Cuando dieron las doce,
nos abrazamos, nos besamos y nos deseamos que nos fuera bien, como si
nos estuviéramos embarcando hacia un océano plagado de monstruos y
sirenas o iniciáramos una ruta por un continente ignoto. Por delante
teníamos un montón de tiempo, o un montón de espacio, porque el
tiempo y el espacio son casi lo mismo cuando el espacio es
desconocido.
El nuestro era un camino
de días, de minutos, de momentos.
Cuando se camina, hay
gente que disfruta del atardecer, de los saltos de un arroyo, de la
línea de las montañas o de la conversación de un lugareño y hay
gente que, simplemente, se traslada. Hay gente que se traslada de un
lugar a otro, como en los trenes cama, y gente que se traslada de un
tiempo a otro, como en los trenes cama. Unos se acuestan en Madrid y
se levantan en París y otros se acuestan en la Noche Vieja de 2016 y
se levantan en la de 2017 sin haber vivido ni un solo día de
verdad.
El espacio desconocido
está lleno de trampas imprevisibles y, tarde o temprano, el viajero
acaba cayendo en una de ellas. Lo mismo pasa con el tiempo, que viene
a ser como un lugar hermoso en el que siempre hay niebla.
Tomé la foto en Puertollano hace unos días |