En Pedroche hay una residencia de
mayores y en Torrecampo, otra. La de Pedroche es privada y muy grande (147
plazas), en tanto que la de Torrecampo es municipal y pequeña (44 plazas). Para
ambos pueblos, la residencia es fundamental, y no solo por los servicios que
presta a los mayores, imprescindibles es una sociedad tan envejecida como la de
Los Pedroches, sino por los puestos de trabajo que proporciona al vecindario, dado
el alto nivel de desempleo y despoblamiento que existe en esa misma sociedad.
La idea de los ayuntamientos de
crear residencias de mayores se extendió por Los Pedroches a finales del siglo
XX, de manera que varios de ellos construyeron con mucho esfuerzo edificios destinados
a prestar ese tipo de servicios y la mayoría creo organismos municipales propios
para su gestión, lo que suponía que el resultado de su explotación acababa incluyéndose
en sus cuentas generales. Era un riesgo evidente, pues el presupuesto de una
residencia supone un porcentaje muy alto en el presupuesto municipal de un
ayuntamiento pequeño y en sus cuentas, pero los ayuntamientos tenían un número
de plazas importante concertado con la Junta de Andalucía y creían que con esos
ingresos tenían asegurado el equilibrio presupuestario.
Durante años, todo fue bien, incluso
muy bien. La Junta de Andalucía pagaba más de lo que las plazas costaban (sin
beneficios ni amortizaciones) y las cuentas de las residencias solían acabar con
superávit, lo que contribuía al superávit municipal. Pero en los últimos
tiempos los gastos se dispararon. Subieron las obligaciones derivadas de la lucha
contra el COVIP 19, muchas de las cuales se mantuvieron más allá de la pandemia,
subieron todos los suministros (la luz, los alimentos, etc.) y subieron,
especialmente, los costos de personal.
Sobre estos últimos, conviene
apuntar que los trabajadores de las residencias municipales son empleados
públicos, tienen los mismos derechos que sus compañeros del ayuntamiento y
están sometidos a los mismos procesos de selección. Dicho eso, debe añadirse que
esos empleados municipales tenían unos salarios muy bajos, por lo que se vieron
afectados directamente por las sucesivas subidas del salario mínimo
interprofesional y, luego, por las subidas que el Estado fijó para todos los
empleados públicos. Además, por la dureza del trabajo, por el progresivo
envejecimiento del personal y (como pasa en la Administración) por la falta de
compromiso de algunos trabajadores, no es infrecuente que se produzcan un
número considerable de bajas laborales, cuyo coste adicional debe soportar la
empresa, que es el Ayuntamiento.
La subida de los gastos debería
haber ido acompañada de un inmediato ajuste presupuestario, a fin de disminuir
los gastos e incrementar los ingresos, pero la mayoría de los ingresos de las
residencias dependen de la Junta de Andalucía, que no incrementó los pagos a
los ayuntamientos en la misma proporción que estos veían incrementadas sus
obligaciones y, además, en un ayuntamiento toda subida de ingresos supone
subida de tributos, en este caso de la tasa que debían pagar los residentes,
algo impopular, en fin.
En el ayuntamiento, el poder está
sujeto a la decisión del electorado y el electorado, por mucho que luego diga
lo contrario, ama lo lúdico, lo gratis y lo fácil y desprecia lo duro, lo
difícil y lo costoso. Las residencias municipales son muy importantes en los
pueblos pequeños. Hay mucho nicho electoral que depende de ellas y, por
consiguiente, se hace con ellas mucha política. No política de gestión, de
ideas, de la buena, que llega poco al votante, sino política de zancadilla, de
ideología, de la mala, que enseguida llega al electorado, especialmente al más adoctrinado
y manipulable.
Al gestor de las residencias (al
gobierno del ayuntamiento) le cuesta mucho subir las tasas y, normalmente, lo
retrasa más de lo conveniente y lo hace menos de lo necesario. La oposición al
gestor, en cambio, suele oponerse a la subida achacando todos los problemas
presupuestarios a la mala gestión. Ambos tienen parte de verdad, pero no es
frecuente que los grupos políticos pongan su parte de la verdad a disposición del
conjunto ni que acepten otra verdad que no sea la suya. En fin, lo de siempre.
El caso es que el déficit de las
residencias deben soportarlo los ayuntamientos. Si el déficit de la residencia es
grande, el problema de la residencia es un problemón para un ayuntamiento
pequeño. Y el electorado, que es a la postre quien decide, solo se da cuenta de
eso al final. O solo se quiere dar cuenta, más bien.
El camino que nos ha propuesto Leo para el día de hoy nos lleva desde Torrecampo a Pedroche y atraviesa la dehesa de este último pueblo. El ayuntamiento de Pedroche, que no tiene residencia (porque es privada, como dijimos), no tiene que hacer transferencias a nadie para que se mantenga la de su pueblo y, además, dispone de los ingresos extraordinarios que le da el arrendamiento de su dehesa. Es una situación totalmente distinta a la de Torrecampo, que debe hacer transferencias al organismo autónomo que gestiona la residencia municipal y, además, no dispone de dehesa. Eso sin contar que el Ayuntamiento de Pedroche recibe más transferencias directas del Estado y de la Junta de Andalucía que el de Torrecampo, ya que Pedroche tiene unos quinientos habitantes más.
Puestos a gastar, medio lo mismo cuesta mantener los servicios públicos en un pueblo que en otro. La pavimentación de las calles, por ejemplo, o la red de alumbrado, o el cementerio. Lo mismo, mantener la casa de la cultura, la biblioteca municipal y el secretario. Lo mismo, por último, vale un conjunto para la feria, los fuegos artificiales y casi todos los demás festejos, que son muchos, especialmente en la zona que linda con la cultura, los deportes, la juventud y los servicios sociales.
Hemos salido por la calle Gracia y tomado el camino de la Añoruela, que parece una pista, de ancho y bien conservado que está. La frontera entre Pedroche y Torrecampo en ese tramo va por este camino y llega entre pastizales y encinas hasta bien cerca de Torrecampo, pero, siguiendo hacia el sur, gira pronto hacia el oeste por el camino que el Inventario Municipal de Bienes de Torrecampo llama del Pozo del Cuco, y, más tarde, hacia el sur, en dirección a Villanueva de Córdoba. El caso es que, por cerca que llegue el término de Pedroche al pueblo de Torrecampo, Torrecampo tiene más término municipal que Pedroche, pero eso le da pocos ingresos y muchos gastos, hasta el punto de que percibe por el Impuesto de Bienes Inmuebles de Rústica más o menos lo que paga a la Mancomunidad de Caminos por el mantenimiento de estos. Y, si lo medimos por habitante, paga a la mancomunidad mucho más (mucho mucho) que Villanueva de Córdoba o Pozoblanco, que son pueblos bastante más grandes.
Cruzamos el paraje Las Misas y,
luego, teniendo a la vista casi siempre la torre de Pedroche, el de las Peñas
del Agua, que, aunque está a la altura de ese pueblo, sigue siendo término de
Torrecampo. Por ahí, giramos hacia el oeste y caminamos en paralelo al arroyo
de la Jurada durante un buen tramo. Cuando lo atravesamos, pasamos al término
de Pedroche y andamos por el camino que el IGN llama de la Loma de las Misas
hasta el mismo casco urbano de esa localidad, donde llegamos sin habernos cansado.
Era todavía temprano cuando Pedroche,
la madre legendaria de todos los que somos de las Siete Villas, nos acogió
generosamente, como hace siempre, y nosotros, que somos hijos agradecidos,
hicimos uso durante un buen rato de su hospitalidad.