En la España interior, y muy
especialmente en Los Pedroches, se está produciendo desde hace años un proceso
de profundo despoblamiento, que no ha sido percibido como un problema por los
agentes sociales sino hasta fechas muy recientes, aunque sus efectos negativos
se vienen sintiendo desde hace mucho tiempo en todos los ámbitos de la vida
social. Incluso en los días que corren, no se tiene un diagnóstico claro del
problema, más allá de una exposición más o menos amplia de las cifras, por lo
que nadie ha redactado un programa global de actuación que ataque de raíz las
causas del mismo. Del problema solo se han conocido los efectos, que son evidentes,
y hacia lo efectos han sido planteadas las soluciones, lo que es tanto como
intentar acabar con un conflicto social aplacando las cuestiones de orden
público que genera o como tratar de curar una enfermedad con remedios para la
fiebre y los dolores.
En Andalucía, esas soluciones
contra los efectos del despoblamiento han consistido en convocar sucesivos
planes de empleo que, en realidad, tenían como único fin la contratación de
personas, que luego accedían a subsidios y, luego, a nuevos contratos que les
servían para acceder a más subsidios. Incluso los programas activos de empleo,
cuyo ejemplo más palpable han sido los talleres de empleo, se han orientado hacia
el presente de un sueldo para un trabajador, no hacía el futuro de una persona
con nuevas capacidades laborales o emprendedoras.
El balance de las actuaciones
públicas realizadas en Andalucía contra los efectos del despoblamiento tiene su
lado positivo y su lado negativo. Del lado positivo están que se ha ralentizado
la bajada del censo y se ha garantizado un nivel de vida digno a buena parte de
la población. Del negativo, el efecto más importante es que se ha fomentado una
economía de subsistencia, complementaria de los sueldos y los subsidios
públicos, en muchas ocasiones incluida en una economía sumergida contra la que
no podían competir los emprendedores legalizados, que frecuentemente han
cerrado sus negocios para incorporarse, también ellos, al sistema de subsidios
y economía sumergida o se han ido de la localidad.
Dado que no se han atacado las
causas, sino los efectos, el problema original sigue vigente (aunque mitigado
en parte) y, ahora, además, con el componente de la apatía arraigado en buena
parte de la población. Dicho de otra forma, la enfermedad ha seguido su curso
mientras se combatían los síntomas y ahora la sociedad de nuestros pueblos es
un enfermo terminal que demanda cada vez más sedantes.
Como casi todo el talento ha
emigrado y se ha deteriorado la energía de la mayoría de los que se han
quedado, los pueblos de Los Pedroches cuentan con una masa cada vez menor de
vecinos que, en buena parte, han perdido la iniciativa empresarial y para la
formación, trabajan ocasionalmente en una actividad sumergida, no cubren los
puestos de trabajo más penosos y menos remunerados (como los relacionados con
las campañas agrícolas de recogida), no se adiestran para cubrir el mercado
laboral (escasean profesionales como fontaneros o carpinteros y pronto
escasearán los albañiles) y esperan la llamada del Ayuntamiento.
El problema está inmerso en un
cambio de paradigma productivo que parece similar al que sucedió en los años 60
del pasado siglo, cuando la mecanización del campo expulsó del mismo a casi
toda la masa campesina y la llevó a los polos industriales de las ciudades o,
incluso, al extranjero. Digo que el cambio parece similar, solo que “parece”,
porque entonces los pueblos no tenían forma alguna de defenderse, en tanto que
ahora sí disponen de algunos medios para ello, que, en realidad, son los mismos
que utilizan los que los amenazan.
Me refiero, fundamentalmente, a
las comunicaciones y la logística. El sistema productivo de nuestros núcleos
rurales está siendo amenazado porque desde cualquiera de sus casas se puede
pedir un producto fabricado en cualquier parte del mundo que llegará a esa casa
casi sin coste y en cuestión de días. Contra esta amenaza, todas las
Administraciones, y en particular los Ayuntamientos, están haciendo campañas de
sensibilización de los consumidores para que se compren productos de proximidad
en comercios de proximidad. En estos días de pandemia, además, se está ayudando
a productores y prestadores de servicios de una forma directa, por el mero
ejercicio de la actividad o para que puedan hacer frente a suministros
relacionados con la seguridad sanitaria.
Eso está bien, y más ahora, pero
resulta de todo punto insuficiente, porque limitarse a mantener lo que hay es
la mejor forma de no mantener lo que hay, pues no se puede ir contra el rodillo
de la modernidad, por mucho que esa modernidad nos pese. Máxime, cuando existe
una posibilidad de engancharse el ritmo de los tiempos incluso aquí, en una
zona rural apartada que no está tan apartada como nos creemos, pues si
cualquier producto fabricado lejos puede ponerse en nuestros pueblos en
cuestión de días, por la misma razón y en el mismo vehículo puede ponerse cualquier
producto de nuestros pueblos en cualquier parte del mundo en el mismo tiempo. Y
hay más, si desde cualquier parte del mundo se nos prestan servicios al
instante, también nosotros podemos prestar esos mismos servicios al instante a
cualquier parte del mundo.
La digitalización y la facilidad
en las comunicaciones que nos amenazan nos ofrecen también la salvación, como
está demostrando el teletrabajo y como ya está ocurriendo en otros lugares y
ocurre con otras personas solo diferentes de nosotros en que han puesto su talento
y su voluntad a trabajar.