El referéndum
parece la quintaesencia de la democracia, porque supuestamente el pueblo decide
sobre un asunto concreto que le afecta directamente, como si lo hiciera en
asamblea*. Al pueblo, sin embargo, nunca se le pregunta si quiere pagar más
impuestos o menos, ni se le pregunta si quiere hacer una guerra o no.
Normalmente, nunca se le pregunta en democracia sobre lo que le interesa de veras, sino sobre
lo que le interesa a los que promueven la consulta. Entonces, la participación suele
ser minoritaria, cuando no testimonial, aunque los que defendieron el proceso
participativo lo presenten como un éxito sin paliativos. La “consulta” del 9N
en Cataluña, el referéndum para la modificación del Estatuto de Autonomía de
Andalucía o el “sondeo” sobre la apertura al tráfico de la calle Mayor de
Pozoblanco caen –con sus diferencias– dentro de esta categoría.
Hace
unos días, Izquierda Unida de Andalucía habló de consultar a las bases para ver
si confirmaban el pacto de gobierno con el PSOE, es decir, pensó que podrían hacerse
las cosas al revés, pues normalmente son las bases las que eligen a sus dirigentes,
quienes luego deciden si es necesario pactar y, en su caso, con quién lo hacen
y con quién no. No en vano, son los dirigentes los que conocen toda la
información (la pública y la reservada), los que pueden flexibilizar los
programas (en todo pacto hay cesiones) y los que, finalmente, deben
responsabilizarse de la gestión del partido, no las bases. Dicho de otra forma:
los dirigentes de Izquierda Unida habían formalizado un pacto de legislatura
con el PSOE, pero pensaron que podían utilizar a las bases para meter presión a
su socio de gobierno y, de paso, para aparecer como la quintaesencia de la
democracia, ahora que tanto se llevan las asambleas, las consultas y los
referéndums.
La
Presidenta de la Junta de Andalucía se tomó mal la amenaza de consulta. O eso
ha dicho. Por cierto, no era ella la candidata del PSOE a Presidente la última
vez que los andaluces fueron a votar.
Aunque el
Estatuto de Autonomía expresa claramente que son los parlamentarios, y no los
andaluces, los que eligen al Presidente de la Junta de Andalucía, los andaluces
fueron a votar con la creencia de que el candidato del PSOE a Presidente era José
Antonio Griñán, no ella, igual que irán a votar el día 22 de marzo con la
creencia de que será ella la candidata a Presidente de la Junta, y no el que
ocupa el segundo puesto de la lista por Sevilla. Cuando dimitió Griñán, Susana
Díaz pudo haber apelado a la voluntad de los andaluces, pero apeló al Estatuto
de Autonomía y no hubo elecciones.
A
los andaluces ha apelado ahora, que sus socios de gobierno amenazaban con
consultar a sus bases. Antes que sean las bases de Izquierda Unida las que
decidan sobre la estabilidad del gobierno, que esa decisión recaiga sobre los
andaluces, ha venido a decir Susana Díaz. Y ese ahora tiene carácter inmediato,
tanto que las elecciones autonómicas serán dos meses antes de las municipales.
En un país
como España, en el que las elecciones catalanas, y las vascas, y las gallegas,
y las andaluzas, y el resto de las autonómicas y las municipales, y las
europeas, y las generales, y los referéndums, y las “consultas”, afectan a
todos los ciudadanos del Estado, estén o no estén llamados a votar, la
acumulación de campañas electorales, con sus promesas y sus batallas y sus
subsiguientes expectativas defraudadas, está ocasionando en la ciudadanía un
cansancio que ya es hartazgo, con el peligro que supone que esos ciudadanos
hartos no se vuelvan contra quienes los utilizan para justificar sus decisiones,
sino contra el sistema mismo.
La
Presidenta de la Junta de Andalucía podía haber convocado elecciones
autonómicas para el mismo día que se celebrarán las municipales, como ocurrirá
en trece de las diecisiete comunidades autónomas españolas, pero las ha
convocado ahora, para ya, invocando el interés de los andaluces. No parece, sin
embargo, que a los andaluces nos interese mucho ir a votar dos veces en dos
meses cuando podemos hacerlo en un solo acto, como va a pasar en la mayor parte
de España. Ni parece que nos interese mucho gastarnos el dinero que eso supone,
ni mucho menos parece que nos interese sufrir (el verbo está puesto a propósito)
dos campañas electorales en dos meses. Es más, ni nos interesa ni nos lo
merecemos. Tiene que haber otro interés distinto. Y si no es el interés de los
andaluces, no creo que sea el interés de los partidos de la oposición al Gobierno.
Tiene que ser el interés de quien tenía la potestad para hacerlo.
Si Susana Díaz
ha convocado elecciones ya en lugar de hacerlo dentro de dos meses es porque le
interesa a su partido. Así de simple y así de claro. Porque cree que su partido
tiene ahora una ventaja sobre el resto de partidos que no tendrá cuando se
celebren las municipales. Como es un interés legal y legítimo, debía decirlo
así, valientemente, en lugar de esconder su decisión tras el interés de los
andaluces.
Otra cosa es
que esa ventaja que supone Susana Díaz cuaje luego en las urnas. Y no es lo
único que está por ver. También está por ver ese compromiso para cuatro años
con Andalucía del que tanto habla.
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* Votar es
imprescindible, por supuesto, pero no cuenta tanto la votación como la calidad
de la votación. La calidad de la votación sí es la medida de la democracia. Y
la calidad de la votación se demuestra de muchas formas. Por ejemplo, no parece
de muy buena calidad una votación en la que el presidente de una mesa electoral
es el principal instigador de una de las alternativas del proceso
participativo, como hizo Oriol Junqueras en la “consulta” del pasado 9N.
Tampoco parece de muy buena calidad una votación en la que una parte de la
población decidirá sobre los derechos de otra, como ocurrió parcialmente en Suiza hasta 1971
(hasta entonces, cuando le preguntaban a todos los que tenían derecho a voto,
los hombres, si las mujeres debían gozar de ese derecho, siempre salía que no).
Ni parece de muy buena calidad una votación en la que los medios de
comunicación públicos se ponen al servicio de la propuesta oficial (y aquí no
pongo ejemplos para no abrumar al lector, porque hay muchísimos).