sábado, 25 de enero de 2020

Mi padre


Mi padre era una de esas personas que interesa tener cerca porque generaba armonía en el ambiente, porque hacía fácil lo difícil, porque comprendía y sosegaba.

Mi padre era alegre y vitalista. Le encantaba viajar y casi todo le dejaba una impresión positiva, que guardaba en la memoria para siempre o en una libretilla donde apuntaba lo que la memoria no recogería.

Mi padre hablaba con todo el mundo. Cuando salía a dar un paseo, tardaba mucho en volver, porque la gente lo paraba para preguntarle por su familia o por el Sevilla, para contarle sus cosas o por el placer de recibir de él esa energía positiva que transmitía de forma natural.

Mi padre adoraba a su familia. Mi padre se sentía muy orgullo de sus hijos y de sus nueras. A mi padre le encantaba hablar con sus nietos por videoconferencia y por teléfono. Cuando se despedía en persona de ellos, los abrazaba como si fuera la última vez, con un abrazo largo, ceñido y callado.

Mi padre quiso mucho a mi madre, aprendió a suplirla cuando ella se puso enferma y la cuidó durante mucho tiempo.

Mi padre nunca perdió la inmensa lucidez que tenía y hasta sus últimos días conservó la memoria intacta.

Mi padre era una persona extraordinaria. Por eso, si volviera a nacer y me dieran a elegir, yo querría tener un padre como mi padre. Y por eso, cuando muera y no sea más que las huellas que he dejado por el mundo, yo quiero que mis hijos me recuerden como yo recuerdo a mi padre.

Mi padre, que hace mucho tiempo me expresó su deseo de vivir hasta los noventa años, murió con noventa años, de repente, sentado en el sillón, sin sufrir y sin hacer sufrir. Él se merecía una muerte así y a nosotros fue el último favor que nos hizo.