(El alma dentro de las
sombras)
Desde que las oí por
primera vez, me subyugaron las canciones de Franco Battiato. El
público busca en el artista la voz de su propio interior, lo que a
él le habría gustado expresar si hubiera tenido talento bastante
para hacerlo, y yo, que no tengo suficiente talento para expresarme,
encontré en Battiato la voz de mi propio interior. Cuando en 1996
salió su disco Battiato Collectión, con 29 canciones en
español, lo compré, y desde entonces lo he puesto muchos sábados y
muchos domingos poco después de levantarme, sin que aún me haya
cansado de oírlo.
Me gusta el desorden, la
anarquía incluso, con que en esas canciones se fijan las imágenes,
me gusta el surrealismo de sus letras, su mística del tiempo y del
cosmos, su apelación dadaísta a la banalidad (tan enjundiosa) y me
gusta su música, que tanto se aprovecha de las formas clásicas.
Con frecuencia he
utilizado la letras de esas canciones para asociarlas a lo que ocurre
a mi alrededor, y siempre me he acordado de ellas cuando he pisado
los escenarios que describen o mencionan. En San Petersburgo
canturreé Perpectiva Nevski; en Berlín, Alexander Platz; en Nueva
York, Chan-Son Egocentrique.
Un domingo de no hace
tanto tiempo me levanté y puse el disco Battiato Collectión,
como había hecho tantas veces. Aquel día, sin embargo, pensé que
podía escribir una novela sobre un mundo como el que se intuía tras
aquellas canciones, del que sería protagonista un hombre que amaba a
Franco Battiato. No tenía nada entre manos entonces y me puse a
escribir enseguida. Lo hice como lo había hecho siempre, sin
argumento previo y con el único afán de disfrutar buscando las
palabras justas para lo que libremente iría imaginando.