lunes, 23 de febrero de 2015

Monedero

                Lleva razón Monedero en que todos los focos han estado puestos sobre él, y en que muchos medios se han pasado y han dicho más de lo que debían, probablemente hasta mentiras. Lleva razón, no se lo discuto. Lo que no entiendo es qué esperaba. Eso mismo es lo que le ocurre  a todos los demás que están en el sitio en el que se ha situado él. ¿No cree que eso mismo es lo que le pasa a Rajoy, por poner un ejemplo? ¿O a Pedro Sánchez? ¿O a Llamazares? Todos ellos se han subido al escenario, un lugar en el que se te ve muy bien, donde estás expuesto al aplauso y a los pitos, a las flores y a los tomates, al ojo crítico de los listos y a la torpe voluntad de los tontos.

                Eso mismo es lo que le ocurre a los demás, incluso viniendo de él, de ellos. ¿No ha sido él uno de los que han puesto el foco sobre todo lo que hacen los demás? ¿No ha pitado, tirado tomates y sometido a su ojo crítico y a su voluntad a los que estaban subidos en el escenario en el que está él ahora? Monedero aún no tiene un papel importante en la obra que se representa en nuestra sociedad, pero ya está arriba, expuesto a las mismas miradas que los demás, esos a los que él llama “La casta”, miradas que vienen del patio de butacas, donde están sentados los medios de comunicación y los ciudadanos.

                Cuando estaba abajo, en el patio de butacas, Monedero señalaba con el dedo las miserias de los actores sociales y políticos e incitaba a los medios de comunicación y a los ciudadanos a pitarlos y a tirarles tomates. Y ahora que está arriba sigue haciendo lo mismo, como los demás, exactamente igual que los demás.

                Porque lo lamentable del asunto es eso: que Monedero ha resultado ser igual que los demás. Ha convocado una rueda de prensa para dar explicaciones y en lugar de dar explicaciones se ha puesto a repartir pitos y tomates a diestro y siniestro.

                Los actores tienden a repetir el guión cuando suben arriba, al escenario. El papel del actor de la oposición es prometer y el papel del que está en el Gobierno es incumplir lo prometido. El papel de todos los actores es pedir que se laven todos los trapos sucios, todos,  pero no lo es empezar por los trapos propios. El papel de todos los actores es exponer verdades a medias y sacar algunos documentos para construir una realidad distinta de la verdadera, una realidad de mentira que sirva para los medios afines y para los forofos. Entre esos actores ya se ha situado Monedero, y actúa igual que ellos.


                Por cierto, que en la prolija introducción de su exposición echó buena parte de la culpa de sus males a la persecución que ha estado sufriendo por quienes forman parte del “Régimen del 78”. Lo dijo así, como si hablara del Ancien régime o del Régimen franquista. Y no puedo dejar de decir que me dolió. Son muchos los que lucharon para que fuera posible la Constitución del 78, y gracias a ellos, y a la sociedad que superó el trauma de la dictadura y la tradición de enfrentamientos que ha habido en la Historia de España, Monedero puede dar clases en una universidad española y decir en ella lo que mejor le apetezca. Es más, gracias a ese régimen, Monedero puede situarse en el patio de butacas y repartir pitos y tomates sin consecuencia alguna, y, lo mejor de todo, gracias a ese régimen puede subirse al escenario y cambiar de una vez el papel de los actores, ese que por esta vez al menos ha seguido desempeñando como los demás, como aquellos a los que critica.

jueves, 19 de febrero de 2015

Democracia y Justicia (y 3)

Recursos escasos y demagogia

El Estado puede asignar recursos por igual y puede hacerlo de acuerdo con la necesidad (para igualar a los ciudadanos) y de acuerdo con los méritos.

Cuanto más alto es el límite de los recursos que se conceden por igual, más bajo es el de los que se distribuyen atendiendo a la necesidad o a los méritos, si los recursos afectados son escasos o de suma cero. O por decirlo de otra forma, si un dinero equis se adjudica asignando por igual mucha cantidad a cada uno de los interesados, queda muy poco para repartirlo atendiendo a criterios diversos.

Dado que la justicia conmutativa distribuye recursos por entender que existe una dignidad idéntica en sus perceptores, la asignación de recursos iguales tiene una marcha atrás muy difícil, pues el beneficiario entiende que se le dan por lo que es y no por lo hace o deja de hacer. Es más, la sociedad en su conjunto piensa que los recursos repartidos por igual son conquistas sociales y adapta a ellos sus valores. Por eso, cuando hay una situación de crisis económica grave y los gobernantes deben dar marcha atrás en la adjudicación igual de recursos, no se enfrentan tanto a un problema de índole económica (pues saben lo que tienen que hacer) como a un verdadero cambio social.

En las democracias, los políticos tienden naturalmente a hacerse querer por el electorado antes que a administrar con rigor los recursos escasos, pues siempre están a expensas del voto de los beneficiarios del reparto, por cuyo afecto compiten. El que recibe los recursos escasos no sólo cree que se han consolidado los bienes y derechos que se le han otorgado de manera conmutativa, sino que demanda más u otros, ya que ningún sacrificio le ha costado merecerlos. El político que reparte los bienes y derechos, y más aún el que aspira a repartirlos (a gobernar), está continuamente dispuesto a satisfacer esas peticiones, o incluso a otorgar derechos no reclamados, para ganarse el aprecio de quien ostenta la facultad de situarlo en el Gobierno o en la oposición.

martes, 17 de febrero de 2015

Democracia y justicia (2)

Igualdad y mérito

Según la doctrina filosófica, justicia conmutativa es, en esencia, dar a todos por igual, mientras que justicia distributiva es, también en esencia, dar a cada uno de acuerdo con sus méritos. Tradicionalmente, la idea conmutativa de la justicia se ha aplicado a los pactos, en los cuales se genera un intercambio igual de derechos y obligaciones, en tanto que la justicia distributiva se ha aplicado a la distribución de bienes y derechos en la sociedad y al veredicto de los jueces, que deben valorar las diferencias de comportamiento.

Todos los derechos que se reparten afectan al desarrollo social y económico de un país y, en consecuencia, a su sistema de asignación de recursos. Ahora bien, hay unos derechos políticos, sociales o culturales, como el sufragio, en los que el beneficio de unos no supone directamente perjuicio para otros, y hay unos derechos de índole económica o suma cero, en los que se distribuyen recursos escasos, de manera que lo que gana uno lo pierde otro.

La Democracia ha tendido progresivamente a la asignación conmutativa de los bienes y derechos gracias a que el impulso de los progresistas ha sido asumido poco a poco por los conservadores. La consideración del ser humano como sujeto de derechos iguales, con independencia de su naturaleza y circunstancias, se ha ido afirmando en el ideario colectivo y en las leyes a medida que crecía la conciencia de los mínimos que merecía la dignidad humana. Los derechos de los presos, por muchos delitos de sangre que hubieran cometido, y la atención social hacia los que no contribuyen a las cargas o incluso hacia los contrarios al sistema, son ejemplos de la concepción igualitaria de las democracias modernas, verdaderos Estados Sociales de Derecho, que van más allá de la mera igualdad en el sufragio o de la pretensión de igualdad en el salario.


La elevación del punto de partida de la dignidad humana ha producido, no obstante, algunas situaciones inconvenientes que afectan a la concepción distributiva de la justicia, en las que no se diferencian suficientemente (ni se valoran) los distintos papeles que asumen los sujetos implicados. Así, el incremento de los derechos de los delincuentes, a los que frecuentemente se considera víctimas del sistema, ha supuesto una merma de la estimación social de las víctimas de esos delincuentes, a quienes se ve como parte del régimen que alienta los comportamientos delictivos. Y así, en algunos países, como España, el sistema educativo ha sido diseñado para elevar el nivel básico de todos los alumnos, lo que ha provocado la disminución del nivel superior y del nivel medio y la desmotivación de los mejores estudiantes, que ni han visto recompensado su esfuerzo ni han podido llevar hasta su límite las potencialidades de que disponían, con el consiguiente empobrecimiento de la sociedad.

(Continuará) 

domingo, 15 de febrero de 2015

Democracia y justicia (1)



Igualdad y desigualdad:

Las pequeñas sociedades tribales del origen de la humanidad tenían como valor natural la igualdad entre sus individuos, pero en cuanto las sociedades empezaron a relacionarse con otras y descubrieron la desigualdad entre los seres humanos, establecieron como norma la igualdad entre los iguales y la desigualdad entre los desiguales. Esa norma fue tomada por las democracias antiguas, prosiguió cuando desaparecieron las democracias y fue adoptada por las democracias modernas, aunque en el ideario de las mismas se mostraba la igualdad como uno de sus principios fundamentales.


Por ejemplo, la forma más aberrante de la desigualdad, la esclavitud, fue considerada como algo natural por Aristóteles y persistió en los Estados democráticos hasta bien avanzado el siglo XIX. El sufragio censitario, que negaba el derecho del voto por los motivos más diversos (como no contribuir a los gastos del Estado, lo que de hecho suponía reservárselo a las clases altas, o a los que no sabían leer y escribir, lo que, como ocurrió en Estados Unidos hasta 1965, era tanto como negárselo a los negros), ha sido un recurso ordinario para los que propugnaban la desigualdad entre desiguales. Y la negación del voto a las mujeres ha persistido hasta épocas muy recientes en algunos países democráticos, como en Suiza, donde no pudieron ejercerlo a nivel federal sino hasta 1971, dado que la norma que establecía la igualdad era rechazada por el cuerpo electoral, constituido sólo por hombres, en una institución tan aparentemente democrática como el referéndum. 


La historia de las democracias es la historia de la conquista de la igualdad de los seres humanos hasta más allá de la desigualdad que se da entre ellos, sea esta por razones de sexo, de raza, de religión, de poder económico, de educación o, entre otras, de la inclinación sexual de los individuos. Esa conquista ha resultado muy difícil porque tras la desigualdad se oculta el poder, el miedo al diferente y la superstición. La relación desigualdad/igualdad ha sido la causa necesaria de las revoluciones (la aspiración del Tercer Estado frente al Primero y Segundo en la Revolución Francesa de 1789 o la del proletariado frente a la clase dominante en la Revolución Rusa de 1917) y de las fricciones más importantes entre las múltiples tendencias políticas de una sociedad estable.


Porque, usualmente, la divergencia básica entre los diferentes movimientos políticos no rupturistas es la que separa a los que desean progresar en la igualdad de los que quieren mantener el statu quo existente. Ese es, también hoy, el principal signo de distinción entre los llamados progresistas y los denominados conservadores. O, quizá, lo sea hoy más que nunca, dada la convergencia que los modelos políticos actuales tienen hacia el estándar económico intervencionista, de raíz socialdemócrata.


El laicismo o la confesionalidad, el estatuto personal de los inmigrantes y el matrimonio de los homosexuales son ejemplos actuales de fricciones entre los progresistas y los conservadores que tienen como origen último la pugna entre la igualdad y la desigualdad.

(Continuará)