miércoles, 19 de marzo de 2014

El mejor momento de nuestra vida



            “Estamos en el mejor momento de nuestra vida”, nos dijo una amiga el otro día. Contemplábamos la quieta lámina de agua del impresionante pantano de La Serena desde los bancos que hay junto al merendero de Peñalsordo, cuyos alrededores están parcialmente inundados. Era por la tarde, hacía una temperatura espléndida y lucía un sol muy tierno. Estábamos moderadamente cansados, después del paseo que nos habíamos dado desde la estación de Belalcázar, y se nos notaba felices, tras las cervezas fresquitas que nos habíamos tomado nada más llegar al bar restaurante “La Paloma” de ese pueblo y de la charla con que nos habíamos alimentado mientras comíamos.



            “Estamos en el mejor momento de nuestra vida”, aseguró convencida. Venía a cuento porque no dejábamos de hacer proyectos para días como aquel. Tenemos que ir a tal sitio, y a ese otro, y al otro también, todos lugares cercanos, todas misiones cortas, baratas y posibles. A la propuesta de uno se sucedía la de otro, y detrás de esa venía otra enseguida, como si el amable discurrir de aquel día pudiera repetirse hasta el infinito.

 

            “Poned fecha. No habléis tanto y poned fecha”, dijo otra amiga. Había que concretar, en efecto, los proyectos, para fijarlos a la realidad. Había que poner fechas para obligarse a cumplir con la sin obligación, para ponerle límites a los compromisos que no gustan y, especialmente, a los relacionados con el trabajo. No en vano, la sin obligación también necesita de un compromiso, aunque sea mínimo. No es como esos actos sociales que precisan de mucha preparación, de trajes a medida y de regalos caros. Para la sin obligación basta con un poco queso y la bota de vino o, como nos ocurrió a nosotros el otro día, con un par de huevos fritos con patatas y una tapa de bacalao.

               Todos los que íbamos teníamos hijos mayores, jóvenes que seguramente nos ven como a viejos y que piensan que sólo ellos están en el mejor momento de su vida. Se equivocan: la que llevaba razón era mi amiga. Llevaba razón porque, como le escribí a Carmen una vez, la de hoy es siempre la mejor edad. Al menos, yo intuí que a eso se refería.