Ahora que
quieres escribir, leerás de otra manera. Imagínate al aprendiz de botánica o al
de geología saliendo al campo, imagínate al de astronomía mirando al cielo. ¿A
que no se comportan como los que no lo son, por mucho que les guste el campo o
el cielo?
Desde que me
gusta la fotografía soy mucho más observador, aprecio mucho más la distribución
de las formas, los tonos de los colores, el movimiento cuando debe haber
movimiento y la quietud cuando las cosas deben estar quietas. De hecho, siempre
voy encuadrando lo que me rodea, aunque no lleve la cámara, y muchas veces le comento
a quien me acompaña: “Eso tiene una foto”.
Ahora que
quieres escribir, te pasará igual cuando leas: mirarás el texto con otros ojos
y te llamarán la atención detalles que antes te pasaban inadvertidos: un
comentario, un diálogo, una descripción o un simple adjetivo. Y poco a poco verás
por qué están puestas esas palabras y no otras y hasta la distribución de las
comas y los puntos, y en todo eso hallarás belleza o, también, encontrarás desproporción
y fealdad.
Porque el
riesgo de leer cuando te has aficionado a la escritura es ese, que ya no todo
el monte es orégano. Poco a poco, al tiempo que aprendes, serás más exigente
con lo que lees y disfrutarás más de lo bueno, pero también te provocará
rechazo mucho de lo que antes te gustaba.
Cuando te pase
eso, deja el libro y coge otro. Nadie está obligado a leer lo que no le gusta o
le parece malo. Especialmente, porque la vida es corta y hay muchos libros
buenos, más de los que podrías leer en varias vidas.