Llegamos a Chamonix
desde el majestuoso valle de Aosta, en Italia, por el túnel que
atraviesa el Mont-Blanc. Chamonix está inmediatamente después del
túnel, a los mismos pies de la montaña y a escasos metros del
glaciar de Bossons, uno de los principales de Europa, cuyo visión
omnipresente invoca de continuo la mirada del viajero. El glaciar era
antes mucho más largo y llegaba casi hasta el mismo valle donde se
ubica el pueblo, de manera que a finales del siglo XIX los lugareños
vieron tan amenazadas sus viviendas que acabaron elevando plegarias
por ellas.
Era el día 19 de septiembre y en Chamonix la gente iba con manga corta. Ver al
glaciar tan cerca con una temperatura tan alta a esas alturas del año resultaba
desconcertante y bastante desolador. Toda la información que leí en
el móvil mientras me tomaba un café en una terraza, frente al
glaciar, hablaba de un retroceso sistemático de la lengua de hielo,
tan constante y tan abrupto que a no tardar mucho aquella cascada
blanca entre el verde de los árboles dejaría de ser visible.
Uno no es consciente de
que está en el meollo de la Historia, porque la Historia se hace a
posteriori. Los que viven la Historia notan señales que no saben
interpretar, o que no interpretan correctamente o en todo su valor.
Pueden creer que una simple revuelta es una revolución o que una
verdadera revolución es una pequeña algarada. Y pueden creerse
importantes cuando son intrascendentes e intrascendentes cuando su
pensamiento marcará la opinión pública venidera.
La transformación de la
Naturaleza es muy lenta y los hombres nunca han podido ser
conscientes de que estaban en el meollo de los cambios naturales,
dado que estos sucedían con una parsimonia tal que, en el más
rápido de los casos, cubría varias generaciones, y normalmente
implicaba un periodo de miles o de millones de años. Desde hace unos
cuantos años, sin embargo, vemos que se extrae agua de niveles cada
vez más profundos, que desaparecen especies sin que la evolución
las sustituya por otras y, entre otras muchas anormalidades más, que
los glaciares retroceden a pasos agigantados.
La Historia Natural,
como la Historia de la Humanidad, es una ciencia que no actúa sobre
su propio entorno, sino sobre un entorno pasado. Los hombres no somos
conscientes de la actual transformación de la Tierra ni sabemos
darle a lo que hacemos el valor que a eso mismo le darán los que nos
sucedan, cuando lo que hayamos hecho ya no tenga remedio. En parte es
así porque no puede ser de otra forma, dada la imposibilidad que
tenemos para considerar la trascendencia de lo que hacemos. Pero en
buena parte también lo es porque pensamos más en nuestro bienestar
que en nuestras necesidades, y muchísimo más en nuestro bienestar
que en las necesidades de nuestros hijos y de los hijos de nuestros
hijos.