Según
el Google Maps, desde mi casa hasta Obejo por el camino de Pozoblanco a Montoro
en el primer tramo y por la estrechísima y muy poco transitada CO-6411 luego,
hay 42,2 kilómetros, que Pablo y yo nos dispusimos a recorrer con buen ánimo a
las 7:30 de la mañana, todavía de noche y lloviznando, aunque las previsiones
de las webs meteorológicas anunciaban nubes y claros sin agua a partir de las
9.
A
partir de las 9, en efecto, cuando íbamos más o menos por el sitio conocido
como Cañada de la Pila, dejó de llover y nos quitamos los impermeables, que ya
no volvimos a ponernos en todo el día. Para entonces, el viento era leve, la
temperatura era suave y el cielo estaba encapotado, es decir, se daban las
condiciones ideales para la caminata, de manera que, tras hacer dos cortas
paradas reponedoras de fuerzas, sobre las 14:20 estábamos junto a la desviación
de El Comandante, después de haber subido el puerto de La Canaleja.
Desde
allí hasta Obejo hay unos diez kilómetros, lo que teniendo en cuenta que no
eran de subida y el ritmo que traíamos, habríamos tardado en recorrer menos de
dos horas, de manera que sobre las 16:15, como mucho tardar, habríamos
concluido nuestro viaje.
Esas
eran las previsiones, pero ya se sabe que el camino es la mejor alegoría de la
vida y que en el viaje y en la vida siempre es una tentación la senda más corta.
A Pablo le habían hablado de un camino que, un poco más adelante de donde nos
hallábamos, toma directamente la dirección de Obejo, con lo que se evitan
algunos kilómetros. Y esa misma información nos la habían confirmado dos
personas con las que nos habíamos topado aquella misma jornada.
El
caso es que tomamos la trocha según las indicaciones, pero a poco de iniciarla
ya vimos que no sería tan fácil seguirla, pues tiene muchas bifurcaciones de
caminos con firme igual o parecido y no está bien definida en los mapas ni en
las fotografías aéreas. Con todo, fiándonos de nuestra intuición y de los
móviles y con la confianza de que Obejo se veía en el horizonte cuando gateábamos
algún cerro, tiramos para adelante. El móvil nos sirvió, además, para llamar
por teléfono a un conocedor del lugar cuando la duda se volvió insoluble y para
ser conducidos por él cuando a una duda siguió otra y luego otra.
Ya
se habrá figurado el amable lector por qué está entrada se llama como se llama,
pero también podría referirse a los malentendidos. Lo digo porque a veces la
información no fluye como debiera entre dos personas debido a un error inicial.
El caso es que, porque no le habíamos dado la información adecuada, quien nos
guiaba por teléfono pensaba que íbamos en coche y nos llevaba por pistas aptas
para vehículos, a los que cinco kilómetros más o menos importan poco, como le
importan poco si son de subida o de bajada. Importan, sin embargo, y mucho,
para dos senderistas que llevan todo el día andando.
Digo,
finalmente, que después de andar y desandar algunos tramos y tomar pistas y
gatear cerros, llegamos a Obejo a las seis en punto de la tarde, cayendo ya la
anochecida, después de haber recorrido a pie más de 51 kilómetros, muchos de
ellos por caminos de sierra.
“Nunca
cojas trochas”, le dije a Pablo en un bar de Obejo, remedando la moraleja de un
cuento que me narraron en ahora no sé qué pueblo de Los Pedroches.