Hace tiempo, un amigo me hizo ver que lo mejor era comprar un
taladro entre unos pocos y dejárselo al que lo necesitara, porque de lo
contrario no se amortizaba nunca, dadas las pocas veces que se utiliza. El
taladro en común es una muestra anecdótica de la eficiencia a la que está
condenada nuestra sociedad de consumo, acuciada por los problemas
medioambientales y las limitaciones económicas, que ya está en marcha en
algunos ámbitos. Hace unos días, por ejemplo, leí en un periódico que la
propiedad pierde tirón en beneficio del arrendamiento de cosas y servicios,
especialmente entre los jóvenes, quienes están tomando partido por el sentido
práctico de la mera posesión.
La diferencia entre tener (especialmente si se tiene a título
de propietario) y usar es muy grande y tiene más consecuencias de las que nos
creemos, a poco que nos fijemos en la cantidad de cosas que tenemos y no usamos
suficientemente o, incluso, que no usamos nunca. No en vano, “mantener” viene
de “tener”, pues todo lo que se tiene hay que mantenerlo, en tanto que no hay
un término similar para “usar” (no se dice “manusar” o algo parecido). Y quien
debe mantener también debe decir guardar, y defender, y asistir al inevitable
deterioro de la cosa.
Cuando voy al campo, siempre recuerdo esa diferencia esencial. El que merienda en los ruedos públicos de una ermita se vuelve a su casa y se deja allí los problemas, igual que el que camina por una vía pecuaria o el que se tumba al sol en una playa, pues no tiene que pensar en los conflictos con los colindantes, ni en si los pozos tienen o no tienen agua, ni en que pronto vendrá el recibo de la contribución y tendrá que pagarlo. El que usa lo público, en fin, disfruta del aire puro, del paisaje y de cuanto puede ofrecerle la cosa y no tiene que preocuparse de su mantenimiento.
Quizá por eso, cuando pienso en cuál puede ser el estado
ideal de una persona siempre imagino a alguien que tiene una pequeña vivienda
con una salida accesible y fácil a una ciudad confortable. Una pequeña vivienda
obliga a un mantenimiento pequeño y una ciudad confortable ofrece todos los
servicios que necesitamos, pues no hay mejor patio que un parque bonito, no hay
mejor sala de estar que una plaza coqueta ni mejor lugar para charlar con los
amigos que la acogedora terraza de un bar.
Para eso, para que la ciudad o el pueblo en el que vivimos sea confortable, debe estar a nuestro gusto, tiene que ser como nuestra propia casa. Que sea como nuestra casa supone que esté tan limpia como nuestra casa, que esté tan bien adornada como nuestra casa, que esté tan bien mantenida como nuestra casa. Supone, dicho de otra forma, que si nuestro perro no se caga o se mea en nuestra casa, tampoco se cague o se mee en la esquina de la calle (o, al menos, que no se quede allí lo que hace), que si no tiramos los papeles, las colillas o los chicles al suelo de nuestra casa, tampoco los tiremos al de la calle, que si no queremos que nadie meta humos o ruidos en nuestra casa, tampoco los metamos en la calle, etc.
El párrafo anterior contiene adrede muchas veces las palabras
“casa” y “calle” para explicitar que lo privado y lo público forman parte del
medioambiente en el que vivimos, que son nuestro ecosistema, igual que el campo
abierto es el de los lobos, esto es, que necesitamos de una equiparación de la
casa y de la calle para completar correctamente nuestro espacio vital, por el
que debemos sentir siempre el mismo aprecio si queremos realizarnos como los
seres sociales que somos, si queremos ser más felices, en fin.
La idea de que para hacer más confortable nuestra vida hay
que hacer más confortables nuestras ciudades es una obviedad y, quizá por eso,
nadie se plantea en serio debatir sobre el asunto. Detrás de lo obvio, sin
embargo, está el detalle: el detalle son las pinceladas con las se forman los
cuadros, los ladrillos con los que se levantan los edificios y los elementos
con los que se construyen las ideas propias, no esas que vienen de fuera y
asumimos enseguida sin darle más vueltas. Si para ser consciente de cualquier
detalle hay que tener una sensibilidad especial, también hay que ser muy
sensible para ser consciente de los detalles que integran nuestros lugares
públicos, que son los elementos sobre los que en buena parte se asienta nuestro
bienestar.
Mis amigas Jose y Cecilia tienen una sensibilidad especial,
piensan por su cuenta y tienen mucha determinación. Lo digo porque, después de
debatir en privado sobre estos asuntos, tuvieron a bien ponerse manos a la obra
para cambiar las cosas y nos citaron en una plaza para hacernos partícipes de
sus inquietudes sobre el estado de lo público en Pozoblanco. Lo hicieron
acompañadas de Javier Fernández, arquitecto especialista en paisajismo, quien,
a lo largo de un relajado paseo posterior, ilustró a la treintena de paseantes
que habíamos acudido a la cita sobre el significado de los árboles de la ciudad
y, especialmente, sobre cómo son y cómo deberían ser los árboles que pueblan la
nuestra.
A tenor de lo que aprendí, puedo decir alto y claro que hay
posibilidades de mejora, y no pocas. Así que harían bien los que tienen
competencias sobre la materia en dejarse asesorar por los que saben y tomar las
decisiones que correspondan, que nunca deberían ser para el corto plazo, pues
un árbol no se hace de la noche a la mañana.
No se puede plantar cualquier árbol en cualquier sitio. No se debe plantar así por él y por nosotros. El árbol es un ser vivo que nos da oxígeno, que nos da sombra, que nos da frescura y que hace más bellas nuestras ciudades y más amable nuestra vida, es un ser vivo que necesita de mimos, de cariño, que es sensible al amor de sus vecinos y sabe corresponder a ese amor de muchas formas.
Nuestros abuelos plantaron olivos en la sierra y transformaron el bosque mediterráneo en dehesas pensando en sus hijos, o incluso en sus nietos. Quizá no tenían el concepto de planificación en su mente, pero planificaban sin saberlo a largo plazo, a muy largo plazo. Ahora que todo se quiere para ayer y nuestros gobernantes no hacen nada sin que conste en la correspondiente foto que les dé réditos inmediatos, convendría seguir el ejemplo de nuestros abuelos y el de los árboles mismos, todos ellos seres sobrios, generosos y fuertes.
Jose y Cecilia nos han dicho que habrá más paseos para tratar
otros temas. Habrá que estar atentos, porque esto promete.
*Publicado en el semanario La Comarca.
** Todas las fotos son de Carmen.
** Todas las fotos son de Carmen.