Un amigo me ha pasado el enlace con el que Aceite Ecológico Los Pedroches (Olivarera de Los Pedroches-Olipe) ha compartido la alegría de la Navidad, que incluye el vídeo de la representación que el 22 de enero de 2007 se hizo en el teatro El Silo de la obra «Madre, quiero ser de una faneguería». Junto al mensaje, iba un comentario de la pena que le supone que esta obra (que tuvo otra representación cinco días después del estreno, el 27 de diciembre) no haya vuelto a representarse ni parezca que sea posible ponerla en escena de nuevo.
Comparto esa tristeza, especialmente cuando veo que obras similares, que necesitan el concurso de muchos, son asumidas por las instituciones de nuestra comarca y llevadas a cabo con cierta periodicidad. Me refiero a «Los Coloquios», de Alcaracejos, «El auto de los Reyes Magos», de El Viso, «La vaquera de la Finojosa», de Hinojosa, «El halcón y la columna», en Belalcázar, y «Asonada», en Pedroche.
«Madre, quiero ser de una faneguería» fue (y podría serlo indefinidamente) una ventana por la que observar cómo vivían nuestros antepasados en la sierra hasta épocas relativamente recientes, lo que es tanto como decir que, en buena parte, sería un medio para entender por qué somos como somos, pues los sociedades son, esencialmente, lo que fueron.
Los cantos y los bailes que salen en la obra, que a muchos jóvenes y no tan jóvenes pueden parecer extraños, han sido los cantos y los bailes tradicionales de nuestra tierra hasta que, ya en tiempos de la televisión, fueron sustituidos por otros, llevados por la uniformidad regional que impusieron los canales autonómicos y las modas venidas de Sevilla, de Madrid o de Nueva York, a las que nos aficionamos tan pronto y que tan pronto consideramos como las nuestras de toda la vida. El habla de los personajes, con su ahora desconocido vocabulario, era la que yo mismo he practicado de chico, porque se la oía decir a mis padres. En la obra aparecen las costumbres, el vestuario, las relaciones sociales y, en resumen, buena parte de la cultura popular que surgió tras aquella epopeya que fue la roturación de las tierras y la plantación de los olivos de un territorio tan hostil, en la que tantos sudores y tantas esperanzas dejaron nuestros antepasados.
El periodo culminante del laboreo en la sierra era (y es) el de la recolección de la aceituna, para la que los pueblos de Los Pedroches mandaban entonces a los mejor de sus sociedades, mujeres y hombres jóvenes que vivían su tiempo entre un trabajo durísimo y una algazara bromista, atrevida y alegre. La obra quiere recoger a esa gente viviendo en ese segundo momento, que se desarrollaba esencialmente de noche. Cuando la obra se representó, muchos de los espectadores que acudieron al estreno fueron parte de esa gente, se vieron reflejados en los personajes y la entendieron a la perfección.
Ahora que ese lenguaje se ha perdido, que se tienen por nuestros los cantos y los bailes que vinieron de fuera hace solo unos cuantos años, que hemos perdido casi toda la capacidad de sacrificio de nuestros abuelos y no plantamos nada que no sea de provecho mañana mismo, estaría bien que, cada cuatro o cinco años, se enseñara a unos cuantos actores aficionados, distintos cada vez, a cantar y bailar lo que fueron nuestras jotas, a decir lo que fueron nuestros dichos y a sentir lo que sintieron nuestros antepasados, y que todo eso se pusiera en escena. El teatro se llenaría solo con los familiares y amigos de los intervinientes en la función, se le habría hecho el mejor homenaje a los que tanto trabajaron pensando en nosotros, se enseñaría a la ciudadanía por qué el paisaje de la sierra es como es y, en fin, se daría al vecindario de Los Pedroches una lección de lo mejor de nuestra Historia.
*Creo necesario dar las gracias a Luis Lepe, Miguel Ángel Cabrera y María Luisa Sánchez, a los integrantes del grupo de teatro Jara, del grupo de baile La Faneguería y del grupo Aliara y a todas las personas que intervinieron en aquellas dos representaciones.
**Solienses hizo un comentario sobre la representación que puedes descargar aquí.