viernes, 12 de julio de 2013

El potencial de España


         Siempre he sido partidario de que los niños, todos los niños, hagan deporte, y mejor si es un deporte de equipo. En el deporte se ve claramente la relación entre un efecto placentero (la mejoría física, el mejor juego) y su causa (el trabajo, el sacrificio), lo que hace que se fomente el trabajo y el sacrificio para la consecución de las metas. En el deporte se ejercita la disciplina y la autoridad: el jugador de un equipo está sometido a la autoridad del entrenador, que ordena libremente la ubicación del conjunto en el campo y determina con la misma libertad si un jugador debe jugar o debe permanecer en el banquillo, y está sometido a la inapelable voluntad del árbitro, cuyas decisiones no están motivadas porque en el ámbito en que se mueve no pueden estarlo. En el deporte se gana y se pierde, lo que educa en la tolerancia a la frustración. En el deporte siempre hay otra oportunidad, lo que anima a seguir luchando. En el deporte se enfrenta uno constantemente a situaciones comprometidas, lo que endurece el ánimo y alienta la responsabilidad. Y en el deporte de equipo –para no cansar con más beneficios–, la aportación de cada uno resulta esencial para el triunfo de todos, lo que fortalece la autoestima de los débiles, modera la soberbia de los fuertes y alienta la capacidad de liderazgo.
            Cuando yo era chico, España era un país subdesarrollado en materia de práctica deportiva y con muy poco deporte de competición. Aparte de las copas de Europa que tenía el Real Madrid y a unas cuantas excepciones memorables, nuestros deportistas sólo aspiraban a quedar bien cuando salían fuera, nunca a ganar, y debían suplir con la furia o el coraje sus carencias técnicas y organizativas, lo que casi nunca era suficiente. El resultado es que nos volvíamos de los campeonatos antes de tiempo, y que existía en la sociedad un acusado complejo de inferioridad deportiva, que envenenaba al resto de los ámbitos de la vida social.
                     El desarrollo económico trajo instalaciones y monitores, los deportistas de base se multiplicaron y los de élite empezaron a codearse con los mejores del mundo sin complejos, porque se dieron cuenta de que tenían al menos las mismas ganas de ganar que ellos y al menos la misma técnica y la misma capacidad de sacrificio. España es un país con una acentuada cultura de la imaginación y de ciudadanos a los que se les puede pedir una gran entrega cuando están bien dirigidos y ven el resultado de su trabajo. Los ciudadanos españoles pueden llegar a tener el mismo físico y el mismo dominio técnico que los demás, y disponen como ventaja añadida de una intuición artística que han desarrollado desde pequeños porque está flotando en el ambiente. Para llegar a ser buenos, para formar equipos potentes, creativos, competitivos, ganadores, a los españoles sólo hay que dirigirlos bien, que motivarlos con una meta posible, que ponerse al frente de ellos, sufrir con ellos y asumir responsablemente su mismo destino.
          No es infrecuente que se asocie a los deportistas con la sociedad de la que han salido y que se tengan como valores colectivos los que muestran en los duelos que ejecutan con los enviados de otras sociedades. No en vano, cuando el deportista gana (aunque actúe individualmente), suena el himno del grupo al que representa, que se emociona con él, porque participa de su triunfo. El deportista lo sabe, y siente el aliento de quienes lo siguen y la responsabilidad de representarlos. 
             Cuando esa relación sociedad/deportista no se construye de manera artificial, como ocurría antes en los países del este europeo, cuando los deportistas emergen naturalmente de la sociedad, su carácter y su juego son un buen indicador de lo que es la sociedad. Si de una sociedad salen muchos equipos creadores de buen juego en diversas disciplinas, es porque la sociedad es imaginativa. Si, generalmente, los deportistas no se arredran ante las circunstancias más adversas y luchan hasta el final, es porque pertenecen a una sociedad que los ha educado para confiar en sí mismos. Si hay un montón de deportistas dispuestos a dar el máximo en los entrenamientos para conseguir una mejoría de su aportación al equipo, es porque en la sociedad existe el amor al trabajo y la conciencia de lo beneficioso que puede llegar a ser el sacrificio personal. 
Fuente: apuestas-deporte.es
             La sociedad española está representada ahora por deportistas que triunfan en diversas disciplinas, especialmente en los deportes de equipo. Son hombres y mujeres jóvenes que se entrenan mucho, que se ponen sin condiciones a las órdenes de quienes los dirigen y que luchan sin complejos en todos los ámbitos internacionales. Esos deportistas que triunfan –según lo expuesto más arriba– deberían ser un reflejo de una sociedad que triunfa. Pero no lo son, pues su triunfo está asociado al fracaso de la sociedad a la que representan, que vive al borde del colapso y es incapaz de proporcionar un trabajo digno a los jóvenes que son como ellos.
            ¿Por qué se rompe en España ese vínculo aparentemente necesario? ¿Qué es lo que está fallando para que no ocurra en la economía y en otras esferas de la sociedad lo que ocurre en el terreno del deporte? Para responder a esas preguntas deberíamos analizar, grosso modo, los elementos necesarios para el triunfo. Veamos. Hemos dicho que para el triunfo deportivo hace falta un ambiente creativo, unas instalaciones adecuadas, un grupo humano sin complejos y con capacidad de sacrificio y unos técnicos con conocimientos adecuados, dispuestos a exigir el máximo de sus subordinados, capaces de motivarlos y resueltos a asumir la responsabilidad del fracaso del grupo. ¿Tenemos en la sociedad en su conjunto los mismos elementos con que cuenta en su ámbito meramente deportivo? 
Fuente: Extremadura.com
             El ambiente es el mismo, por lo que ese elemento es suficiente. Las instalaciones de que dispone la sociedad española (el equipamiento público), después de las cuantiosas inversiones que se han realizado en los últimos años, son, en general, suficientes, y en algunos casos hasta están sobredimensionadas. El elemento humano es el mismo que en el terreno deportivo, pero sólo potencialmente, porque está desmotivado y ha perdido gran parte de su capacidad de sacrificio. Y los técnicos, los dirigentes sociales (no sólo los políticos), ¿disponen de conocimientos adecuados?, ¿están dispuestos a exigir el máximo de los ciudadanos?, ¿son capaces de motivarlos?, ¿están resueltos a asumir la responsabilidad del fracaso del grupo?
Las respuestas a esas cuatro últimas preguntas son forzosamente negativas: los dirigentes sociales (especialmente los políticos) son mediocres o están por debajo de la mediocridad; no están dispuestos a exigir el máximo de los ciudadanos, porque eso podría indisponerlos contra ellos y sus intereses particulares; son incapaces de motivarlos, especialmente porque abundan más en la división y en lo negativo que en la unión y en lo positivo, y en ningún caso (jamás) están resueltos a asumir el fracaso del grupo, que siempre atribuyen a los errores de los otros.
Fuente: 20minutos.com
            Los deportistas españoles, pues, sólo son el reflejo de los ciudadanos españoles, individualmente considerados, y del potencial de la sociedad a la que representan. España tiene una situación geográfica envidiable, un clima magnífico, una cantidad enorme de monumentos, una tradicional cultural diversa y muy respetada y un idioma común con muchos millones de personas de otros continentes y que es en sí mismo una fuente inmensa de riqueza. España tiene unas infraestructuras básicas suficientes. Tiene una juventud sobradamente preparada, que ha viajado, que sabe idiomas y que vive ajena a los prejuicios que tenían sus padres. Y España tiene a una mayoría de ciudadanos creativos y dispuestos a trabajar para llevar a su casa un sueldo digno.
Son los dirigentes lo que falla en la sociedad española. Unos dirigentes que le quiten los resabios que ha adquirido después de muchos años de una pedagogía nefasta, que anteponía los vicios a las virtudes. Unos dirigentes que hablen claro, que rechacen las divisiones y fomenten el espíritu de grupo, que actúen con rectitud y justicia, premiando el talento y el esfuerzo sobre la mediocridad y la holgazanería. Unos dirigentes capaces de motivar al grupo con un reto común y posible. Unos dirigentes que los defiendan con uñas y dientes y que los preparen para el dolor y la responsabilidad. Unos dirigentes que pongan la cara por ellos y que asuman como propios los errores del grupo. Y unos dirigentes que den un paso atrás cuando estén poniendo las medallas y den un paso adelante cuando se haya perdido.
Los dirigentes sociales (y no sólo los políticos) deberían llamar a los técnicos de nuestras selecciones y escucharlos y aprender de ellos. En tanto no se apliquen en la sociedad española la mayoría de los criterios que se aplican en los equipos deportivos de éxito, España será un país con mucho potencial, pero sólo eso.