Durante
la Segunda Guerra Mundial, España se mantuvo imparcial, lo que permitió a los Aliados
pasar libremente por el estrecho de Gibraltar, donde el Reino Unido disponía de
una base permanente. Pero la situación habría sido distinta si, como podría
suponerse, España se hubiera aliado con las Potencias del Eje o hubiera sido
invadida por Alemania, ante la que el régimen de Franco, con un ejército
antiguo y un país exhausto, nada habría podido hacer.
Urgidos por
esa eventualidad, los Aliados pensaron en una posible invasión de la península
Ibérica desde el Sur. La operación, a la que llamaron Backbone, era muy
compleja y necesitaba de estudios sobre el terreno para determinar el mejor
lugar en el que realizar el desembarco. Necesitaba, en fin, de espías que
analizaran las defensas instaladas en la zona mediterránea de España, desde e Gibraltar hasta Almería, y realizaran otros trabajos de campo.
Para llevar a
cabo esa labor, nadie mejor que los nativos de la zona. Españoles con esas
características había muchos en el norte de África, ya conquistado por los
Aliados a las tropas del régimen francés títere de Vichy. Eran excombatientes republicanos,
que se habían exiliado al final de la Guerra Civil, habían sufrido los rigores
de los trabajos forzados en los campos de concentración del desierto y se
habían establecido, especialmente, en el Oranesado (Argelia), donde desde hacía
mucho tiempo los españoles eran mayoría entre los extranjeros, hasta el punto
de que el mismo Franco urdió una operación (conocida como Cisneros) para
invadirlo entre 1940 y 1942, aprovechando la derrota de Francia por Alemania.
El servicio
secreto norteamericano contactó con el Partido Comunista Español en el norte de
África, el mejor organizado y el más numeroso, y le propuso que fueran miembros
del mismo naturales de la zona los que, una vez formados como espías, fueran
desembarcados en las costas españolas para llevar a cabo labores de información
estratégica para los estadounidenses como parte de la operación Backbone. Los
comunistas españoles aceptaron, si bien añadieron a la misión que les era
encomendada la misión propia de procurar los elementos materiales y humanos
necesarios para recomponer la guerrilla que estaba actuando en el sur de España
contra el régimen de Franco.
Los españoles
seleccionados fueron formados para tal fin y desembarcados cerca de Maro (en el
extremo oriental de Málaga), desde donde iniciaron una aventura que incluyó
cantidades enormes de ilusión y otras tantas de frustración, numerosos protagonistas
soñadores y no menos personajes oscuros, mucha vida al límite, mucho dolor y
mucha muerte, y, en todo caso, una gran variedad de peripecias, amores y
traiciones incluidas, una aventura, en fin, digna de ser conocida y de una gran
novela.
La historia,
que siempre estuvo ahí, fue desvelada hace unos años por el magnífico
documental Espías en la arena, de Quindrop Producciones Audiovisuales (puede enlazarse aquí). La gran novela, que utiliza la
historia y la recrea literariamente, ha sido escrita por Jean François Bueno,
natural de Orán e hijo de Francisco Bueno Ledesma, uno de los protagonistas de
la historia real, y lleva por título El espejo para alondras (editada en español por Triciclo editores).
Escribo esto
después de ver el documental, que he tenido la precaución de posponer a la
lectura de la novela, dado que no quería saber lo que contarían las páginas
siguientes, y puedo decir que la novela de Bueno responde con ejemplaridad a
los cánones que siguen las novelas históricas, en las que el marco ambiental se
recrea con la máxima realidad, se dota de carácter a personas conocidas para
convertirlas en personajes y se teje una trama sobre la base de lo ocurrido,
aunque se adopten las licencias necesarias para hacer más atractivo el
argumento, a fin de convertir lo escrito no en una crónica de sucesos, sino en
una verdadera obra de arte.
Bueno ha
recreado perfectamente la época sobre un marco geográfico complejo, que abarca
lugares diversos en tres continentes distintos, haciendo especial hincapié en
aquellos que son la base de la novela, los del norte de África y los de la
costa oriental malagueña, de una forma tan minuciosa que solo quien ha vivido
en ellos tendría la capacidad para hacerlo. En ese ambiente, los personajes se
mueven al ritmo que mejor le interesa al lector. La historia camina dando
saltos hacia adelante o hacia atrás por los numerosos ambientes descritos,
fragmentada en capítulos breves que hacen más descansada y amena la lectura, con
un lenguaje pulcro y sencillo, de frases cortas y párrafos justos, siguiendo los
cánones modernos que utilizan los superventas, a lo que ayuda la gran
traducción realizada al español, pues el original se escribió en francés.
Los protagonistas
son republicanos españoles, comunistas, por más señas. Además, son unos soñadores
(alondras, si se quiere, pájaros que se dejan seducir por espejismos). Son, en
fin, comunistas españoles soñadores que viven fuera de su país inmediatamente
después de una guerra que han perdido. La novela no es ajena a esa realidad: los
protagonistas ven el mundo como lo que son, desde su ideal punto de vista. Y en
ese mundo está la España de tantas formas perdida y el ascua ardiendo de la
ayuda americana, a la que se agarrarán en contra de sus principios, en cierta
manera, a pesar de ellos mismos.
La novela
abraza el punto de vista republicano sin obviar la complejidad de una España
dividida en dos bandos casi iguales que, como en aquel cuadro de Goya, han luchado
a sangre y fuego, vecino contra vecino, amigo contra amigo y hermano contra
hermano. La familia del protagonista (el padre del autor) es un claro ejemplo
de ello. Pero hay más. Lo que viene a demostrar que esta novela es una pincelada,
otra más, en la necesaria descripción de la realidad compleja que es esa parte
de la Historia de España, a mi juicio una continuación del cainita y desastroso
siglo XIX español, lleno de espadones, iluminados y otros personajes del
estilo, intransigentes y sanguinarios. Un siglo XIX cuyo fin, en España, no llegó sino hasta 1978.
La novela
tiene un epílogo que detalla lo que fue de los protagonistas reales, del que
puede deducirse que casi todos los supervivientes, aunque abandonaron el comunismo,
no dejaron de ser de izquierdas y acabaron reencontrándose con España.