La Historia es como el
juego entre la memoria y el olvido. En la memoria, quedan las referencias
importantes, los hechos traumáticos o significativos, y lo demás, se olvida. En la Historia, que parte con la escritura,
se estudian los hechos importantes de las sociedades y lo demás, no se estudia.
Y los hechos importantes son los protagonizados por la gente importante.
Hasta no hace tanto
tiempo, la Historia se veía como vemos una película. En las películas hay
protagonistas, que son los que llevan el peso del argumento, hay
coprotagonistas y hay numerosos personajes secundarios. Pero en una película hay
más gente aparte de esa, están los figurantes, que no son protagonistas ni personajes
secundarios, sino parte del paisaje.
Tampoco las personas comunes,
la gente, eran nadie a efectos de la Historia.
Solo mucho después,
cuando los historiadores se dieron cuenta de la importancia que tenían las
ideas en el devenir de los cambios que aparecían en la sociedad, y
especialmente a partir de los cambios provocados por el movimiento obrero, se empezaron a estudiar los movimientos sociales.
Así que tenemos, por un
lado, a los grandes nombres y, por otro, al pueblo entendido como sujeto único
en los movimientos sociales. Ambos son ahora, en los tiempos actuales,
protagonistas de la Historia. Pero, ¿dónde quedan las entrañas de la sociedad,
sus vísceras, su minuto a minuto? ¿Dónde, la identidad de las personas que
sufren las decisiones de los grandes mandatarios, la identidad de las personas
que salían a la calle para protestar o para hacer las revoluciones? ¿Dónde, la
explicación de cómo vivían esas personas en su casa, como se ganaban la vida,
cómo se relacionaban entre ellas?
Pues bien, para saber
cómo son esas sociedades por dentro, no nos queda más remedio que acudir a los
libros de ficción, especialmente a las novelas, o acudir a libros de Historia
como La mala vida en Los Pedroches,
del que es autor José Luis González Peralbo, que incluye episodios históricos
relacionados con actividades al margen de la ley que tuvieron lugar en Los
Pedroches desde finales del siglo XVI hasta principios del siglo XX.
Cada uno de estos
episodios es una historia concreta y completa, la historia de un hecho
delictivo. Una historia en la que aparece la víctima y, normalmente, el
malhechor, que es el personaje principal. Y en la que aparecen también, en su
ser natural, toda una serie de personajes secundarios: la autoridad que
investiga y sanciona, los testigos, los familiares, los médicos y los
cirujanos, etc.
Hay un saber que entra
en las casas y ahonda en las almas, ante el que no mostramos la verdad, pero
que tiene como obligación averiguar la verdad para emitir una decisión: la
justicia. Y la justicia tiene en su ser dejar constancia de los procedimientos
que instruye, que contienen informes médicos, declaraciones, actas y toda una
serie de documentos que, con el tiempo, pasan a ser de dominio público.
José Luis González
Peralbo ha ido a los archivos de Los Pedroches, ha investigado en ellos, ha
recogido decenas de casos de mala vida de esa época que les he dicho, los ha
convertido en episodios, los ha insertado en el marco histórico general y los
ha ordenado para formar un libro que recoge, de un modo o de otro, la parte
negativa que anida en toda sociedad, parte negativa que debe insertarse en un
contexto personal, familiar y vecinal.
O dicho de otra forma, si
queremos entender la mala vida de una persona, debemos observar las circunstancias
que rodean a esa persona, lo que nos llevará a conocer a esa persona por entero.
Muchas malas vidas de muchas personas nos darán muchas circunstancias vitales,
que, sumadas, nos dirán las circunstancias de la sociedad, cómo es, en fin, esa
sociedad.
La forma de vida que se
cuenta en el libro ha llegado hasta épocas muy recientes. Lo vemos en los dos
aspectos fundamentales que, a mi entender, nos muestran la obra: uno sería cómo
eran aquellos individuos, antepasados nuestros no tan lejanos en el tiempo, que
vivían donde vivimos ahora nosotros. El otro sería cómo era la sociedad que
constituyeron.
En cuanto a las
personas, cabe decir que la inmensa mayoría vivían con poco, según se desprende
de los inventarios de bienes recogidos en el libro. Eran pobres, muy pobres.
Comparados con lo que se tiene hoy, eran pobres hasta los ricos, así que nos
podemos hacer una idea de lo pobre que era la gente común y lo miserable de la
vida de los pobres de entonces. La motivación principal de la mayoría de la
gente era sobrevivir, y a la supervivencia estaba destinada la mayor parte de
su tiempo y su actividad vital.
En esas condiciones, no
debe extrañar el peso que tenía la religión, como lo tiene en muchas personas
que sufren, a la que se veía como una esperanza reparadora e igualadora en la otra
vida, pues pocas veces cabía esa posibilidad en esta. La religión, además, era
única y obligatoria, tan obligatoria que exigía para lo importante la limpieza
de sangre.
Quienes desempeñaban
estos oficios aparecen en el libro porque nadie se encontraba al margen de la
mala vida, pero esas consecuencias judiciales, ya en el mismo procedimiento, y
por supuesto en las penas, no eran lo mismo para unos que para otros.
Los gitanos lo tenían
más complicado. Tampoco se trataba bien a los forasteros, a la gente de vida
errante y a los que andaban de pueblo en pueblo sin querer arrimarse al
trabajo.
La sociedad que recoge
el libro es injusta, porque no trata por igual a los seres humanos, al
contrario, trata mejor a los poderosos que a los débiles, especialmente en la
primera época, y es cruel, porque no castiga con proporcionalidad, sino de
forma vengativa y con carácter ejemplarizante.
Es una sociedad pobre
en lo económico y pobre en lo moral, en la que el peso del trabajo recae sobre
los más desfavorecidos, sobre los que también recae el mayor peso de la
justicia. Llama la atención, por ejemplo, el valor que se le da al perdón de la
víctima, como si el delito se hubiera cometido solo sobre a ella y no sobre conjunto
de la sociedad.
La sociedad que se
muestra en el libro era comarcal, mucho más que lo es ahora. Los Pedroches de
aquel entonces no coincidían exactamente con los límites administrativos actuales.
Eran unos límites mucho geográficos, más físicos, y llegaban más lejos,
singularmente más lejos por el norte.
La gente iba de un
pueblo a otro con muchísima facilidad, yo creo que porque muchos de los
habitantes de Los Pedroches vivían en el campo y había una red de caminos y
veredas muy extensa que conectaba unos lugares con otros, unos pueblos con
otros.
Probablemente la
llegada de los vehículos a motor, que limitó la circulación a los mejores
caminos, luego convertidos en carreteras, contribuyó a que la gente viviera en
los pueblos, e hizo que ese movimiento entre unos pueblos y otros fuera menor.
Los forasteros eran,
por lo general, gente más humilde aún que los residentes de Los Pedroches. De
San Pedro de Rocas y Lobaces, en el obispado de Orense, por ejemplo, vinieron
unos gallegos que decían había salido de sus tierras para Castilla a trabajar
haciendo sogas y poder ganarse la vida, porque en su tierra había mucha
miseria.
Como forasteros que
eran, eran mal vistos. Así que la autoridad de Torremilano los alistó a la
fuerza como soldados en la leva a que estaba obligada esa población. Ahora
bien, los gallegos quebrantaron la prisión y se fugaron, huyendo por un
hornillo situado en una corraleja, junto a una escalera de piedra.
De los gallegos, nunca
más se supo.
En general, de los que
huían de la justicia nunca más se sabía, a menos que se entregaran luego. Y no
había que ir muy lejos. Bastaba con traspasar los límites de la comarca para
desaparecer a ojos de la justicia que los perseguía.
El mundo, entonces, era
más grande, más confuso y más opaco que ahora.
De todo lo antedicho,
cabe deducir que, aunque muchas veces se echan en falta hoy valores de
entonces, no era una sociedad mejor armada moralmente que la nuestra. La
principal virtud de aquella sociedad, que hoy se echa en falta, era la
capacidad de respuesta ante el sufrimiento, quizá porque la gente sufría mucho,
muchísimo, y estaba acostumbrada a ello.
La miseria, el miedo y
el sufrimiento eran los principales componentes emocionales de que estaba hecha
aquella sociedad oscura. El miedo debía de ser macizo, plúmbeo, debía meterse
en la memoria, en los huesos y en los sueños. El miedo a lo desconocido y el
miedo a lo conocido. Fueras inocente o culpable. Fueras bueno o malo. Porque
todo el mundo era presuntamente culpable.
Dice José Luis González
Peralbo en el libro, por ejemplo, que el tormento era aplicado a los testigos
de los que se sospechara que sabían la verdad y no colaboraban lo suficiente.
La gente común, especialmente los pobres, temen a las autoridades y a la
justicia tanto o más que a los propios criminales.
Lo pobres más de verdad
estaban obligados a andar por el borde la ley para sobrevivir, o directamente,
a eludir la Ley, a pesar del castigo descomunal que eso suponía. Estaban obligados a sisar, a
escurrirse, a robar algo tan de los cerdos como las bellotas, a ser eso que protagonizaba buena parte
de la literatura de los primeros tiempos de entonces, a ser un pícaro. De
hecho, se ve que detrás de la vida de la mayoría de la gente hay una historia
que es una verdadera epopeya de la supervivencia.
Para contar esas
historias se necesita de una gran habilidad comunicadora. Se necesita, especialmente,
cuando la historia se cuenta de viva voz y se interpreta y en libros como La mala vida en Los Pedroches, donde se
recogen historias de los archivos y uno está obligado a extraer de ellas lo
mejor y más ameno.
José Luis, como buen
historiador que es, ha ido a los archivos y ha recogido las historias, pero
para presentarlas al público en un libro ha tenido el acierto de actuar como un
perfecto narrador. Y, para ello, se ha introducido en el texto él mismo. Ha
contado lo que hay y ha opinado. Lo ha hecho dotando de ironía y gracia al
texto e introduciendo esa suerte de chascarrillos sonoros que son los
epigramas, que emplea a modo de
corolario, como la aleccionadora moraleja de una fábula.
Con La mala vida en Los Pedroches, en fin, el
lector pasará buenos ratos, que es un generoso fin en sí mismo, se enterará de
cómo eran nuestros antepasados y la sociedad que tejieron y, cuando lo termine,
se quedará con un regusto muy agradable.
* Extracto de mi intervención en la presentación del libro.