sábado, 30 de diciembre de 2017

Nunca cojas trochas

                Según el Google Maps, desde mi casa hasta Obejo por el camino de Pozoblanco a Montoro en el primer tramo y por la estrechísima y muy poco transitada CO-6411 luego, hay 42,2 kilómetros, que Pablo y yo nos dispusimos a recorrer con buen ánimo a las 7:30 de la mañana, todavía de noche y lloviznando, aunque las previsiones de las webs meteorológicas anunciaban nubes y claros sin agua a partir de las 9.

                A partir de las 9, en efecto, cuando íbamos más o menos por el sitio conocido como Cañada de la Pila, dejó de llover y nos quitamos los impermeables, que ya no volvimos a ponernos en todo el día. Para entonces, el viento era leve, la temperatura era suave y el cielo estaba encapotado, es decir, se daban las condiciones ideales para la caminata, de manera que, tras hacer dos cortas paradas reponedoras de fuerzas, sobre las 14:20 estábamos junto a la desviación de El Comandante, después de haber subido el puerto de La Canaleja.

                Desde allí hasta Obejo hay unos diez kilómetros, lo que teniendo en cuenta que no eran de subida y el ritmo que traíamos, habríamos tardado en recorrer menos de dos horas, de manera que sobre las 16:15, como mucho tardar, habríamos concluido nuestro viaje.


                Esas eran las previsiones, pero ya se sabe que el camino es la mejor alegoría de la vida y que en el viaje y en la vida siempre es una tentación la senda más corta. A Pablo le habían hablado de un camino que, un poco más adelante de donde nos hallábamos, toma directamente la dirección de Obejo, con lo que se evitan algunos kilómetros. Y esa misma información nos la habían confirmado dos personas con las que nos habíamos topado aquella misma jornada.

                El caso es que tomamos la trocha según las indicaciones, pero a poco de iniciarla ya vimos que no sería tan fácil seguirla, pues tiene muchas bifurcaciones de caminos con firme igual o parecido y no está bien definida en los mapas ni en las fotografías aéreas. Con todo, fiándonos de nuestra intuición y de los móviles y con la confianza de que Obejo se veía en el horizonte cuando gateábamos algún cerro, tiramos para adelante. El móvil nos sirvió, además, para llamar por teléfono a un conocedor del lugar cuando la duda se volvió insoluble y para ser conducidos por él cuando a una duda siguió otra y luego otra.


                Ya se habrá figurado el amable lector por qué está entrada se llama como se llama, pero también podría referirse a los malentendidos. Lo digo porque a veces la información no fluye como debiera entre dos personas debido a un error inicial. El caso es que, porque no le habíamos dado la información adecuada, quien nos guiaba por teléfono pensaba que íbamos en coche y nos llevaba por pistas aptas para vehículos, a los que cinco kilómetros más o menos importan poco, como le importan poco si son de subida o de bajada. Importan, sin embargo, y mucho, para dos senderistas que llevan todo el día andando.

                Digo, finalmente, que después de andar y desandar algunos tramos y tomar pistas y gatear cerros, llegamos a Obejo a las seis en punto de la tarde, cayendo ya la anochecida, después de haber recorrido a pie más de 51 kilómetros, muchos de ellos por caminos de sierra.


                “Nunca cojas trochas”, le dije a Pablo en un bar de Obejo, remedando la moraleja de un cuento que me narraron en ahora no sé qué pueblo de Los Pedroches.