miércoles, 3 de enero de 2018

Las relaciones*

             No es lo mismo, ni en lo económico ni en lo emocional, estar soltero y ganar cuatro mil euros que estar divorciado y ganar cuatro mil euros. A algunos casados se les olvida esta sutil diferencia, no tan evidente como podría parecer.

Un casado que gana cuatro mil euros y ha visto enfriarse su matrimonio puede pensar que le iría mejor divorciándose. Se puede hacer ilusiones pensando que podría encontrar otra pareja, con la que recobraría la pasión juvenil que ha perdido, y que tendría más dinero para gastar, dado que su mujer solo gana dos mil euros. Puede pensar, en fin, que sería más feliz. Pero si se divorcia tendría que buscarse otra casa, probablemente perdería a los hijos, quizá los amigos acabarían yéndose solo con su mujer y tal vez no encontrase pareja, o encontrase una peor que la que ha dejado. Podría ser, incluso, que sus ingresos dependieran en buena parte de sus relaciones cercanas y, dado que se han visto alteradas, ya no ganase cuatro mil euros, sino menos. Podría ser, en suma, que sus ingresos disminuyeran, sus gastos se incrementaran y se deteriorasen casi todas sus relaciones personales.

A un casado que ha visto enfriarse su matrimonio lo primero que le interesa es devolverle el calor. En todo caso, antes de romper su matrimonio debe pensar que una relación de pareja es más compleja de lo que pueda parecer y que, asociadas al matrimonio, hay otras muchas relaciones de las que depende y dependerá su felicidad. Debe pensar, en resumen, que la felicidad depende siempre de la calidad de las relaciones personales y actuar en consecuencia.


El símil me sirve para hablar de las múltiples relaciones que tienen los ciudadanos de Cataluña con España, que han ido formándose a lo largo de muchos siglos. Esas relaciones son de todo tipo. Son, en primer lugar, personales: hay muchos catalanes que se consideran españoles. Además, un gran número de catalanes ha nacido fuera de Cataluña y muchos de ellos se consideran tan catalanes como andaluces o extremeños, por ejemplo, es decir, tan catalanes como españoles, lo que le ocurre también a buena parte de sus descendientes. Al revés, muchos catalanes se han ido a vivir a Madrid o a Zaragoza, por ejemplo, y se consideran tan catalanes como madrileños o zaragozanos, es decir, tan catalanes como españoles. E, igualmente, muchos españoles sienten que forman una comunidad vital con los catalanes, distinta de la que forman, por ejemplo, con los portugueses o los franceses, y piensan que las playas de Cadaqués son tan suyas como las de Málaga o Ribadeo.

Por eso no se puede romper una relación afectiva entre Cataluña y España sin que dicha ruptura adquiera un carácter traumático. Es más, dado el importante número de catalanes que se consideran españoles, esa ruptura no puede realizarse sin que resulte traumática dentro de la propia sociedad catalana. La hispanofobia y la catalanofobia son dos de los resultados de ese trauma que se vislumbra, como lo son los silencios en las conversaciones entre familiares y amigos y la ruptura de los grupos de whatsapp de ciudadanos catalanes.

Las relaciones son, también, económicas. Y lo son atendiendo a la singularidad de cada territorio. Así, dado que Cataluña es esencialmente industrial, vende sus productos al resto de España, que es quien los compra y a su vez vende a Cataluña las materias primas con las que esos productos se elaboran. Los comerciantes, por mucho que vendan y listos que sean, siempre dependen de los compradores. Y los compradores ofendidos en su amor propio pueden dirigir sus pasos a otros vendedores, incluso aunque el producto les cueste más dinero, incluso aunque acaben perjudicándose ellos mismos. Una ruptura traumática en lo afectivo, en fin, afecta inmediatamente a lo económico por los dos lados, pero más por la parte que más tiene que perder, que son los vendedores.

Las relaciones son, por último, institucionales. Quiero decir que hay una serie de vínculos privados y públicos que no se pueden romper sin que se creen otros nuevos que los sustituyan, como se está poniendo de manifiesto con el Brexit, cuya dificultad es enormemente inferior. Las decenas de miles de leyes y reglamentos, las cotizaciones a la Seguridad Social de los trabajadores, la deuda pública acumulada, las fronteras, los tratados internacionales, los pasaportes, los matrimonios mixtos, etc., no son sino una mínima expresión de lo que une a unos territorios con otros cuando hay de por medio una Historia común en condiciones de igualdad.


Por eso no se puede hablar de una ruptura al estilo colonial, donde no hay disolución afectiva y apenas hay una fractura económica e institucional.

A las relaciones entre Cataluña y España deben añadirse las existentes ahora con Europa. Cataluña se relaciona con Europa como parte de España. Una ruptura traumática con España supondría inmediatamente una ruptura con Europa, con todo lo que eso significa de pérdida en lo afectivo y, sobre todo, en lo económico, pues Europa es el mercado sin fronteras, la que compra y la que invierte, la que da cobertura a la banca, la que define la política monetaria y mantiene la estabilidad de los precios, de Europa vienen, en fin, las subvenciones a la agricultura y a la ganadería.


Durante muchos años los catalanes han pensado que serían más felices unidos con el resto de los españoles que yendo a su aire, solos. Ahora, hay casi una mitad que piensa lo contrario. Cada uno puede pensar y desear lo que quiera, faltaría más, pero estaría bien que antes de seguir adelante echaran cuentas de lo que pueden perder por el camino, pues son muchas las relaciones que los unen con los demás catalanes, con el resto de españoles y con Europa. Tal vez, como el casado que ha visto enfriarse su matrimonio, en lo primero que deberían pensar es en devolverle a esas relaciones el calor. Creo que, entonces, encontrarían en la otra parte todo el calor que han perdido.

* Publicado en el semanario La Comarca
(Las fotos son de Juan)