En el diccionario de la RAE,
la sexta acepción de la palabra “miga” define en plural y dice que
“migas” es “pan picado, humedecido con agua y sal y rehogado en aceite con algo
de ajo y pimentón”. Por mi tierra, la definición de esa comida se completa con
el adjetivo “tostás”, de manera que la definición completa sería “migas tostás”.
El pan es, normalmente, el
acompañamiento de la comida, y no solemos prestarle atención, porque por lo
común solo sirve para rellenar y empujar, aunque es noble y nutritivo. En las
migas, el pan pasa a ser el protagonista del nombre y, sin embargo, incluso ahí
lo postergamos, porque en esa comida el verdadero protagonista es el
acompañamiento, es decir, los torreznos, el chorizo, la morcilla, el bacalao, las
sardinas, los pimientos asados y cualquier otro elemento de similar
contundencia, que se sirve en platos independientes para que el comensal vaya
reponiendo a su voluntad, de modo que los platos van pasando de mano en mano entre
un regocijo natural y compartido.
Las migas eran alimento de
gañanes y pastores, de gentes con oficios penosos, que comían cuando podían y
gastaban muchas calorías. Ahora, que los oficios tienen otras penas y las
calorías casi siempre están de más, las migas y su acompañamiento tienen algo
de festivo y se suelen consumir en grupo, para mayor júbilo de quienes se ven
limitados otros días por esa servidumbre íntima que va implícita en las dietas.
El acompañamiento de las
migas, ya digo, provoca regocijo, especialmente cuando uno ha cumplido cierta
edad y siente comiendo una emoción similar a la del pecado. Ver tanto plato
prohibido sobre la mesa, del que darás buena cuenta mientras el cuerpo aguante,
no puede generar sino una sonrisa generalizada y feliz, orgiástica, escandalosa.
Pero no os engañéis. Lo mejor
de comer migas no es su acompañamiento, por generoso y dilatado que sea, como
uno puede deducir imaginándose solo ante una mesa repleta de comida. Lo mejor
de las migas, lo que provoca el júbilo y las sonrisas, es otro acompañamiento,
el principal, el de quienes nos rodean, el que hace referencia a los que pasan
los platos o nos sirven el vino, el de quienes nos cuentan su lucha contra el
peso o el colesterol y oyen la nuestra con atención, el de aquellos que están
cerca y nos quieren como somos, y nos ayudan, y se ríen y sufren con lo que
nos pasa.