Hace como treinta años,
mientras paseaba con Carmen por La Coruña, descubrí en el escaparate de una
tienda de arte el póster de un faro a punto de ser engullido por un mar en tempestad.
La fotografía mostraba al farero en la puerta de la construcción, con las manos
metidas en los bolsillos, y al faro rodeado de un impresionante anillo de agua
y espuma, en lo que parecía el momento anterior al fin de todo. Era tarde y la
tienda estaba cerrada, pero a la mañana siguiente volvimos y compramos el
póster, que enmarcamos y colocamos en nuestra habitación, justo encima de la
cama, donde lleva desde entonces.
La fotografía es una
conocida obra de Jean Guichard tomada en el faro de La
Jument (Bretaña, Francia). El farero se llamaba Théodore Malgorne, que en
el último instante salvó la vida.
Yo siempre vi en el farero
de aquella foto una alegoría de mi profesión, secretario de Ayuntamiento. El
secretario está en el meollo de todos los conflictos de una pequeña comunidad
local, que pueden llegar a ser verdaderamente tormentosos: los que existen
entre los trabajadores y la empresa, entre los ciudadanos y el poder, entre el
hecho y el Derecho y, particularmente, entre los mismos políticos, el que le es
más duro de sobrellevar, pues él tiene acceso a toda la información y sabe cuánto
más y cuánto mejor podría hacerse por el pueblo si los concejales, en lugar de ahondar
en los puntos que los separan, buscaran los que los unen y miraran a cada
vecino no como un posible votante, sino como un ciudadano.
El secretario de
Ayuntamiento sabe y calla. Al secretario de Ayuntamiento, en especial cuando el
vecindario es escaso, le duele el Ayuntamiento que le paga y el pueblo al que
en último extremo sirve y casi nunca lo comprende, pues quienes deciden lo
suelen utilizar como escudo cuando la decisión no les es favorable. La de
secretario de Ayuntamiento es, en fin, una profesión muy literaria, que sin
embargo no ha sido tratada suficientemente por la Literatura.
Yo, que soy secretario de
Ayuntamiento y soy aficionado a escribir, andaba queriendo armar una novela que
hablara de mi profesión cuando descubrí la fotografía de Jean Guichard y uní la
imagen del farero a la idea de alguien capaz de lidiar con todas las tormentas
de la vida, singularmente las políticas, como idea central de una posible
historia. Casi nunca escribo sobre guion, así que me puse a escribir. Lo hice
durante unos dos años, y lo que acabó cuajando fue una historia que no detallo
porque me refiero a ella en la reseña que sigue a este comentario. Luego,
vinieron más de seis años en los que la novela estuvo en un cajón y, en 2005,
un premio literario que la sacó del ostracismo y la metió en los circuitos comerciales.
Pasados más de quince años de aquello, he recobrado los derechos sobre la obra y la he reformado profundamente para adaptarla a la conciencia de la época y a mí mismo, de manera que quien haya leído la versión anterior encontrará ahora una construcción reconocible, pero más enérgica, más profunda y, en último término, más intensa y más hermosa.
Mi intención era, además,
adecentarla y ponerla guapa antes de darle al público en general la posibilidad
de adquirirla en papel o, si quiere, de descargarla gratis a través de mi
página. El farero, que andaba rodando por ahí, de web en web, sin permisos y
sin los requisitos técnicos suficientes, puede circular ya con todas mis
bendiciones, corregida y reformada, para mayor provecho de quienes tengan a
bien la voluntad de leerla.
Antes de terminar, creo
obligado mencionar la colaboración de Jorge García y Miguel Castilla, a quienes
suelo acudir cuando en esto de la Literatura dudo o necesito ayuda. La obra
original estaba dedicada a Carmen María, que entonces compartía conmigo el
lecho que había junto a la foto del faro, y lo está dedicada ahora la obra
reformada, ahora, que la foto continúa en el mismo sitio y todo sigue
esencialmente igual en nosotros y entre nosotros.
Por cierto, también los dos protagonistas masculinos de la novela tienen la foto del faro de La Jument sobre el cabecero de su cama.
La portada es de Pablo Daniel Rodríguez (Dragonbookcovers.com) Reseña de la contraportada |
Huyendo de una experiencia
traumática, un funcionario pide ser destinado como secretario al Ayuntamiento
de Yermo, un pequeño pueblo del interior de España. Nada más llegar, unos
extraños sucesos lo ponen ante una terrible evidencia: su antecesor en el cargo
previó su propio asesinato y tejió un plan perfecto para comprobar si su
sucesor merecía acceder al excepcional conocimiento que lo llevó a él hasta la
tumba de una forma atroz. Ante la mirada expectante de unos enemigos imprecisos,
el nuevo secretario se ve fatalmente arrastrado a vivir la misma vida que su
antecesor –amores incluidos– y, quizá, a tener su mismo fin.
El farero es un apasionante thriller
psicológico, una novela de erotismo y misterio en la que los personajes, especialmente
los femeninos, quedan perfectamente descritos por el ágil e intenso discurso de
la narración. El amor, la pasión, el rencor, la envidia y la ambición se
manifiestan con violencia en el alma de los protagonistas, hombres y mujeres
contemporáneos que actúan bajo el influjo de una personalidad excepcional cuyo
dueño nunca está presente e impulsados por el afán de mitigar su propia
soledad.
El Farero ganó el I premio Almuzara de novela
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