Casi todas
las tumbas del precioso cementerio Inglés de Málaga tienen epitafio. Los hay
que hablan del amor, de la eternidad, de la serenidad, de la familia, de la
esperanza. Todos quieren recoger con unas cuantas palabras una idea que identifique
a la persona allí enterrada. Uno de ellos, de especial sencillez, se compone de
una frase singularmente corta en español: “Escritor inglés amigo de España”,
dice. Consta en la tumba de Gerald Brenan.
Visito el
cementerio, en la ladera del monte Gibralfaro, un domingo soleado de noviembre,
después del oficio religioso que se ha celebrado en la capilla anglicana de San
Jorge, ubicada dentro del pequeño recinto, que fue la primera iglesia
protestante construida en España. A mis espaldas, los feligreses degustan un
refrigerio, ofrecido por el sacerdote, que me ha contestado en inglés cuando le
he preguntado si podía entrar en la capilla. Frente a mí están las tumbas
iguales de Gerard Brenan y su segunda esposa, la también escritora Gamel
Woolsey, cuyo epitafio está en inglés (“Fear no more the heat of the sun”. No
temas más el calor del sol).
Al fondo, los feligreses tomando el refrigerio a la puerta de la capilla |
“Escritor
inglés amigo de España”, leo embelesado, una y otra vez. El epitafio no fue recomendado
por el difunto, que ni siquiera quería ser enterrado, sino que su cuerpo fuera
donado a la ciencia, pero recoge perfectamente el sentir de él mismo y de
quienes lo querían. Brenan vivió en España la mayor parte de su vida y, cuando,
ya muy anciano y con escasos recursos, fue internado en una residencia cercana
a Londres, no pedía sino regresar a su querida España, donde finalmente murió
en enero de 1987. Catorce años después, en 2001, su cadáver, que había
permanecido en un recipiente de formol, agua y glicerina, fue incinerado y
llevado a este cementerio, que también es jardín botánico, construido en
terrazas desde las que se ve el mar por encima de los tejados, para descansar
al lado de la que había sido su esposa durante tantos años.
Tumbas de Gamel Woolsey y Gerald Brenan |
“Escritor
inglés amigo de España” resulta especialmente acertado y conmovedor para un
hombre conocido por sus vecinos como don Geraldo, que viajó por el mundo y
murió donde quiso, en España, un país tan poco amado por sus ciudadanos como
amado por sus extraños. Un país que vivió durante el siglo XIX en guerra civil
o preparándose para ella, lo que –según dicen– hizo comentar a Bismark aquello
de que España es la nación más fuerte del mundo, porque sigue viva tras muchos
siglos tratando de autodestruirse. Un país que vivió una guerra civil atroz en
pleno siglo XX, de la que aún, casi un siglo más tarde, sigue sin pasar página,
como si unos añorasen sus causas y otros añorasen sus efectos. Un país en el
que los ciudadanos confunden el Gobierno (con mayúsculas) con el gobierno (con
minúsculas), y hablan del gobierno del PP o del PSOE cuando se están refiriendo
al Gobierno de España. Un país en el que muchos líderes son capaces de hundir
al barco (España) con tal de matar a su capitán (Rajoy o Zapatero, por
ejemplo). Un país de mil banderas y un himno sin letra, de gobernantes
desleales, al que todos culpan de sus problemas y nadie atribuye sus éxitos.
En el
cementerio Inglés, no lejos de los de Gerald Brenan, reposan los restos de
Jorge Guillén junto a los de su segunda esposa, Irene Mochi-Sismodi, que murió
después que él. Jorge Guillén, que no era anglicano, vivió sus últimos días
cerca de este cementerio, al que veía desde su balcón y tenía por un remanso de
paz y un símbolo de tolerancia y multiculturalidad. Pidió ser enterrado aquí y
aquí descansa. Como descansan los restos de otros muchos, casi todos
extranjeros, a los que o el azar o una voluntad firme trajo definitivamente a
estas tierras.
Tumba de Jorge Guillen |
Estoy en un
cementerio anglicano. Veo a los feligreses hablando en la puerta de la capilla
en un idioma que no es el mío pero ya no es tan extraño. Camino entre las
flores y las tumbas. Veo el mar azul entre las ramas de los árboles. Siento la
armonía del lugar. Pienso en la Historia de este país. Pienso en su presente. En
su futuro. Y me digo: “Algo bueno debemos tener a pesar de todo, algo bueno debe
tener España cuando hay gente de fuera que quiso ser enterrada aquí y, ahora
que lo ha conseguido, descansa en paz para siempre”.
Interior del cementerio original |
* Publicado en el semanario La Comarca