domingo, 23 de agosto de 2020

Tratado de lo que ignoro (el libro)

           

        Trabajar sobre lo que uno guarda dentro de sí para desenredarlo y comprenderlo es hacerlo sobre lo que guardan los otros, ya que nadie es esencialmente distinto del resto, y es trabajar sobre la esencia de lo supremo, se llame esa esencia Naturaleza, Dios o se llame Gran Hacedor del Universo, pues sabido es que todas las naturalezas y todos los dioses piensan y sienten como los seres humanos, aunque para los creyentes el proceso sea inverso.

            Yo trabajé durante los últimos años escribiendo entradas para el blog que titulé Tratado de lo que ignoro sin otra intención que calmar la necesidad de conocer. Lo hice, por lo general, a partir de una idea que me venía en aquel mismo momento y sin proyecto alguno, de modo que el producto final casi siempre me parecía sorprendente.

            Escribí sobre mí y sobre todo aquello que me rodeaba: sobre mi familia, sobre mis amigos, sobre mi trabajo, sobre la sociedad en que vivía y sobre la política en general. Escribí con el afán del que explora, un punto desconcertado y con cierto respeto por lo que podía descubrir. Lo que se recoge aquí es una parte de ese trabajo, la que ahora me parece más grata y es lo suficientemente representativa.

Foto original para la portada: Pablo y José Luis caminando una mañana de invierno por la sierra de Los Pedroches

            He agrupado esos escritos en temas que en buena parte coinciden con los que tenía en el blog. En «Seres humanos» hay menciones expresas a personas concretas y las hay en abstracto o a la sociedad. Pero también las hay en «Lugares», en «Senderos», en «En el Camino de Santiago» y, especialmente, en «Viviendo en la distopía», que escribí durante el aislamiento por la pandemia del COVID-19, pues todos mis escritos están impregnados de caos, de reflexión y  de asombro, por ese orden. Aunque en el blog había muchas entradas sobre política general, en este libro solo se recoge una, a modo de resumen, pues la actuación política me descorazona y no quería transmitir esa sensación en una recopilación en la que aparecen con sus nombres mi mujer, mis hijos y mis padres, entre otros seres que amo o he amado.

Ya aviso al paciente lector que el resultado es muy asequible y que, tal vez, le parezca un punto tibio, o incluso cándido. Quizá eso se derive de mi pretensión de acércame a la realidad como lo haría un testigo en un juicio, al que se le pide toda la verdad, y no como suelen hacerlo los comentaristas políticos o las líneas editoriales de los periódicos, para quienes la verdad tiene muchas caras, lo que suele servirles de disculpa para ofrecer solo una, la que ellos ven desde el lugar en que los ha ubicado su ideología, que no por casualidad es también la ideología de sus seguidores. O quizá se derive de mi repulsa al modo en que se crea la opinión en las redes sociales, muchas veces con carácter impostado o anónimo, esto es, sin que pueda apreciarse la coherencia entre la actuación del opinante y su opinión y sin que nadie se haga responsable de ella, con lo que el buen juicio reniega de su esencia, pues no creo que haya opinión válida sin responsabilidad. Opinión que, luego, cargada de odio, estupidez y mentira, circula por esas redes a la velocidad de la luz, en un proceso de retroalimentación permanente de los prejuicios y anulación del libre discernimiento.


En realidad, lo que encontrará aquí es un continuo viaje por lo más teórico de la naturaleza humana, que no siempre es lo más obvio. No hay aquí pretensiones didácticas ni científicas y su fondo tiene más que ver con la Lírica que con la Sociología o la Ciencia Política. Por eso, me gustan  más las entradas que dedico a la familia y los amigos y las más abstractas y especulativas, como las que llevan por título O Pedrouzo, La trama del olivo y la luz. Pero nunca se sabe qué le gustará al lector, pues en todo placer ajeno hay un misterio.

Si este libro tuviera alguna pretensión, esa sería la de sacar al lector del grupo para convertirlo en unidad consciente. Pero como reconozco lo arduo del empeño, me conformaría con que el lector reconociera como propias algunas de las emociones que aquí se expresan. Comulgar con quien lee su obra es el mayor premio para el escritor, y lo es especialmente para mí en un libro como este, donde hay recogidas tantas de mis emociones y mis sentimientos, tanto de mí mismo, en definitiva.


Portada del libro en papel