Hoy, mientras paseaba por el camino de
las Zorreras, que está próximo a mi casa, me he acordado del programa Imprescindibles,
que la 2 de Televisión Española dedicó hace unos días a Carlos Tena, el excelente
crítico musical y gran comunicador, con el que mucha gente de mi generación
aprendió a oír música. El nombre del camino (Zorreras) me hizo pensar que
Carlos Tena llevó en 1983 al programa La caja de ritmos a Las
Vulpes (Las Zorras, en latín), un grupo punki de chicas que hasta entonces no
había grabado nada, quienes cantaron en horario infantil una adaptación al
castellano del tema I Wanna Be, de los Stooge, que repetía en el
estribillo «me gusta ser una zorra, me gusta ser una zorra», lo menos malsonante
de la letra.
La
emisión de dicha actuación tuvo, en principio, bastantes consecuencias. Para
empezar, el programa no continuó y Carlos Tena presentó su dimisión. Pero,
además, la parte más moralista de la sociedad (encabezada por el diario ABC,
dirigido entonces por Luis María Ansón) consideró lo ocurrido como algo
escandaloso y arremetió contra sus causantes (Carlos Tena y las autoras de la
canción), quienes debieron enfrentarse a una querella criminal (las letras eran
consideradas obscenas y ofensivas para la moral pública), que luego fue
sobreseída.
Ese
sobreseimiento fue, finalmente, lo más relevante del asunto. Y es que la
sociedad de entonces digirió aquella actuación como hizo con otras muchas de
parecido o superior calado, ya vinieran de ámbitos culturales, periodísticos o
políticos, tal vez porque había mucha querencia por la libertad, incluida la de
expresión, o, lo que es lo mismo, porque había mucha aversión hacia cualquier
tipo de censura, viniera del ámbito que viniera y, especialmente, del social,
ese que marca el límite entre lo que es políticamente correcto y lo que no lo
es.
La
emisión del programa Imprescindibles sobre Carlos Tena se produce pocas semanas
después de que Televisión Española haya seleccionado la canción Zorra,
interpretada por Nebulossa, para representar a España en el próximo festival de
Eurovisión. De ella se ha dicho que es valiente y contestaria por su letra,
aunque, cuando uno la escucha, observa que no tiene nada de especial, y que su
supuesta reivindicación se limita a repetir de distintas maneras «soy una zorra,
soy una zorra», porque [la protagonista] sale sola, se divierte y alarga la
noche hasta que se le hace de día. Es decir, lo mismo que decían las Vulpes
pero mucho, muchísimo más suavemente.
Que
Televisión Española cerrara el programa que acogió a Las Vulpes y ahora escoja para
representarla una canción con una letra que supuestamente es rompedora, resulta
bastante definitorio de la situación anterior y de la actual. Antes, en los
años ochenta, las parejas de los pueblos todavía tenían que casarse si querían
vivir por su cuenta, o tenían que casarse si ella se quedaba embarazada y, por
supuesto, no había parejas oficiales del mismo sexo. Que una mujer dijera de sí
misma, en aquellos entonces, que era una «zorra» por ser libre, aunque fuera
cantando, demostraba que tenía mucho coraje. Ahora, decirlo de sí misma porque
hace lo que dice la letra de la canción que irá a Eurovisión no escandaliza a nadie ni expresa gran cosa sobre la
personalidad de quien la interpreta. A ojos de la moral imperante en cada
momento, es como si Las Vulpes hubieran blasfemado y Nebulossa hubiese dicho «mecachis».
Distinto
es que la canción vaya o no a triunfar en el festival. Cuando los votos
dependen del público (y en el de este festival hay mucho friki), la calidad deja
de ser lo más importante y se pasan a manejar otros conceptos, casi todos
relacionados con una imagen que previamente ha sido inculcada a fuerza de
publicidad. Que la protagonista parezca reivindicativa, aunque no lo sea en
absoluto, es parte del proceso, porque lo reivindicativo da puntos.
Por
cierto, todo esto de reivindicarse como zorras, es decir, como putas, no les
hace ningún favor a las putas de verdad, porque en el fondo lo que están
negando esas canciones es el carácter de zorras de las intérpretes. Es como si
las letras dijeran: te crees que soy como ellas [como las zorras] porque soy
libre, pero no, no lo soy. Las zorras, en fin, aparecen en las canciones como
el paradigma de la bajeza moral, no de la libertad.
Como
no creo que las verdaderas putas sean peores que las sociedades que las
utilizan y las maltratan y yo ni soy punki ni soy friki, me quedo con
canciones como Me llaman calle, de Manu Chao, que considero reivindicativa
de verdad y una gran obra de arte.