miércoles, 27 de enero de 2016

Criar tomates

Algunos amigos se empeñan en convencerme de que lo moderno es criar nuestros propios tomates y hacer nuestro propio pan. Me lo dicen como si esa pequeña vuelta a la economía de supervivencia fuera más sana para el cuerpo y para la sociedad. Yo no acabo de verlo así. Yo no entiendo por qué un tomate plantado y criado por mí es mejor que el criado por un hortelano de Dos Torres, pongo por ejemplo. Y lo mismo digo si comparo mi pan con el que hace un panadero artesanal. Es más, no creo que sea más saludable para la sociedad que yo haga de electricista en lugar de un electricista, que haga de fontanero en lugar de un fontanero y, por seguir con los trabajadores citados, que haga de hortelano y de panadero.


Esos amigos que digo quieren convencerme del valor añadido que tiene un tomate criado por uno mismo, como si el cariño (el tiempo) que le han puesto al criarlo hiciera que al menos a ellos les supiera mejor. En eso tal vez tengan razón. Pero el cariño (el tiempo) es muy caprichoso y yo prefiero gastarlo en divagar mientras paseo y en hacer fotos. Y, sinceramente, creo que lo empleo de un modo bastante ecológico. 


* La foto fue tomada el pasado domingo en las proximidades de Cabeza del Buey. El circuito que seguimos recorre el valle del Aliso y el puerto de La nava y fue subido por una amiga a Wikiloc.

martes, 19 de enero de 2016

Madrugadores

Era sábado por la mañana, aún faltaba mucho para el amanecer y por la circunvalación de Málaga apenas había tráfico. Recuerdo que Luis y yo especulamos sobre los motivos de la gente para levantarse temprano y que yo le advertí que tal vez aquellos conductores no fueran grandes madrugadores, sino trasnochadores consumados.

De vuelta del aeropuerto, ya solo, cogí la cámara y me puse a andar por el paseo marítimo. Aunque era noche cerrada y hacía un fresco inusual para el clima que se suele disfrutar en Málaga, enseguida me encontré con individuos que corrían o que paseaban y con pescadores sentados en los espigones de piedras que protegen la playa, absortos en el agujero oscuro donde se hundía el sedal. “Estos no son trasnochadores –me dije–, sino seres como yo, a los que les gusta levantarse temprano para tener mucho día por delante”.


Ya en El Palo, un poco más allá del puente peatonal que salva la desembocadura del arroyo Jaboneros, vi que un individuo ensamblaba los hierros de un tenderete, vi que otros llegaban en furgones y vi un puesto de fruta completamente montado. Era, evidentemente, el comienzo de lo que pronto sería un mercadillo, y yo pensé que aquellas personas bien podían ser trasnochadores obligados a madrugar, seres, en fin, a los que les gustaría tener mucha noche por delante para divertirse y un día entero para dormir.


                El sol empezó a levantarse mientras yo proseguía con cierto relajo el paseo y hacía fotos. A mi alrededor había gentes como yo, que fotografiaban el amanecer o que pescaban o que corrían o que paseaban con su perro, y gentes que ponían veladores y sillas para que pudieran sentarse a desayunar los que iban en el mismo plan que yo. Todos habíamos madrugado, pero unos por distinta causa que otros, pensé. Y pensé que era útil y sano para mi espíritu haber cavilado un rato sobre esa nada sutil diferencia.

Peña barcelonista de El Palo poco después del amanecer, con la terraza preparada

viernes, 15 de enero de 2016

La callada por respuesta

           España se ha modernizado y ha dejado de ser el país del vuelva usted mañana, pero aún sigue siendo el de la callada por respuesta. Lo digo porque aquí hay muy poca gente que te mire a los ojos y te diga que no, por inocente que sea la demanda y fácil que sea la contestación. Lo normal es que si el interesado pide algo se le den largas (o carrete, como también se dice) con las excusas más imaginativas y se deje dormir el asunto hasta que se entienda que el silencio es negativo

            En España, la respuesta negativa se sigue encomendando al tiempo, que ahoga poco a poco las esperanzas pero no las mata, para que acaben muriéndose solas. En España no se entiende que una esperanza que termina da lugar a otra, que cuando finalice debe dar lugar a una tercera, y así sucesivamente. No parece sino que llegamos al mundo con una sola esperanza que debe ser lo último que se pierda y, en consecuencia, que nadie puede defraudar sin ofender terriblemente.

            En España, una negativa no se entiende como una puerta que se cierra, sino como la puerta que se cierra. En España, los que deben contestarte no entienden que mientras más tarden en hacerlo más vas a tardar tú en abrir otras sendas, que tal vez sean mejores.

            Eso, y que en España los que deben responder negativamente no tienen la valentía necesaria para mirarte a los ojos sin que les tiemble la voz.

Es poco frecuente encontrarse con dos caminos que se cierran

sábado, 9 de enero de 2016

La soberanía*

                 Hace unos cuantos días conversaba con alguien sobre el concepto de soberanía al hilo de ese derecho a decidir de los pueblos del que tanto se habla ahora. Casualmente, andábamos por un sendero que hay al mismo borde del mar entre las localidades de Málaga y el Rincón de la Victoria, llamado Paseo de los canadienses**. Yo recordé que aquel litoral y aquella playa era de todos y dije: “Esta playa por la que paseamos no es solo de los malagueños, es también nuestra, aunque seamos de tierra adentro y solo vengamos de paso. Y es también de todos los andaluces, aunque nunca vengan a visitarla ni sean conscientes de ello. Y todavía más: es de todos los españoles”.

La senda va por la izquierda de la imagen
                Es de todos los españoles la propiedad, además del uso, aclaré. El uso lo tienen también esos alemanes o esos británicos con los que nos cruzamos. Nosotros, los españoles, somos propietarios y, como somos muchos, decidimos sobre esta y sobre las demás playas españolas a través de nuestros representantes, que son los diputados y senadores de Las Cortes. Y aclaré que igual que los catalanes eran propietarios de aquella playa, nosotros también éramos propietarios de las playas de Barcelona y de Cadaqués. “El derecho a decidir sobre las playas de Málaga no lo tienen los malagueños, ni los andaluces, sino los españoles, y lo mismo pasa con las playas de Barcelona”, dije. Como la Ley es la expresión de la voluntad popular, las leyes sobre las playas las hacen Las Cortes, aunque luego las apliquen las comunidades autónomas y los ayuntamientos.
Playa de El Palo, Málaga, al amanecer. Para saber más de la ruta, pincha aquí
                En el transcurso de la conversación, añadí que a mí aquel concepto de que las cosas importantes fueran de todos me parecía sencillo y hermoso. Que los ríos sean de todos, que el aire sea de todos y que el litoral sea de todos, pero también que el sistema de pensiones sea de todos y que sea de todos un sistema sanitario que asegure la igualdad de trato a cada uno de los ciudadanos. Y dije que aquel concepto de que las cosas importantes fueran de todos me parecía el más moderno y el más progresista, por lo que no entendía cómo los que se autoproclaman progresistas querían abrir la mano a que hubiera un “todos” más pequeño, es decir, a que hubiera un “todos” más interesado en lo “mío” o en lo de los “míos” que en lo “nuestro”.

Cartel que dio lugar a la conversación. En segundo plano, el peñón del Cuervo
                Que los andaluces pudieran decidir sobre las playas de Málaga en lugar de que lo hicieran los españoles me parecería un atraso de siglos. Como alguien puede venir un día alegando que estaríamos mejor gobernando nuestro pequeño destino y nuestras pequeñas cosas antes que el gran destino de todos y las cosas de todos, prefiero que las leyes recojan el derecho a decidir de los españoles y de nadie más. Y eso como paso previo a un derecho a decidir más amplio. “Esos alemanes y esos británicos que ahora hacen uso de la playa deberían tener un día la propiedad y el derecho a decidir sobre ella a través de las leyes que aprobara el Parlamento Europeo”, dije.

La ruta cruza el túnel que se ve a la derecha. Al fondo, Málaga
                Ya sé que es una pretensión estéril por ahora. Pero déjenme soñar. ¿No existe ya ese soberbio concepto de monumento patrimonio de la humanidad? No lo veremos nosotros ni lo verán nuestros hijos, pero puede que algún día el derecho a decidir sobre las playas de Málaga y de Barcelona no sea de los españoles ni de los europeos, sino de todos los seres humanos.


       * Publicado en el semanario La Comarca
    ** Hay una novela gráfica titulada así, "Paseo de los canadienses", de Carlos Guijarro, en la que se cuenta el bombardeo que durante la Guerra Civil sufrieron los habitantes de Málaga que huían hacia el Este.