domingo, 1 de enero de 2017

2017

Cuando dieron las doce, nos abrazamos, nos besamos y nos deseamos que nos fuera bien, como si nos estuviéramos embarcando hacia un océano plagado de monstruos y sirenas o iniciáramos una ruta por un continente ignoto. Por delante teníamos un montón de tiempo, o un montón de espacio, porque el tiempo y el espacio son casi lo mismo cuando el espacio es desconocido.

El nuestro era un camino de días, de minutos, de momentos.

Cuando se camina, hay gente que disfruta del atardecer, de los saltos de un arroyo, de la línea de las montañas o de la conversación de un lugareño y hay gente que, simplemente, se traslada. Hay gente que se traslada de un lugar a otro, como en los trenes cama, y gente que se traslada de un tiempo a otro, como en los trenes cama. Unos se acuestan en Madrid y se levantan en París y otros se acuestan en la Noche Vieja de 2016 y se levantan en la de 2017 sin haber vivido ni un solo día de verdad.


El espacio desconocido está lleno de trampas imprevisibles y, tarde o temprano, el viajero acaba cayendo en una de ellas. Lo mismo pasa con el tiempo, que viene a ser como un lugar hermoso en el que siempre hay niebla.
Tomé la foto en Puertollano hace unos días