miércoles, 30 de noviembre de 2016

El agua*

Aunque era muy de noche y llovía, cogí un paraguas y fui a ver si el arroyo Jaboneros llevaba agua. Y llevaba. Y mucha.

En el silencio de la ciudad dormida, el chapoteo de la lluvia sobre el asfalto y los coches aparcados provocaba un murmullo ancestral, como de principios del Génesis, cuando Dios aún no había creado la luz ni separado las aguas de la tierra. Y quebrando ese murmullo, como dos solos instrumentales en una orquesta de canales y canalones, cobraban protagonismo el alboroto alegre de la corriente y el eco de un rugido lejano. Hacia este último me dirigí, andando junto al ancho pretil que protege a los viandantes del cauce, el mismo que, según me han dicho una vecina, ha estado en dos ocasiones a punto de ser sobrepasado por las aguas en los últimos tres decenios, cuando descargaron en los montes de Málaga unas tormentas con ínfulas de ciclón tropical. A la altura de la glorieta que distribuye el tráfico entre El Palo y Pedregalejo descubrí el origen del ruido en el salto de un arroyo que se une allí al Jaboneros, después de venir soterrado como de los pinares de San Antón, y que aquella noche parecía un Niágara pequeño.

Carmen y yo le decimos a ese sitio El Foro, porque no es infrecuente hallar en él a un grupito de personas sentadas sobre el pretil, en animada charla. Pues allí, en El Foro, a aquellas horas intempestivas, bajo el exiguo resguardo de un paraguas que compré en la feria de Pozoblanco y al amparo de unas luces ensimismadas con el diluvio, yo me acordé de mi amigo Jorge, y solo porque en una ocasión me dijo que él era feliz con poco, y me puso de ejemplo la visión de una seta junto a un arroyo.


A mi amigo Jorge también le gusta el mar, como a mí. Me gusta tanto que a la mañana siguiente hice lo de siempre y, aunque seguía lloviendo, cogí mi paraguas y me fui a andar por el paseo Marítimo. Al mar le pasa lo que al cielo, que no tiene días malos o buenos, ni colores feos o bonitos, sino fisonomías distintas y los cambios de carácter de un dios arcano. Como todos los dioses, el mar es como nosotros, solo que infinitamente más grande y más duradero. Y lo mismo le pasa al cielo. Debe de ser por ese parecido por lo que nos atrae tanto.


* Dedicado a mi amigo Jorge