lunes, 21 de noviembre de 2016

La razón del otro*

               Hay gente que confunde el dogma con las ideas claras y escucha con más atención al predicador, que le genera la certidumbre de la fe (religiosa o política), que al filósofo, que le habla de la duda.

                   La fe es monopolio de un grupo, pero la razón está siempre repartida. Parece obvio, pero es necesario decírnoslo de vez en cuando, especialmente cuando oímos opiniones ajenas y, más especialmente aún, cuando damos la nuestra. Cuando un grupo de amigos expone abiertamente sus pareceres, cada uno de ellos lleva algo de razón. La razón no es totalmente ajena a los programas de cada uno de los partidos políticos, por lejanos que nos parezcan sus idearios. En todas las filosofías hay algo de lo que podemos aprovecharnos. Si las observamos desde un punto de vista no dogmático, lo esencial de las religiones es común a todas ellas.

                Como la razón está siempre repartida, los que se creen en posesión de la verdad son los seres menos razonables. Y los más peligrosos, especialmente para las personas débiles (que son las más proclives a creer en las soluciones fáciles) y en los tiempos de crisis (que es cuando los ánimos están más encrespados).

La foto está tomada en Frigiliana
             En diciembre de 2015, el pueblo español se pronunció en unas elecciones. Lo hizo repartiendo la razón en varios grupos. Cada uno de ellos se creyó que tenía más razón que los otros, independientemente de los votos que hubiera obtenido, y algunos se creyeron en posesión absoluta de la verdad y le negaron el pan y la sal al resto. Como si el pueblo se hubiera equivocado, y no ellos, volvieron a pedir que al pueblo que decidiera. Y en junio de 2016 el pueblo español volvió a repartir la razón en varios grupos. Y volvió a producirse el mismo debate inútil entre poseedores exclusivos de la verdad.

                Las cesiones se produjeron a última hora, solo por algunos y a regañadientes, no porque estuvieran convencidos, entre ataques mutuos y con el único fin de evitarse el bochorno de unas terceras elecciones que hubieran vuelto a repartir la razón en varios grupos.

                 Si fueran justos, si fueran sensatos, si de verdad estuvieran a disposición de todo el pueblo, como dicen, y no de una parte de él, los políticos que nos representan se bajarían de los púlpitos donde predican su fe verdadera, se dejarían de jugar al gobierno y a la oposición y se sentarían a una mesa junto con los demás, para aportar su razón y para aprender de la razón del otro. Tal vez así tuviéramos una Ley de Educación para muchos años, una reforma de la Seguridad Social que asegurara las pensiones y una reforma de la Constitución que resolviera por un tiempo el debate territorial.

         * Publicado en el semanario La Comarca.