martes, 14 de enero de 2014

El tajo

                No son muchos los que se asoman a estas páginas, pero son más de los amigos que tengo, e incluso más de las personas que podrían acercarse a ellas por compromiso hacia mí o por curiosidad. El suministrador del blog pone a disposición de quienes tenemos uno aquí ciertas estadísticas comunes, entre las cuales está la que hace referencia a los países de origen de quienes nos siguen. Por eso sé que entra gente de muy lejos, gente sobre la que a veces me hago preguntas tales cómo qué le llamará la atención de lo que escribo o de lo que fotografío y si, después de haber visto alguna de estas entradas, volverán a esta página o no.
                Yo siento mucho respeto por quienes leen lo que escribo, sean de aquí o de allí, de esta o de aquella manera de pensar. Siento tanto respeto por ellos que casi siempre me da vértigo apretar el último botón, que es el de “publicar”. No quiero escribir sobre cualquier materia ni de cualquier modo. Quiero que lo que se pone a disposición de quien tan amablemente se digna leer lo que escribo sea lógico y esté puesto de la forma más eficiente y agradable posible. Otra cosa es que lo consiga.
                Tal vez sea pecar de petulancia, pero pienso que algunos de los que siguen esta página esperan de ella que yo escriba sobre algo más que de las flores y de los pájaros. Mi opinión no se hace pública con el ánimo de convencer a nadie (muchas veces ni siquiera yo estoy muy seguro de ella), sino para que sea una más de las muchas que andan por ahí, por si puede servirle a alguien para formarse su propia opinión.
                Precisamente porque mi opinión puede servirle a alguien es por lo que a veces me siento obligado a emitirla. Entonces, digo lo que pienso, aunque de la forma menos dolorosa posible. Digo lo que pienso porque, de no hacerlo, no me encontraría bien, como tampoco me encontraría bien si lo hiciera provocando un dolor innecesario. Y digo lo que pienso después de pensarlo (y no es un pleonasmo inútil).
                Decir con educación y respeto lo que se piensa, después de pensarlo, me parece un ejercicio necesario para uno y para la comunidad en la que se vive, especialmente en momentos como el actual, en el que hay mucha gente diciendo a voz en grito, de la manera más grosera y sin pensar lo que piensa, que, por cierto, siempre es lo mismo, por lo que ya se sabe lo que van a decir cuando se enfrentan a un problema cualquiera mucho antes de que lo digan.
                Como es un ejercicio para la comunidad, el pensamiento libre, libremente expresado, debe incentivarse. El pensamiento libre no está comprometido con un partido, ni con un movimiento, ni con una teoría, ni con una idea o un grupo de ideas, ni siquiera con unos valores. El pensamiento libre sólo está comprometido con la libertad de pensamiento (y tampoco aquí el pleonasmo es inútil). Por eso mismo es crítico por definición. E imprevisible.
                El pensamiento libre libremente expresado es tan necesario como el ejercicio del poder. Sin él, no hay crítica. Puede haber bulla, griterío, pataleo y coros a favor y en contra, puede haber aduladores y criticones, pero no crítica. Y la crítica es consustancial con la democracia. Por eso no se puede intentar silenciar a quien ejerce responsablemente la crítica con el argumento de que hay que actuar más y criticar menos. Hay que actuar mejor y hay que criticar mejor.  Y para actuar mejor es imprescindible la crítica, empezando por la propia, la autocrítica. Lo mismo que para criticar mejor hay que pensar sin juicios previos, expresarse con el máximo respeto hacia las personas e ir al fondo del asunto.

Al que pone el dedo en la llaga, al que apunta dónde está el error, al que dice cuál es a su juicio el camino erróneo y cuál el atinado no se le puede decir “ahí está el tajo, ponte tú, a ver si lo haces mejor”, porque hay muchas clases de tajos y muchas formas de dar la cara. Porque hay que dar la cara no soy partidario de los anónimos. Entre criticar en los bares o embozado tras el seudónimo y hacerlo públicamente, con el nombre y la fotografía, asumiendo las consecuencias del error y que te puedan retirar el saludo hay una diferencia sustancial. Como tampoco soy partidario de las polémicas, creo que también hay una diferencia sustancial entre criticar por sistema y hacerlo con responsabilidad.
Entre las conversaciones que tuvimos el otro día, una que salió a colación fue esta. Y esta fue mi opinión, poco más o menos. Íbamos por el camino de la Marmota, que parte de la carretera del Cerro de las Obejuelas y acaba, ocho kilómetros más adelante y después de un recorrido espectacular, en el río Gato, que hasta poco antes de allí se llama Guadalcázar. La mañana estuvo nubosa, pero no llovió. Aunque la temperatura era buena, la vuelta se nos hizo un poco pesada. No en vano, entre el río y la carretera hay un desnivel de 350 metros y algunas cuestas dignas de una crónica específica. Será en otra oportunidad, que en esta se me ha ido la mano opinando sobre la opinión.