Marchar juntos por el
mismo camino une mucho: en el camino están los paisajes que maduran
tu ánimo y forjan tu voluntad, las jaras y los abrojos, los tesoros
y los ladrones de tesoros. Uno se pone fácilmente en los zapatos del
otro cuando anda por el mismo camino. Uno entiende muy bien a ese que
transita contigo a la misma intemperie y bajo las mismas
circunstancias. Uno, en fin, sabe muy bien lo que siente ese otro que
va a tu lado, codo con codo, porque es lo mismo que sientes tú.
Quizá por eso, de entre todas las formas de denominar a la persona
que a lo largo de la vida comparte tus alegrías y tus penas, la que
más me gusta es la de compañero/compañera.
Hace unos días, Elisa,
Andrés y Jorge, unos compañeros de trabajo, se jubilaron. La de
secretario de Ayuntamiento es una profesión de mucha soledad. Los
secretarios de Ayuntamiento vivimos en el meollo de varios conflictos
insuperables: el que existe entre el hecho y el Derecho, el que media
entre el que gobierna y el que quiere gobernar, el que concurre entre
la empresa y el trabajador y el que prevalece entre la autoridad y el
ciudadano. Para un secretario de Ayuntamiento, tener a alguien que te
acompañe de veras, que sienta lo que tú y te comprenda, es casi
siempre una ayuda y es siempre de un enorme consuelo.
Aunque ellos aseguran
que de alguna manera se quedan con nosotros, lo cierto es que Elisa,
Andrés y Jorge se van, y que nos dejan sumidos en la nostalgia y un
poco más solos.