![]() |
Para ver la reseña que he escrito sobre el libro, pincha sobre la imagen |
miércoles, 31 de diciembre de 2014
martes, 16 de diciembre de 2014
Volver al siglo XIX
Para
que sea bueno, todo contrato, todo pacto, todo acuerdo, debe ser beneficioso
para todas las partes. Si sólo es beneficioso para una parte, es malo, incluso
para aquel que se cree favorecido. El idioma español tiene una palabra perfecta
para definir a ese tipo de personas que se benefician en exclusiva de algo que por
su naturaleza debería ser provechoso para todos: “aprovechado”. Los aprovechados
generan en los perjudicados una reacción similar a la suya y predisponen en su
contra al resto de los miembros de la sociedad, que permanecen alerta ante sus
manejos. En general, el aprovechado no recibe afectos de su entorno y es un
triunfador temporal, solo temporal.
El beneficio para todos es especialmente importante cuando los
pactos han de mantenerse entre miembros que deben verse las caras de continuo,
porque el agravio nacido de un pacto genera tensiones permanentes que acaban
saliendo a la luz, muchas veces con violencia. El problema es especialmente
relevante entre aquellos que comparten una cosa común, ya sea una pared
medianera, un negocio, una frontera o, para no seguir con más ejemplos, el
espacio en el que se dilucida el poder.
En España siempre se ha valorado más al listo que al
inteligente. España es un país de engañadores y de pícaros. En España se avisa
al conductor infractor, que pone en peligro la vida de los demás, y se presume
de lo que se defrauda al fisco. En España muchos gobernantes se pasan las leyes
por el forro al mismo tiempo que exigen que los ciudadanos cumplan las leyes que
ellos han dispuesto. Y tal vez por eso en España casi nunca se ha tenido conciencia
de que los buenos pactos son aquellos en los que es el otro el que se va contento
(los buenos comerciantes conocen esto muy bien).
Por razones que no vienen al caso, he debido estudiar
varias veces el siglo XIX de la Historia de España. Una de ellas, en
particular, la Historia de sus constituciones. De todo lo que he estudiado,
apenas alcanzo ahora a recordar que ese siglo es de una complejidad que no cabe
en mi ruinosa memoria. Recuerdo algunos datos, unos cuantos nombres y varias
ideas que saqué de aquel maremágnum de golpes de Estado, generales metidos a
políticos, cantones y federaciones, monarquías y repúblicas, políticos
iluminados y constituciones que se sucedían sin más ánimo que dar respuesta a
los deseos de unos, que siempre eran los deseos de unos sobre los otros.
“Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de
todos nosotros”, dicen que exclamó Figueras, uno de los cuatro presidentes de
la Primera República Española, poco antes de dejar plantado al país y coger,
sin avisar, un tren que lo llevara a Francia. Es una frase que resume una
situación y define el guirigay en que puede convertirse una sociedad en la que
sus líderes no consienten otra visión del mundo que la suya. Esa sociedad duró
en España hasta 1978, año en el que en nuestro país se terminó el siglo XIX.
En 1978, por fin, se entendió que en política los conflictos
no se eliminan, sino que se aprende a convivir con ellos. Los de derechas, por ejemplo,
aceptaron el estado social; los de izquierdas, la monarquía; casi todos los
nacionalistas se conformaron con el Estado Autonómico, al igual que los
centralistas; los partidarios del Estado confesional vieron bien la referencia
a la Iglesia Católica que hacía la Constitución y los partidarios del Estado laico
que esa misma Constitución se manifestara aconfesional.
Fue como si de pronto aquellos gobernantes hubieran hecho un
viaje iniciático por la realidad y hubieran comprendido que sólo el mal
perdedor rompe la baraja cuando le toca repartir.
La España del euro y los erasmus, al parecer, tiene una
memoria peor que la mía. La España del euro y los erasmus ha visto fallecer o
marchitarse a aquellos líderes de 1978 y ha alumbrado a líderes políticos y
sociales que no se conforman con una parte, sino que quieren el todo. El todo
es la independencia, la república, el Estado centralista, que las leyes civiles
consagren cánones religiosos o, por el contrario, que desaparezcan las escuelas religiosas concertadas.
No pocos líderes de la España del euro y los erasmus creen
que las cosas se hicieron mal en 1978 porque no se hicieron como debían haberse
hecho, es decir, porque no se hicieron por completo como debían haberse hecho. Aunque
se creen que van a la vanguardia, son líderes a la usanza del XIX. No entienden
que, tanto en la política como en los negocios, los otros también se deben ir
contentos. Lo quieren todo ideológicamente hablando y convierten en enemigo a
cualquiera que les lleve la contraria. Son, en fin, como esos gobernantes que
creen que deben cambiar la Ley de Educación en cuanto llegan al Ministerio de
Educación, porque así mejorarán la educación.
Mal
asunto, porque no se trata de corregir para dejar un poco más contentos a
todos, sino de cambiar las cosas para dejar muy contentos a unos y muy descontentos
a otros. Es decir, para que nosotros nos quedemos mucho más contentos y ellos,
los otros, se queden mucho más descontentos y, en consecuencia, se queden deseando
llegar al poder para darle un vuelco completo a la situación, como en el XIX,
más o menos como en el siglo XIX.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
El Horcón
Iba
a llover, según decían las páginas webs de meteorología y los hombres del
tiempo. Iba a llover y lo más prudente era quedarse en casa, o andar por caminos
expeditos y no demasiados difíciles, que nos permitieran guarecernos en algún
lugar abrigado si la climatología se ponía fea. Iba a llover y, a pesar de todo,
la noche anterior decimos salir.
![]() |
Al fondo, Los Pedroches |
De
hecho, cuando quedamos en el lugar de costumbre, íbamos más o menos preparados
para la lluvia y, aunque no llovía, la de que el día se presentara lluvioso
seguía siendo la alternativa más viable. Hacía niebla y tardamos en llegar
hasta las inmediaciones del bar La Paloma, en Santa Eufemia, donde dejamos el
coche. Como iba a llover, de los caminos que teníamos ante nosotros escogimos
el más fácil, que circunda la sierra por el llano yendo hacia el Noreste, la
cruza y vuelve al punto de partida buscándolo por el llano hacia el Suroeste.
Pero
al llegar al camino que asfaltó Telefónica hace años y ahora se encuentra en un
pésimo estado, el que lleva al castillo de Miramontes, decidimos tomarlo y
hacer la ruta más difícil. Para entonces, ya resultaba dudoso que la niebla se
tornara en lluvia y la posibilidad de ver el valle cubierto de nubes nos
atrajo.
Como
es sabido, la suerte premia a los que la buscan y da la espalda a los medrosos.
El destino de un
caminante es (aunque resulte tópico y poco literario), no lo que se encuentra
al final, sino lo que se va encontrando por el camino. Nosotros nos encontramos
el amanecer entre la niebla, que no es poca dicha, y, arriba, ya sobre la cumbre
del cerro donde se asientan las ruinas del castillo, nos encontramos un día
soleado y a Los Pedroches cubiertos por un océano de nubes.
![]() |
Santa Eufemia entre la niebla |
A Los Pedroches, a un lado, La Alcudia, a otro
y, a otro, La Serena.
Hace muchos
años, Jorge y yo iniciamos desde allí el camino hacia El Horcón por una senda
que se abre en el bosque mediterráneo, de la que habíamos oído hablar. Por
aquel entonces, no había GPS y lo difuso de la ruta, lo tupido y enmarañado de
la floresta y lo áspero del suelo nos obligó a dar media vuelta cuando solo
habíamos completado una pequeña parte del recorrido.
Ahora, en
cambio, todos los planos del mundo caben en la palma de una mano y cuentas para
cada ocasión con el guía más experto. Si el tren, primero, y, luego, el camión jubilaron
a los arrieros, el GPS y wikiloc han jubilado a buena parte de los guías. Ahora,
a lo que hay que temerle es que se rompa el aparato o a que se le acabe la
batería.
![]() |
Para enlazar, pincha sobre la imagen |
Sin ese
aparato o sin guía, no es recomendable adentrarse por la espesura que cubre los
montes de Santa Eufemia. La senda de cazadores que constituye la ruta se pierde
muchas veces, confundida con la que abren las bestias salvajes, o se pierde sin
que sea sustituida por ninguna, y se debe andar campo a través por la cimas de
los montes que van desde el castillo hasta El Horcón, el punto más alto de la
sierra. Andando por esos parajes, el mundo de los seres humanos parece muy
lejano y la sensación de libertad es enorme.
Para llegar
hasta El Horcón hay que apartarse unas decenas de metros. Nosotros lo hicimos por
gusto y dejamos constancia de nuestro pequeño momento de gloria en una foto,
sonrientes sobre el punto geodésico que se levanta allí mismo.
![]() |
Al fondo, La Alcudia |
Poco después
del El Horcón, el camino vira para tomar el Norte y bajar de las cumbres. La
bajada se hace a veces por torrenteras pedregosas y en algunos tramos es muy
empinada, por lo que debe hacerse con mucho cuidado.
Cuando se ha
descendido al valle que hay al Norte, aún queda más de la mitad de la ruta,
pero lo que resta se recorre con alegría y en muy poco tiempo, distraído con lo
variado de la arboleda y del paisaje. Primero, por un camino apto para el paso
de vehículos que ciñe a los montes y al que ya me he referido en alguna ocasión, y, más tarde, después de atravesar la N-502, por otro que va en
paralelo a esta carretera, entre casas de campo y olivares, que por estas
fechas están poblados de aceituneros.
Aunque las
rutas que he visto dirigen luego al caminante hacia la carretera, no es
necesario llegar a Santa Eufemia por ella. El camino conduce hasta el centro
del pueblo y, si se quiere llegar directamente hasta las inmediaciones del bar
La Paloma, existe otro que se toma más adelante y da servicio a las casas que
se han construido a extramuros.
En la acera
que hay junto al bar mencionado, reposan varios bancos. El caminante haría bien en
sentarse a descansar allí y tomarse un refrigerio, como hicimos nosotros. Al cabo,
pocos placeres se comparan con el de tomar una cerveza cansado, con las imágenes
del campo en la memoria y con la sensación de libertad rondado aún por el alma.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)