró a descansar. Pero antes, en ese mundo, había incluido seres emocionales y contradictorios dentro, a nosotros, a ti y a mí, y a todos los que son como nosotros, incluidos los que van para santos y los que acaban siendo asesinos (sobre esto trata en buena parte La piel de las estatuas, mi última novela).

De vez en cuando, aunque sea rara vez, alguien se anima a comprar uno de mis libros (en Amazon puedo saber cuántos libros vendo) y, entonces, me pregunto quién podrá ser ese comprador anónimo con el que me siento extrañamente identificado. ¿Comprenderá mi esfuerzo, lo que yo he querido expresar? ¿Me comprenderá? Porque en el fondo eso es lo que busco: compañía, negar mi soledad existencial, introducir a alguien más en el diálogo que tengo conmigo mismo cuando escribo.

Ya he dicho aquí que, de entre todas mis obras, las que más me agradan son las que se incluyen en la trilogía de Occidente, esto es, Sholombra, De Sholombra a Nógdam y Nógdam. Les tengo un cariño especial porque les dediqué muchos años de mi vida y porque en ellas se crea un mundo con un montón de seres dentro que forman sociedades y tienen sus normas.

Esto de crear un mundo suena raro en algunos oídos. ¿Por qué crear otro mundo en lugar de hablar de este, en el que vivimos? ¿No hay suficientes emociones y sentimientos aquí como para llenar de contenido las historias más hermosas? A eso yo respondo que sí. Y, de hecho, la mayoría de mis libros tienen como fondo nuestro mundo, incluso mi cercano mundo de Los Pedroches. Pero hay historias que solo se pueden contar después de haber creado un mundo nuevo. La Biblia es, por ejemplo, un conjunto de historias extraordinarias sobre un mundo recién creado.

Recuerdo que un amigo, en mi lejana vida de estudiante universitario, contestó a varios comentarios míos sobre una muchacha muy hermosa, a la que yo tenía idealizada, con una frase definitiva: «Sí, pero caga». Aquí, fuera de contexto, la frase resulta, cuando menos, tosca y ordinaria. Pero siempre pensé que detrás de la anécdota podría haber una historia para un libro. Por ejemplo, la de una mujer tan hermosa tan hermosa que sus heces no fueran como las del común de los mortales.

En el mundo en el que el lector y yo conectamos ahora mismo, hablar de esa anécdota me ha obligado a un esfuerzo en el lenguaje para no parecer grosero. Pero la historia completa de esa mujer existe en la novela De Sholombra a Nógdam (para mí, mi mejor obra), y en ese mundo esa mujer extraordinaria y otros hombres y mujeres (ordinarios o extraordinarios) tienen emociones y sentimientos que son como los de este mundo, como los de todo el mundo, como los tuyos, amable lector de esta página.

Las emociones y los sentimientos van asociados a la naturaleza humana y no varían ni con el espacio ni con el tiempo, ni varían con el marco en el que se desenvuelve la historia, sea real o sea ficticio. Lo importante es que el marco esté bien definido, que los personajes sean creíbles y que la historia esté bien contada.

Y hablando del marco de la historia, el marco actual de nuestra propia historia, aquel en el que ahora mismo vivimos, resulta demoledor ante cualquier mirada reflexiva. Si lo pensáis un poco, ¿no os da la sensación de que vivimos en una distopía? A mí, personalmente, me da la sensación de que el mundo que creé con la intención de que se pareciera a nuestro Occidente (por eso llamé así a la trilogía) es ahora más que nunca una réplica casi perfecta de nuestro mundo.

El desequilibrado juego entre la verdad y la mentira que nos embrutece y nos atonta está en Sholombra, los nacionalismos y los populismos que nos aborregan están en Nógdam y el poder de los oligarcas que nos oprime está en De Sholombra a Nógdam, como lo está la deriva ultra de algunas fes y de algunas ideologías de nuestro tiempo, los muros físicos que separan los países y el afán tan humano por huir de todo aquello que ilumine nuestro entendimiento si ese entendimiento nos produce pesar. En las tres está eso de lo que tanto se habla ahora, el relato, ese relato con el que los políticos y los periodistas afines a ellos nos muestran una realidad distorsionada conforme a sus intereses, están el poder, la amistad, el amor y el sexo y más, mucho más, sobre las vidas de los personajes y las vidas de las sociedades en las que esos personajes se integran (nosotros y nuestras sociedades), cuyos detalles no puedo citar sin parecer presuntuoso o sin cansar al lector.

El caso es que, en vista de que Amazon ofrece la posibilidad de publicar los libros en pasta dura, los he sacado así (aquí, aquí y aquí). No los he corregido. Ni siquiera los he leído. Lo he hecho porque me siento orgulloso de ellos y porque creo que están de máxima actualidad. Si sois de esos lectores que huyen de las obras de fantasía, sabed que estas novelas no lo son. Y si tenéis ideas previas negativas sobre las distopías, sabed que Un mundo feliz y 1984 también lo son, y ambas son obras geniales. Y acaso también sea una distopía nuestro mundo, como dije antes. ¿No pensaría eso, si nos viera, un hombre de la antigüedad o, incluso, cualquiera de nuestros tatarabuelos? ¿No pensáis eso vosotros cuando le echáis un vistazo a los libros de Historia?

En todo caso, en mi web hay mucha información sobre la trilogía y se pueden descargar gratis los archivos de todas las obras.

En mi web, también, pueden verse las reseñas que la inteligencia artificial (ChatGPT, de USA, y Deepseek, de China) hizo de cada una de las novelas, después de que le remitiera los textos y le pidiera una opinión sin revelarle que yo era el autor ni proporcionarle información que pudiera condicionar su juicio. Mi intención es publicar en este blog esas opiniones en los días que vienen.

Mi renacido interés por estas novelas creo que se lo debo a ellas mismas, que de alguna forma tienen vida propia y son independientes de mí. Y creo que se lo debo a ese yo hacedor que tanto tiempo de su vida dedicó a crearlas.



viernes, 10 de enero de 2025

La lealtad del perro guardián

 

Yo paseo con frecuencia por un camino en el que un perro enorme viene corriendo a ladrarme, furioso, amenazador, y va ladrándome pegado a la cerca de malla a lo largo de toda la finca. Ya me conoce. Me ha visto y olido muchas veces y sabe que solo paso por allí, que mi única intención es bordear la tierra de su amo y seguir mi camino. Lo sabe, pero desconfía. Desconfía de mí y de todo el mundo, aunque todo el mundo sea una buena persona y su amo no. Desconfía de todo el mundo que no sea su amo porque en su naturaleza está la devoción del lobo, del que proviene, en virtud de la cual pone todo su ser al servicio del líder de la manada, sin más razones ni más convicciones, sin criterio alguno, guiado solo por una fe ciega, aunque eso suponga la destrucción del inocente o su propia destrucción.

Los caminantes, en fin, sabemos que el perro no es el mejor amigo del hombre, sino de su amo, especialmente si se trata de un perro guardián. Lo he recordado ahora que veo en las noticias los llamamientos que hacen a la lealtad líderes de dentro y de fuera, de esto y de lo otro. Lealtad entendida no como actitud hacia la coherencia personal, sino hacia la coherencia del grupo, esa que marca el líder supremo y muta en función de sus intereses.

El perro guardián necesita de un enemigo exterior, pues solo así tiene sentido su trabajo. Su mundo es binario. Se divide entre mi amo con sus perros guardianes (los nuestros) y los otros amos con sus perros guardianes (los otros), a los que siempre se considera enemigos, pues entre los amos existe un conflicto permanente por las lindes de los terrenos.

Como el mundo del perro guardián es binario y en su cabeza no caben más razones que las órdenes de su amo, que sin embargo tiene como producto de su reflexión, para él todo lo que está fuera de su finca es el resto del mundo. No entiende de caminos públicos, ni de senderos que se bifurcan, ni que haya gente que va por un camino hoy y por otro camino mañana. Para él, está su finca y las otras fincas. Su razón y la razón del enemigo. Su amo y los otros amos.

De hecho, el perro guardián entiende mejor a los otros perros guardianes, con los que mantiene frecuentes peleas pero son de su misma naturaleza, que a esos caminantes que unos días pasan solos y otros acompañados o, incluso, que unos días van por un camino y otros por otro, libres, dependiendo de nunca entenderán muy bien qué, porque ese comportamiento inconstante no cabe en su mundo de cánones perfectos.

Y si por casualidad dudan, los perros guardianes dejan la protección de las lindes a otros compañeros y se suben a un altozano de la finca, desde donde pueden ver lo que hay más allá de los cercados. Y entonces se dan cuenta de que lleva razón su amo. De que afuera el mundo es complejo y no hay certezas, sino dilemas, incertidumbres y contradicciones, que siempre acaban asociando a la infelicidad.



lunes, 6 de enero de 2025

2024

 

          El tiempo tiene sus ritmos, sus tiempos, que son inalterables. El tiempo pasa, y ya está. De tan obvio como parece, puede resultar cándido decirlo, o incluso una simpleza. Pero precisamente porque parece tan obvio no lo es en absoluto. Y, de hecho, sin darnos cuenta, casi siempre demandamos del tiempo una condición que le es ajena: queremos que vaya más deprisa, o más lento, según nuestros intereses. Y, como eso no ocurre, muchas veces caemos en la ansiedad.

          El tiempo pasa, y ya está. Es como un tren en el que vamos todos, en el que va todo. Hay cosas que se consiguen moviéndose dentro del tren, pero las más importantes son aquellas a las que el tren te lleva. Lo saben las plantas, que dependen de las estaciones. Y los animales, que ajustan sus ciclos vitales a los ritmos que el tiempo ha puesto en la naturaleza. Y lo saben los seres humanos sabios, que tienen en la adecuada gestión del tiempo una de las asignaturas fundamentales en el arte de vivir.

          El tiempo pasa, y ya está. Y te va enseñando. Yo, por ejemplo, hice un esfuerzo enorme para hacer al mismo tiempo el servicio militar y un curso de la carrera de Derecho, que ahora descubro de poca utilidad, pues muy poco gané con ello.

          Como el tiempo pasa, y ya está, desear cumplir años para que pasen las cosas es como desear que no pasen para mantenerse joven. Yo tengo 65 años. Lo que la naturaleza (la vida) espera de mí es que me comporte como un hombre de 65 años. El otro día se lo dije a alguien en una tienda, cuando me indicó que la edad no tiene importancia, que lo importante es la disposición. «La disposición, sí, pero de acuerdo con la edad que tengas», le contesté. Así, comportarme a estas alturas como un muchacho ni sería natural, ni sería sano, ni sería estético.

          Como el tiempo pasa, en 2024 cumplí 65 años, como acabo de decir, y me jubilé. Lo hice con honores, pues como honor puede entenderse el que me despidieran con cariño mis jefes y mis compañeros. Con honores se jubiló también Carmen en 2024. De modo que ahora andamos los dos de aquí para allá sin saber muy bien en qué día estamos, pendientes de unas obligaciones que en realidad no son obligaciones, porque nos las saltamos si nos apetece, y pendientes, sobre todo, de nuestra nieta.

          Porque esa es otra. Como el tiempo pasa queramos o no, mis hijos se han hecho mayores y uno de ellos ha tenido en 2024 una hija, que ahora es el centro de atención de la familia.

          Como el tiempo pasa, no hay más éxito que el vital. Todos los demás éxitos son fruslerías, un El Dorado de baratija, el papel que envuelve el regalo de la vida. Eso también lo aprende uno con los años. Andar por esos caminos de Dios y escribir libros forman parte de la vida, solo parte, como antes lo fue el trabajo, y no la parte más importante.

          Como el tiempo pasa, un día recibiré una noticia terrible sobre mí salud, definitiva, y moriré. Pero hasta entonces estoy aquí, rodeado de los míos y escribiendo cosas como esta, y eso debería ser suficiente para mantenerme ajeno al pesimismo.

Miró atrás, al 2024, y me siento un hombre afortunado: ha ocurrido todo lo que tenía que ocurrir para mi éxito vital y tengo la sensación de ser querido por quienes de verdad me importan. ¡Qué más puedo pedir! ¡Ojalá y mis circunstancias sigan así mucho tiempo!