sábado, 31 de enero de 2015

Vivir como los ricos (sin serlo)



Todos tenemos derecho a recibir una educación de calidad, a recibir una sanidad de calidad y a recibir unas pensiones de calidad, entre otras muchas prestaciones de calidad.


Todos los seres humanos tenemos derecho a vivir como los daneses o los noruegos, pongo por ejemplo, o incluso mejor. Cuando digo todos los seres humanos no digo solo los alemanes, que las reciben de una forma parecida, o los españoles (todos los españoles, remarco), sino también todos los griegos. Y añado que también tienen ese derecho todos los habitantes de la República Democrática del Congo y todos los de Haití, por citar solo dos ejemplos.


Independientemente de que en todas partes haya diferencias entre ricos y pobres, parece evidente que en unos países son más grandes que en otras, y parece evidente que unas sociedades están mejor gestionadas que otras. Quizá la diferencia entre la calidad de los derechos que asisten a todos los congoleños y a todos los daneses no sea sólo la gestión, pero sí parece serlo la diferencia entre la calidad de los derechos que tienen los daneses y la que tienen los griegos.


                Si fuera posible gastar indefinidamente lo que no se tiene, todos viviríamos como los daneses. Eso debería saberlo cualquier honrado padre de familia.


                Todas las economías son parecidas, la estatal y la familiar, aunque una tenga la facultad de imprimir billetes y otra no. No hace falta ir a la facultad para saber de economía, como nos demuestran a diario quienes deben llegar a fin de mes con un sueldo de miseria. Por muchos teoremas que se aprendan en la facultad de Económicas, la economía no es una ciencia matemática (natural), sino social, y se aprende con la experiencia del día a día. Su mayor teorema es el sentido común. Si se aplica el sentido común, se gestiona bien. Si no se aplica el sentido común, se gestiona mal.


                Si un padre de familia cree que puede vivir indefinidamente tan bien como su vecino por el mero hecho de gastar dinero prestado, se equivoca. Podrá gastarse dinero prestado para invertir en educación o en un negocio, porque ese dinero generará riqueza si está bien gestionado, pero no para irse de vacaciones una y otra vez o para tener tantas teles como le apetezca.


                Si fuera posible gastar indefinidamente lo que no se tiene -insisto–, imprimiendo billetes o pidiendo dinero prestado, todos viviríamos como los daneses. Y no sólo los españoles o los griegos, también vivirían todos los congoleños y todos los haitianos y con ellos todos los habitantes del mundo. Lo malo del dinero es la riqueza de un país es la que es, por más billetes que imprima el banco central, y que los préstamos hay que devolverlos, porque de lo contrario no te vuelven a prestar.


                Como el sentido común dice que la solución está en gestionar mejor, no acabo de entender a esos que quieren liderarnos prometiéndonos el oro y el moro sin gestionar mejor, sin apenas sacrificios y sin aumentar la riqueza. Ni entiendo a quienes los escuchan. ¿Es que ellos mismos no han aprendido de la gestión de su casa? ¿Creen, de veras, que todo se solucionaría apretando las tuercas de los ricos, dejando de pagar las deudas e imprimiendo billetes?

miércoles, 28 de enero de 2015

¿En interés de quién?



El referéndum parece la quintaesencia de la democracia, porque supuestamente el pueblo decide sobre un asunto concreto que le afecta directamente, como si lo hiciera en asamblea*. Al pueblo, sin embargo, nunca se le pregunta si quiere pagar más impuestos o menos, ni se le pregunta si quiere hacer una guerra o no. Normalmente, nunca se le pregunta en democracia sobre lo que le interesa de veras, sino sobre lo que le interesa a los que promueven la consulta. Entonces, la participación suele ser minoritaria, cuando no testimonial, aunque los que defendieron el proceso participativo lo presenten como un éxito sin paliativos. La “consulta” del 9N en Cataluña, el referéndum para la modificación del Estatuto de Autonomía de Andalucía o el “sondeo” sobre la apertura al tráfico de la calle Mayor de Pozoblanco caen –con sus diferencias– dentro de esta categoría.


                Hace unos días, Izquierda Unida de Andalucía habló de consultar a las bases para ver si confirmaban el pacto de gobierno con el PSOE, es decir, pensó que podrían hacerse las cosas al revés, pues normalmente son las bases las que eligen a sus dirigentes, quienes luego deciden si es necesario pactar y, en su caso, con quién lo hacen y con quién no. No en vano, son los dirigentes los que conocen toda la información (la pública y la reservada), los que pueden flexibilizar los programas (en todo pacto hay cesiones) y los que, finalmente, deben responsabilizarse de la gestión del partido, no las bases. Dicho de otra forma: los dirigentes de Izquierda Unida habían formalizado un pacto de legislatura con el PSOE, pero pensaron que podían utilizar a las bases para meter presión a su socio de gobierno y, de paso, para aparecer como la quintaesencia de la democracia, ahora que tanto se llevan las asambleas, las consultas y los referéndums.


                La Presidenta de la Junta de Andalucía se tomó mal la amenaza de consulta. O eso ha dicho. Por cierto, no era ella la candidata del PSOE a Presidente la última vez que los andaluces fueron a votar. 


Aunque el Estatuto de Autonomía expresa claramente que son los parlamentarios, y no los andaluces, los que eligen al Presidente de la Junta de Andalucía, los andaluces fueron a votar con la creencia de que el candidato del PSOE a Presidente era José Antonio Griñán, no ella, igual que irán a votar el día 22 de marzo con la creencia de que será ella la candidata a Presidente de la Junta, y no el que ocupa el segundo puesto de la lista por Sevilla. Cuando dimitió Griñán, Susana Díaz pudo haber apelado a la voluntad de los andaluces, pero apeló al Estatuto de Autonomía y no hubo elecciones.


                A los andaluces ha apelado ahora, que sus socios de gobierno amenazaban con consultar a sus bases. Antes que sean las bases de Izquierda Unida las que decidan sobre la estabilidad del gobierno, que esa decisión recaiga sobre los andaluces, ha venido a decir Susana Díaz. Y ese ahora tiene carácter inmediato, tanto que las elecciones autonómicas serán dos meses antes de las municipales.


En un país como España, en el que las elecciones catalanas, y las vascas, y las gallegas, y las andaluzas, y el resto de las autonómicas y las municipales, y las europeas, y las generales, y los referéndums, y las “consultas”, afectan a todos los ciudadanos del Estado, estén o no estén llamados a votar, la acumulación de campañas electorales, con sus promesas y sus batallas y sus subsiguientes expectativas defraudadas, está ocasionando en la ciudadanía un cansancio que ya es hartazgo, con el peligro que supone que esos ciudadanos hartos no se vuelvan contra quienes los utilizan para justificar sus decisiones, sino contra el sistema mismo.


                La Presidenta de la Junta de Andalucía podía haber convocado elecciones autonómicas para el mismo día que se celebrarán las municipales, como ocurrirá en trece de las diecisiete comunidades autónomas españolas, pero las ha convocado ahora, para ya, invocando el interés de los andaluces. No parece, sin embargo, que a los andaluces nos interese mucho ir a votar dos veces en dos meses cuando podemos hacerlo en un solo acto, como va a pasar en la mayor parte de España. Ni parece que nos interese mucho gastarnos el dinero que eso supone, ni mucho menos parece que nos interese sufrir (el verbo está puesto a propósito) dos campañas electorales en dos meses. Es más, ni nos interesa ni nos lo merecemos. Tiene que haber otro interés distinto. Y si no es el interés de los andaluces, no creo que sea el interés de los partidos de la oposición al Gobierno. Tiene que ser el interés de quien tenía la potestad para hacerlo.


Si Susana Díaz ha convocado elecciones ya en lugar de hacerlo dentro de dos meses es porque le interesa a su partido. Así de simple y así de claro. Porque cree que su partido tiene ahora una ventaja sobre el resto de partidos que no tendrá cuando se celebren las municipales. Como es un interés legal y legítimo, debía decirlo así, valientemente, en lugar de esconder su decisión tras el interés de los andaluces.


Otra cosa es que esa ventaja que supone Susana Díaz cuaje luego en las urnas. Y no es lo único que está por ver. También está por ver ese compromiso para cuatro años con Andalucía del que tanto habla.

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* Votar es imprescindible, por supuesto, pero no cuenta tanto la votación como la calidad de la votación. La calidad de la votación sí es la medida de la democracia. Y la calidad de la votación se demuestra de muchas formas. Por ejemplo, no parece de muy buena calidad una votación en la que el presidente de una mesa electoral es el principal instigador de una de las alternativas del proceso participativo, como hizo Oriol Junqueras en la “consulta” del pasado 9N. Tampoco parece de muy buena calidad una votación en la que una parte de la población decidirá sobre los derechos de otra, como ocurrió parcialmente en Suiza hasta 1971 (hasta entonces, cuando le preguntaban a todos los que tenían derecho a voto, los hombres, si las mujeres debían gozar de ese derecho, siempre salía que no). Ni parece de muy buena calidad una votación en la que los medios de comunicación públicos se ponen al servicio de la propuesta oficial (y aquí no pongo ejemplos para no abrumar al lector, porque hay muchísimos).
 

miércoles, 14 de enero de 2015

La ceguera



Mi mujer me dice que ronco, pero yo no me lo creo, o por lo menos no creo que sea tanto como dice. La semana pasada he tenido ocasión de viajar con Juan y compartir la habitación con él y he podido observar que está en el mismo error que su madre. También él cree que ronco. “No sé cómo mamá puede dormir contigo”, me ha asegurado. En realidad, todos los que me rodean creen que ronco mucho, pero resulta evidente que todos ellos me engañan, que todos están confundidos. ¿Quién lo va a saber mejor que yo, que soy el que más cerca está de mí mismo en todas las ocasiones? Te voy a grabar para que veas que no te miento y, entonces, ya no podrás decir que no roncas, me ha revelado Juan. Pero si eso ocurre, yo no sabré si es a mí o a otro a quien ha grabado, pues cuando lo haga yo estaré dormido. Es muy probable que grabe a otro que ronca de verdad y que me haga escuchar la grabación mientras me dice: “¿Ves? ¿Roncas o no roncas?”.


            El viaje a que me he referido ha transcurrido en parte por Francia y ha coincidido con los asesinatos realizados por islamistas radicales en París. No sé por qué mientras estaba leyendo las noticias protagonizadas por esos fanáticos me acordé de lo equivocada que está la gente con mis ronquidos. Algo en mi mente asoció de inmediato la creencia que tenían ellos de que estaban haciendo algo memorable con la creencia que tengo yo de que no ronco. Por extraño que parezca, entre su fe ciega en un ser superior al que querían vengar y mi fe ciega en que no ronco debe haber algo en común, seguramente. ¿Será la ceguera?
Detrás de mí, la sede del periódico La voix du nord, en la Grand Place de Lille

            Cuando estudiaba Filosofía, una de las corrientes que más me llamó la atención fue la del solipsismo. Recuerdo que me pareció curiosa e infantil. Para los que creían en ella –según yo entendí entonces–, el mundo existe porque existimos nosotros. Es como si existiera mientras lo estamos viendo y dejara de existir cuando cerramos los ojos. El solipsismo tiene muchos seguidores entre los niños, que se tapan con las mantas para que no se los lleve el coco, pero también tiene muchos seguidores entre los adultos, aunque ellos no lo crean. De hecho, a la escultura que representa a un mono tapándose la boca, a otro tapándose los oídos y a otro tapándose los ojos se la denomina comúnmente “los tres monos sabios”, como si esos monos fueran un ejemplo a seguir.


            Aunque ellos no lo sepan, son muchos los seguidores del solipsismo. En general, lo son todos los que solo ven a través de la fe, que siempre es su fe y de nadie más. Y son seguidores del solipsismo lo que no tienen fe alguna, pero no tienen más razón que la suya, pues cierran sistemáticamente los ojos a la razón del otro.


            Y por una ley natural, porque son más y entre ellos los habrá más inteligentes, suele ocurrir que la verdad (llámese fe o razón) está más en lado de los otros que en el nuestro. Es una mera regla estadística. Bien pensado, es lo más lógico del mundo. Pero para llegar a esa conclusión hay que pararse a pensar, claro. Y pensar, lo que se dice pensar, pensamos poco, casi nada. Nos dejamos seducir, nos dejamos convencer, nos dejamos educar y seguimos al que lleva el cencerro o al que nos da la pedrada más certera con la creencia de que vamos por nuestra voluntad, porque así es como somos o porque eso es lo que creemos, cuando la realidad es que somos como otros han querido que seamos y tenemos la fe que otros nos han inculcado.


            Ese subjetivismo extremo que es el solipsismo también afecta a la sociedad. No en vano, muchos de los que siguen una misma fe quieren que toda la sociedad se rija por las reglas de esa fe, como si no hubiera otros con derecho a ir por libre, es decir, quieren que las leyes civiles coincidan con las leyes religiosas, que siempre son las leyes de su propia religión. Es como si cuando abrieran los ojos no vieran más que lo ven cuando los tienen cerrados, esto es, su propio pensamiento y las reglas que lo rigen. Algo parecido a lo que me pasa a mí con los ronquidos, que ni me doy cuenta del ruido que hago cuando duermo ni quiero reconocer que los demás puedan tener razón cuando me lo hacen saber.


            Un mundo en el que los que roncan niegan sus sonidos es un mundo estúpido, pero no es peligroso. Lo peligroso (además de estúpido) en cerrar los ojos a la fe del otro, a la razón del otro. Malo es que anden por ahí creyentes fanáticos asesinando en nombre de Dios, pero sería peor contraponer a ese fanatismo cualquier otro fanatismo nuestro. Sería como volver todos a la Edad Media. La solución nunca puede estar en la ceguera. Si a su fanatismo contraponemos el nuestro, sería como si ellos y nosotros anduviéramos por ahí con los ojos vendados y una pistola en la mano.


            Nuestra fuerza no está en que seamos capaces de dar una respuesta superior en sentido contrario, sino en dar una respuesta distinta, con los ojos abiertos. La solución no puede estar en poner fronteras en los territorios, en las razas, en los sexos, en las religiones, sino en todo lo contrario, en borrarlas. La solución no puede ser sentirnos más iguales a la persona que habla como nosotros, que es de nuestro pueblo, de nuestro sexo, de nuestra raza y de nuestra religión, sino sentirnos más identificados con las personas que son buenas. ¿Es eso buenismo, es candidez, es ignorancia? Tal vez lo sea si lo aplicamos a todo el mundo, pero no lo es si lo aplicamos a las personas que nos rodean. Hay quien prefiere a un asesino de los nuestros antes que a uno cualquiera de los otros. Yo no. Yo prefiero a uno de los otros, sea el que sea, si el de los otros es una buena persona y no lo es el que es de mi raza, de mi patria o de mi religión.