Mucha gente aún sigue creyendo que las entidades
financieras viven del dinero que ellos han depositado previamente, con el que
le prestan dinero a otros a cambio de un interés. No saben que las entidades
financieras no traspasan depósitos de una persona a otra, sino que crean, a la
vez, depósitos y deudas en el mercado. No saben que ahora las entidades de
crédito bancarias tienen dinero gratis del Banco Central Europeo, o incluso que
este les paga un interés por recibir dinero.
Mucha gente aún sigue creyendo que las entidades
financieras son el coco, que son el paradigma del capitalismo más salvaje, y
las insultan, y preconizan poco menos que su desaparición. No saben que las
entidades financieras no son como otras empresas, que son esenciales en
sociedades como la nuestra, en la que los proyectos se ejecutan desde ya con el
dinero que se tendrá en el futuro. El proyecto de una familia, por ejemplo, que
aún no dispone de fondos para comprar una casa, o el proyecto de un joven que tiene
una idea y quiere ponerla en práctica, o el de una empresa que quiere ampliar
el negocio o quiere innovar.
Mucha gente aún sigue creyendo que los bancos fueron
rescatados hace unos años, y que eso supuso un fuerte desembolso por parte del
Estado, es decir, de todos los ciudadanos. No saben que, excepto raras
excepciones, los bancos no fueron rescatados, sino que lo fueron las cajas de
ahorros, en las que gobernaban (y cobraban muy bien por ello) políticos,
sindicalistas e impositores, y, en ocasiones, algunos obispos. No saben que lo
que entonces se echó en falta fueron buenos profesionales que actuaran con
auténticos criterios empresariales.
Mucha gente se pregunta qué está pasando cuando la entidad
financiera con la que trabajaba cierra la oficina de su pueblo. Solo entonces
se da cuenta de que las entidades financieras prestan un servicio esencial, por
el que tal vez habría que pagar un precio, igual que se paga por el servicio de
panadería o por el que prestan los bares. O incluso como el que presta Correos.
Que ese servicio es un servicio público es la mayor razón
para que las entidades financieras sigan en los pueblos pequeños. Y lo es
especialmente cuando se trata de oficinas de cajas o de cooperativas de
crédito, dado que no tienen como fin único ganar dinero, sino también otros de
carácter social.
El cierre de la oficina de una entidad financiera tiene un
valor añadido que lo convierte en traumático, pues parece irreversible y se
asocia enseguida al bajón económico. El cierre de esas oficinas perjudica a
todo el mundo, pero especialmente a los vecinos mayores que no pueden
desplazarse a otros municipios, porque no disponen de medios, y ni saben ni
sabrán nunca operar por internet. Un cierre así genera incomodidad y es un
golpe en los bolsillos, pero es sobre todo un golpe moral, que pone al pueblo
frente al espejo, en el que puede ver con toda crudeza la descomposición de su
realidad.
Las entidades financieras, especialmente las que tienen
algún fin social, deberían ser más sensibles ante el escenario del
despoblamiento. No anunciar el cierre con antelación, por ejemplo, o
comunicarlo tres o cuatro días antes no tiene nada que ver con la viabilidad de
la empresa y es, simple y llanamente, un insulto a los clientes que durante
años confiaron en ella.
La relación entre un pueblo y las entidades financieras va
más allá de lo puramente comercial, es una relación de servicio público, y
obliga a la comprensión y el entendimiento mutuo. Igual que la empresa de aguas
va al pueblo unas cuantas horas a la semana para gestionar las altas y las
bajas y la trabajadora social unos cuantos días para tratar los asuntos que son
de su competencia, la oficina de la entidad financiera debe abrirse un tiempo
mínimo para la adecuada prestación de sus servicios. Así ocurre con el mercado
de abastos y con el mercadillo.
La oficina de Caja Rural del Sur cierra en Torrecampo,
después de estar muchos años abierta. Los hemos sabido hace unos cuantos días.
Los directivos de la Caja Rural del Sur, una cooperativa de crédito, deberían
reconsiderar su decisión, introduciendo ahora en sus cálculos el dolor que podría
generar en el vecindario.
*Publicado en el semanario La Comarca.