Es
un día festivo de principios de enero de 2024.
Ahora
no sé cuántos meses llevamos sin que el agua de los grifos sea potable, pero
muchos en cualquier caso, por lo que los vecinos de Los Pedroches y del
Guadiato, en el norte de Córdoba, tenemos que proveernos de agua para beber y
cocinar a través de los camiones cisterna que las autoridades competentes en la
materia han puesto a nuestra disposición.
Para
alguien de fuera, que no haya seguido el proceso que nos ha llevado hasta aquí,
no es fácil de entender la situación o, al menos, no son fáciles de entender
las causas. Porque es cierto que hay una sequía extrema, pero no lo es menos
que hay pantanos con agua en la zona y que lo que ha pasado no ha pillado por
sorpresa a nadie.
El
caso es que hoy, cuando tenía que buscar un lugar por el que caminar, me he
acordado del embalse de Sierra Boyera, que era el que nos abastecía antes de
agua y ahora está prácticamente seco, y allí me he dirigido bastante bien
abrigado, porque los partes meteorológicos daban frío para todo el día.
La
presa de Sierra Boyera está muy próxima a Belmez y el embalse que forma con las
aguas del río Guadiato discurre en paralelo a la carretera que une ese pueblo
con el de Peñarroya-Pueblonuevo, hasta cuyo extremo más lejano se acerca cuando
las lluvias han sido generosas. Para ir a Belmez desde Pozoblanco, lo más
cómodo es tomar la carretera que aquí llamamos de Peñarroya y desviarse en el
cruce del Cuartanero hacia Belmez. Desde ahí, la carretera tiene algunas curvas,
pero posee un firme aceptable y el paisaje es muy hermoso, especialmente a
partir de la antigua estación de Cámaras Altas, que ha sido noticia
recientemente porque se ha inaugurado un tramo de la vía verde que la une con
Villanueva del Duque.
Hasta
Cámaras Altas, o incluso hasta más lejos, la mañana ha sido esplendorosa, pero
luego me he encontrado con una niebla cerradísima que se ha mantenido hasta
bien avanzado el día, de modo que con niebla he andado por las desiertas calles
de Belmez y con niebla he tomado la vía pecuaria Vereda de Córdoba, que me ha
llevado, con el ferrocarril a un lado y el río Guadiato a otro, hasta la derruida
estación de Cabeza de Vaca.
Que
el río es por ahí bastante ancho lo he visto desde el camino, pero no he descubierto
que estuviera corriendo un poco sino hasta un puentecillo (más bien vado) que
cruza el cauce frente al camino que conduce a la cueva Fosforita, cuyo acceso
está prohibido. Si el río no solo son grandes charcas, sino que corre –me
digo–, debe ser por alguna razón ecológica o porque es necesario llevar aguas
al pantano que hay más abajo, el de Puente Nuevo, porque la presa de Sierra
Boyera queda un poco más arriba y no las ha retenido.
El
asunto añade más barullo a los embarullados pensamientos que llevo mientras
camino. Para intentar desenredar la madeja, me pongo en el lugar de un lugareño
que intentara explicarle a un extraño lo que está pasando y, sin dejar de
andar, me digo:
A
ver, en el principio de todo, allá por los años 90 del pasado siglo, hubo una
sequía muy grande, que obligó a limitar el suministro domiciliario de agua a
unas cuantas horas. El agua se trajo entonces desde el embalse de Puente Nuevo
(más grande), con unas obras de emergencia, y nuestros gobernantes, con buen
criterio, resolvieron: «Esto no volverá a pasar. Construiremos otra presa en La
Colada para embalsar aguas del río Guadamatilla, con lo que tendremos asegurado
el suministro por mucho que duren las sequías». Así que se libró el dinero, se
licitaron las obras y se construyó la presa de La Colada, y, como volvió a
llover, se llenó de agua el embalse.
Pero
eso, que volvió a llover y, como volvió a llover, también se llenó el embalse
de Sierra Boyera, y entonces ya no hubo tanta necesidad de solucionar las
sequías futuras. De hecho, se dejaron perder las instalaciones que había traído
el agua desde Puente Nuevo y nunca llegaron a concluirse las instalaciones
necesarias para distribuir el agua desde La Colada. Así que había tres pantanos
en la zona, tres, pero solo uno estaba operativo para abastecer a la población,
el de Sierra Boyera, el más pequeño y el que causalmente se había secado.
Pero
he aquí que volvió el cielo a no mandar agua. Y entonces todo el mundo se puso
nervioso. No al principio, ni al medio, sino al final, cuando se vio clarito
que ni lloviendo se arreglaba inmediatamente el problema. Así que otra vez hubo
que adoptar decisiones de emergencia, es decir, a la carrera, y ya se sabe que
cuando se hacen las cosas sin pensárselas mucho puede ocurrir aquello en lo que
no habías pensado, que fue precisamente lo que ocurrió.
Ocurrió
que se fue a por agua a La Colada como si contuviera un agua cualquiera cuando
no era así, de manera que los sistemas de depuración de que se disponía no eran
suficiente para potabilizarla. Y ya no había tiempo de solucionar el problema.
Entonces
fue cuando llegaron las culpas del otro. Del otro. Del otro.
Los
seres humanos somos así, de colgarnos medallas por los méritos propios y ajenos
y culpar al otro de nuestros errores. Pero en España eso es más fácil, mucho más,
porque va con nuestro carácter y porque hay muchos organismos con competencias
en una misma materia. Para el caso del agua, hay cuatro, a saber: (1) el Estado
(a través de las confederaciones hidrográficas. En este caso, dos confederaciones,
la del Guadiana, para la presa de La Colada, y la del Guadalquivir, para las
presas de Sierra Boyera y Puente Nuevo); (2) la Junta de Andalucía (sobre las
infraestructuras de abastecimiento que ella misma haya declarado de interés
autonómico); (3) la Diputación Provincial (que tiene una sociedad instrumental
para la gestión del ciclo integral del agua, EMPROACSA) y (4) cada uno de los
ayuntamientos de las dos comarcas afectadas, que si bien tienen la gestión
cedida a la Diputación conservan la titularidad de los medios necesarios para
la prestación del servicio y el deber moral de llevar agua de calidad a sus
vecinos.
Y
esos organismos (ese maremágnum de instituciones) están gobernados por partidos
distintos, o, más bien, enfrentados. Es decir, que siempre es posible
responsabilizar al otro partido de lo malo que está pasando. Y como a eso hay
que añadir que la presa de La Colada se terminó en 2006 y por el gobierno de cada
uno de los organismos citados han pasado distintos partidos, siempre es posible
responsabilizar a otro partido de lo malo que ya ha pasado.
El
caso es que echar las culpas al otro de lo malo de ahora o de lo malo que trae
causa del pasado es sumamente fácil para los partidos políticos, que son los
que realmente gobiernan. Y como les vale, porque la gente se cree mayoritariamente
lo que les cuentan los líderes de los partidos más afines a su ideología, pues
les echan las culpas al otro y ya está lo más importante arreglado.
Bueno,
a ver, sigue sin arreglarse el problema del agua, que por supuesto todo el
mundo quiere solucionar. Pero lo quiere solucionar después de sacudirse las
culpas, después de responsabilizar al otro, con una unidad más de boquilla que
real. No recuerdo que nadie haya culpado a los suyos, sin peros, ni creo que lo
haya habido. Pero recuerdo reuniones de los dirigentes del PSOE, por su cuenta,
y de los del PP, también por su cuenta. Todas con las fotos respectivas que
sirvieran para documentar su interés, esto es, para que los spin doctors de
turno pudieran hacer propaganda.
Ha
habido reuniones conjuntas, de todos, muchas reuniones. Y ha habido
declaraciones de unidad, muchas, pero quienes han asistido a ellas o las han
firmado nunca se han sacudido el peso del partido al que pertenecen y eso,
naturalmente, ha calado en la población, que si ya está dividida por la
política general, se dividió también sobre este trascendental asunto.
Así
que cuando se creó una plataforma ciudadana, algunos de cuyos líderes habían
estado vinculados a movimientos de izquierdas, se pensó que la plataforma era
de izquierdas. Se pensó directamente por la ciudadanía y, sobre todo, se pensó
aleccionada por los partidos: unos porque quisieron hacer suyo el movimiento
(como ha pasado con la patria o con el movimiento feminista, por ejemplo, que
son de todos) y los otros porque dejaron que los primeros lo hicieran suyo (y
aquí tengo que poner otra vez de ejemplo a la patria y al movimiento
feminista).
La
división se agravó cuando algunos metieron a los ganaderos en el problema y,
consecuentemente, en la solución. Los ganaderos son uno de los motores
económicos de Los Pedroches, especialmente los ganaderos intensivos, a los que
se culpó de contaminar las aguas que ahora no se podían depurar. Nadie dijo que
si contaminaban era porque se les estaba permitiendo por quien tenía
competencias medioambientales (menos la Diputación, todas las demás
instituciones las tienen), y era a quien se lo permitía y se lo había permitido
a quien había que exigirle responsabilidad, igual que hay que exigirle
responsabilidad al que, teniendo competencias en la materia, mira para otro
lado cuando alguien parcela sin permiso un territorio o construye ilegalmente
en el campo.
La
plataforma ciudadana, con la mejor intención, quiso sumar a los alcaldes a las
protestas, lo que yo creo que fue un error, porque los alcaldes quieren lo mejor para su pueblo, pero dentro de lo que diga su partido. Y a los partidos
lo que de verdad les interesa es gobernar en todo, pero especialmente a lo
grande, en lo grande, antes que en lo chico. Es decir, a los partidos les
interesa el relato que nos convierte a todos en seguidores fieles de sus
consignas. En seguidores fieles y ciegos.
Así
que los alcaldes eran, en el fondo, parte de aquello contra lo que se
protestaba. De esa manera se entiende que se sumaran a las protestas, sí, pero
como a remolque, y ya se sabe que los remolques son una carga de la que hay que
tirar, aunque no lleven nada encima.
Que
la presentadora de la concentración última organizada por la plataforma diera
las gracias a los alcaldes por lo que estaban haciendo es una muestra más de lo
mal definidos que están los papeles de quien protesta (la sociedad) y aquellos
contra quienes se protesta (los que tienen que tomar las decisiones, esto es,
los representantes de la sociedad, alcaldes incluidos).
Las
protestas han sido, en fin, escasas y poco nutridas, impropias de la gravedad
del problema. De hecho, la única de verdadera relevancia ha sido la mencionada
huelga de hambre, esto es, han tenido que ser cuatro personas y no la población
la que se haya puesto en pie para demandar dinero. Porque, al final, todo se
resume en eso, en quién pone el dinero.
El
asunto da para un comentario más largo, pero no quiero aburrir al paciente lector
de estas páginas y tiempo habrá para hablar de lo que aquí se toca medio de
refilón. El caso es que, según parece, tendremos agua potable en los grifos pronto,
más o menos un año después de que nos prohibieran beber la que nos llega. O no.
Nunca se sabe, porque nuestros representantes –por increíble que parezca– siguen
haciendo la guerra por facciones, dependiendo del partido al que pertenezcan.
En
lo que afecta a este paseo, en conclusión, solo me queda decir que de las
orillas del Guadiato me fui a la presa de Sierra Boyera, donde comprobé la poca agua que retiene, y que anduve pensativo y en soledad por la carretera que la
corona, como el último ser vivo de un mundo desolado. Solo mucho después,
cuando la mañana estaba a punto de dar paso a la tarde, se fue la niebla y pude
ver a lo lejos la línea blanca y roja de las casas de Belmez, el gris pajizo
del cerro que escolta al pueblo y, arriba del todo, la silueta recia e imponente
del castillo recortada sobre el azul intenso del cielo.
Para conseguir la ruta en Wkiloc, pincha sobre la imagen |