Cuando viajo, me gusta llegar al
sitio con cuatro ideas fundamentales que desarrollar sobre la marcha, según
venga el tiempo y afloren las ganas. Si tengo hambre, me gusta comer en un
sitio cercano. Si me apetece una cerveza, tomármela donde me pille. Me gusta
salirme de un museo cuando me he cansado de ver estatuas o cuadros y no ver más
iglesias o más ruinas que las que aguante mi capacidad de atención, que tampoco
es muy grande.
Me gusta ir a sitios que nadie
suele visitar, como los parques o los cementerios, andar por las calles comunes
y sentarme en una terraza a ver pasar a la gente.
Para hacer eso, hay que ir solo
o con muy escasa compañía. Cuando se va en grupo, no queda otra alternativa que
adherirse a un programa y someterse a una cierta disciplina de formas y de
horarios. Viajar en grupo tiene el inconveniente de que uno no explora ni
siente en toda su magnitud el mundo que visita, pues se lleva consigo el
ambiente en el que vive todo el año, como si lo retuviera dentro de una
burbuja, pero también tiene sus ventajas. Una, que se va mucho más relajado,
pues se acomoda a la seguridad que le brinda la organización. Y otra, que se visita
lo más importante del acervo paisajístico y monumental, la esencia de casi todo
viaje organizado que se precie, como pudimos comprobar el grupo de amigos que hace unos días
viajamos a Cazalla de la Sierra y otros lugares de la Sierra Norte de Sevilla,
ese territorio tan próximo a Los Pedroches y, sin embargo, tan desconocido para
nosotros.
No
quiero resaltar aquí lo que de monumental y hermoso tiene la Sierra Norte de
Sevilla, que es mucho, pues hay por ahí páginas que lo hacen a la perfección,
sino el trabajo de los guías que nos la mostraron. Un buen guía turístico es
fundamental para el éxito de un viaje organizado. Y los nuestros han sido
fenomenales. Todos. Si un buen guía turístico no solo debe tener conocimientos
sino, ante todo, debe saber comunicarse con sus guiados, los nuestros sabían de
lo que hablaban y sabían cómo transmitirlo, tenían, en fin, empatía de sobra y sentían hacia su tierra un
amor que iluminaba sus amenas explicaciones.
Un poco más arriba escribía que
lo paisajístico y monumental es la esencia de casi todo viaje organizado con un
“casi” puesto a conciencia, porque la esencia del nuestro no es ni lo
paisajístico ni lo monumental, sino el contacto con los amigos. Ese contacto
intenso que se da en el autobús que nos lleva y nos trae, en los desayunos, en
las meriendas y en las cenas, mientras comentamos una observación de los guías
y en los numerosos ratos libres que siempre incluye quien lo organiza. Es un
contacto voluntario que nutre y fortalece mucho más que la visita a un
psicólogo o unos ejercicios espirituales.
Como de viajes así uno viene más animoso y más sano, los
recomiendo sin la menor duda. Aunque para llevarlos a cabo, evidentemente, hay
que tener la suerte de contar con unos amigos tan maravillosos como los míos.