martes, 30 de abril de 2013

Por el gusto de saber



                “No preguntes por saber que el tiempo te lo dirá, que no hay cosa más bonita que saber sin preguntar”, expresa uno de los dichos españoles más tontos que conozco, porque la experiencia se amasa a fuerza de hacer y de errar, de conocer y reconocer, de aprender y desaprender, de viajar, de sentir, de emocionarse, de gozar y de sufrir, porque, en fin, no enseña el tiempo, sino el tiempo bien gestionado, porque la vida por sí misma enseña lo justo y lo justo no debe ser nunca suficiente para los seres humanos, que tenemos las mismas pretensiones emocionales e intelectuales que los dioses. Estudiar por el gusto de saber es uno de los mayores placeres de que pueden gozar una persona, como lo es preguntar a quien sabe más que tú y oír de sus labios una explicación bien articulada.

Esta página se llama “Tratado de lo que ignoro” porque podría escribir varios volúmenes sobre lo que me gustaría saber y no sé, sobre lo que me gustaría hacer y no hago, sobre lo que quisiera explicar y no puedo. El conocimiento es el descodificador del alma, de las propias y de las ajenas, y hay quienes saben lo que sienten y quienes no lo saben, y quienes saben lo que sienten los otros y quienes lo ignoran por completo, y hay quienes se preguntan qué es lo que está pasando a su alrededor y no se conforman con la primera respuesta y quienes responden con absoluta certeza a todas las preguntas sin haberse antes cuestionado nada.
  El conocimiento es, también, el descodificador de los sentidos. Oír, ver, oler, palpar y degustar adquiere su verdadera dimensión cuando se es consciente de lo que se está sintiendo. El oído educado siente más la música, como siente más perfumes el olfato cultivado y más sabores el gusto del gastrónomo. Cuando salgo al campo, me gustaría saber de pájaros, para disfrutar identificándolos por sus colores y sus trinos. Ante la visión de la noche estrellada, me gustaría saber de astronomía. Y me gustaría saber de música, para entender buena parte de lo que llega a mis oídos. Y de pintura. Y de poesía.
             No soy el único de mis compañeros de marcha al que le gustaría saber más. José Luis se presentó el pasado domingo con el libro sobre las flores vasculares de Los Pedroches y él sobre todo, pero también Rafael y yo, nos entretuvimos durante la marcha intentando catalogar algunos de los muchos ejemplares que por estas fechas adornan los campos de esta tierra. Como no anduvimos demasiado y nos encontramos con caminos cortados, no doy un plano del recorrido que hicimos.  Diré, no obstante, que, finalmente, dejamos el coche en el llano que hay junto al puente que la carretera de Pozoblanco a Villaharta (CO-6410) tiene sobre el Cuzna y que anduvimos contra el sentido de la corriente por el margen derecho del río.  
Las ramas secas encajadas muestran la altura a la que llegó el agua
             Aquí, de siempre ha habido una vereda bien dibujada por la que no era difícil caminar. Este año, sin embargo, una hierba altísima ha tomado posesión de todo y las más de las veces el caminante debe ir campo a través, como quien dice, y probar aquí y allá para ver cuál es la senda que debe seguir, que unas veces es alguno de los ramales secos del río y otras, en cambio, es la parte más baja de la falda de la montaña, que por ser de pizarra es muy frágil y escurridiza y, en consecuencia, conlleva algo de peligro.
             Lo procedente es ir despacio, tanto por lo dificultoso de los pasos como por lo bello del lugar. Ir despacio y asomarse a las mismas charcas donde cuando era niño vi los primeros barbos que recuerdo y me bañé cuando era adolescente. Ir despacio y pararse a oír los cantos de los pájaros, e incluso a buscarlos entre las hojas de un árbol. Ir despacio para observar las huellas que las últimas riadas han dejado en los árboles de la ribera. Ir despacio para contemplar esa suerte de nevada que pintan las flores de las jaras en el monte del otro lado del río. Ir despacio para buscar el encuadre perfecto de una fotografía. E ir despacio para abrir el mencionado libro sobre las flores e intentar catalogar algunas, labor que no es tan fácil como podría suponerse, dada la enorme diversidad que hay y lo parecidas que son entre sí muchas de ellas.
             Para salvar dos kilómetros en línea recta, el Cuzna recorre por esta zona más de ocho, lo que puede dar una idea de las vueltas y revueltas que da entre los cerros. Subir por alguno de ellos es una labor complicada, pero que tiene su compensación. Nosotros lo hicimos y, bajo la amenaza de una lluvia que no llegó a consolidarse, pudimos otear el horizonte, en silencio y de pie primero y, luego, mientras dábamos buena cuenta de unos cuantos trozos de queso, sentados y en amigable conversación.

           (El libro mencionado es  "Flora vascular de Los Pedroches", de  Pedro López Nieves, Emilio Laguna Lumbreras, Antonio María Cabrera Calero, Pedro López Bravo, Claudio Rodríguez Rodríguez y Juan García Sánchez).
 

sábado, 27 de abril de 2013

La influencia de un solo comunicador sobre una masa ingente



Cuando una persona sintoniza fácilmente con las masas, singularmente si actúa en directo ante ellas, decimos que es un gran comunicador. Esa sintonización es intelectual y emocional y conlleva que el mensaje sea rápidamente captado y asimilado por el receptor. Para que ello ocurra, los receptores deben entender como propio el mensaje que les llega, esto es, deben admitir que la idea clara y sistematizada que manda el comunicador estaba ya dentro de ellos, aunque en su interior se manifestaba borrosa y revuelta. 
 La credibilidad del comunicador radica precisamente en la suposición de que no transmite ideas propias, sino que ordena e ilumina las personales de quienes lo escuchan, que al ser una masa de gente son ideas compartidas, sencillas y de puro sentido común. La persona que escucha al comunicador siente por ello la emoción inmensa del que se descubre a sí mismo. Siente, además, la emoción de quien es comprendido por un espíritu ajeno, lo que significa compartir con él algo tan abstracto y subjetivo como es la visión del mundo y, tal vez, un destino idéntico. Y siente, por último, la emoción de quien forma parte de un grupo que comparte ideas y sentimientos.
Son muchas emociones juntas como para no resultar peligrosas si el comunicador no se circunscribe a aclarar lo que estaba oscuro y a ordenar lo que se hallaba mezclado o disperso. El comunicador que empatiza a placer con los espíritus de sus seguidores puede armar con los elementos que encuentra en las almas ajenas ideas distintas a las que pretenderían sus poseedores, quienes seguirán asumiéndolas como propias porque reconocen como suyos los materiales que las conforman y porque le han otorgado al comunicador el beneficio de la certeza. 
 Y es mucho poder sin control ajeno en manos de una sola persona como para que esta no acabe sucumbiendo a los defectos de los dioses, especialmente a la soberbia. Y si los seres humanos son utilizados por los dioses para sus fines privativos, como piezas de ajedrez en aquellos dos magistrales sonetos de Borges (aquí o aquí), nada impide que el comunicador maneje a sus seguidores para dar rienda suelta a sus demonios. 


  (Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha)


martes, 23 de abril de 2013

Sin oficio ni beneficio



                Ya he hablado en otras ocasiones de lo que evocan las ruinas, cuya representación más palpable en nuestra zona son las aldeas mineras abandonadas. A una de ellas, El Soldado, voy de vez en cuando por el valor estético que tienen, por lo accesibles que están y por lo que me suponen de recuerdos personales, a los que –quienes me leen lo saben– no trato con nostalgia casi nunca, y esta no es una excepción. 
                 El pasado domingo nosotros hicimos una ruta circular de unos diez kilómetros prácticamente llanos que parte de Villanueva del Duque y, tras pasar por El Soldado, vuelve a Villanueva del Duque, por lo que es muy fácil y está al alcance casi de cualquiera. Para ello, dejamos el coche en la calle San Blas, que es la primera a la izquierda si entras desde Pozoblanco, y tras seguir por la calle Luna, enseguida tomamos el camino asfaltado que lleva hasta la ermita de San Gregorio, una pequeña cuesta que se asciende cuando las fuerzas están intactas y con el sumo placer de ir descubriendo poco a poco a Villanueva del Duque, que aparece a la derecha o sobre los campos sembrados de cereales o entre las espaciadas copas de unos olivos de exigua fronda. 
                 Los ruedos de la ermita de San Gregorio tienen un mirador hacia el Norte desde el que se divisa buena parte de Los Pedroches y de las sierras que le ponen límite por el Noroeste, ya en las provincias de Ciudad Real y Badajoz. También tienen varios arriates con flores, unos cuantos bancos y una cruz de piedra. La cruz es prácticamente lo único que queda de lo original de aquel lugar, pues la ermita estuvo en ruinas hasta que fue reconstruida a principios de los años 90 del pasado siglo. Todo el espacio está limpio y muy bien cuidado, se nota que es querido por los vecinos y se intuye (no me atrevo a decir más) que es respetado por los delincuentes y por los gamberros, que tienen otros lugares más alejados donde dejar las huellas de sus vilezas, como luego veremos.
                 El itinerario que seguimos nosotros baja levemente de cota enseguida, con lo que se pierde la vista del valle, y toma a continuación la primera desviación a la derecha. Los campos son aquí de pizarra, grises y ásperos, y tienen una escasa arboleda de encinas, pero en primavera (y más en una primavera como esta) están alfombrados con hierba y con flores, y al caminante le es grato andar sin sombrero, con la vista al frente, hacia Peñaladrones, que destaca entre la cuerda de montañas del sur, o detenerse a hacer fotografías, como hice yo con toda suerte de flores y con unas babosas que intentaban cruzar el camino y, tal vez sorprendidas por lo largo y árido de su viaje, se volvían a mitad de ruta hacia la cuneta de la que habían partido.
                Pasados unos tres kilómetros, frente a una pequeña edificación, el caminante debe virar 90 grados a la izquierda para tomar la senda por la que discurría antes la vía del tren que unía Puertollano-San Quintín con Fuente del Arco, en lugar de seguir adelante por el camino que los planos llaman del Cerro de los Mochuelos. La plataforma del ferrocarril, ahora reconvertida en camino, deja a la izquierda toda el área de ruinas de El Soldado, cuyo elemento más visible es una montaña de escorias impresionante, que aquel día dominaba el paisaje tras un campo de cebada a medio germinar. Aunque quizá el elemento más emblemático del entorno es la estación del ferrocarril, que fue rehabilitada hace algunos años por el taller de empleo “Semillero de empresas innovadoras”, según un reza un cartel con cinco agujeros (quizá de otras tantas pedradas), y ahora, sin oficio ni beneficio, sufre el mismo destino que los castilletes de las minas y las casas de los ingenieros, es decir, se pudre ante el irremisible embate del tiempo, ya desposeído por los delincuentes de parte de sus puntos de valor, como algunos elementos eléctricos y ornamentales.
                 Sin pensar en el “oficio o el beneficio final” se construyeron en Los Pedroches (en España, en general) una considerable cantidad de edificios públicos cuando todos (Administraciones y ciudadanos) vivíamos del dinero prestado y nos creíamos ricos. Entonces, las Administraciones construían no por el afán de invertir en futuro, sino para llamar la atención (los llamados edificios emblemáticos), para satisfacer necesidades imposibles o no demandadas por los ciudadanos (piscinas cubiertas, estadios deportivos sobredimensionados, aeropuertos…) y para tener a la gente trabajando mientras tanto, como el que cava una zanja y luego la tapa. Hasta los talleres de empleo, que por ser educación (políticas “activas”, en teoría) debían proyectarse mirando al futuro, se han realizado y se realizan todavía casi con el exclusivo fin de tener contratada a la gente durante un largo periodo de tiempo (de darle el pez, como dice el tópico), en lugar de con el objetivo de prepararla para que se busquen la vida (de enseñarla a pescar).
                 El resultado es que tenemos un país con un montón de edificios que se mueren poco a poco y que el dinero que ahora necesitamos para realizar inversiones debemos destinarlo, entre otras cosas, a mantener la descomunal Administración que surgió de aquellos años de fiesta y a pagar los intereses de la deuda, que a pesar de los recortes efectuados subieron durante 2012 unos 400 millones de euros cada día, hasta alcanzar los 882.339 millones de euros.
                 Es primavera y hay flores en el campo, pero qué quieren que les diga, también hay por el campo edificios públicos que se mueren en soledad (“centros de interpretación”, por ejemplo, los hay de todo tipo) y al verlos uno no puede dejar de pensar en los muchos errores que se han cometido y en los muchos que se están cometiendo. Y creo que los amables lectores de esta página prefieren que saque a la luz estas comeduras de coco, aunque me vaya por las ramas de vez en cuando.
                 El caso es que seguimos el camino, que nos detuvimos a ver desde fuera las bonitas edificaciones de la casa rural El Soldado, que tenía varios coches en el patio interior, y que llegamos a la explanada de la ermita de San Gregorio, a cuya vera, sentados en un banco y con la hermosa vista de Villanueva del Duque y de buena parte de Los Pedroches frente a nosotros, nos detuvimos a comer. Era temprano y todavía teníamos todo el domingo por delante. 

sábado, 20 de abril de 2013

Una imagen amable



Los candidatos compiten entre sí para lograr el apoyo de los electores. Como el voto es de titularidad personal y en la decisión personal influyen emociones, sentimientos e intereses diversos, en el ejercicio de esa competencia los candidatos planean la forma de conquistar el ánimo y la razón de los electores atacándolos por todos los puntos posibles con las mismas estrategias que si vendieran un perfume o una moto. Esto es, se buscan eslóganes, se hacen fotografías, se adoptan poses y ademanes y se ponen en práctica múltiples técnicas de imagen asesorados por profesionales de la publicidad, de manera que el resultado final de los comicios es, más que el triunfo de un candidato, el de una campaña publicitaria y, por ende, el de la empresa privada que la diseñó.

Pero en los tiempos modernos la presencia permanente de los políticos en la sala de estar de los hogares ha hecho que su imagen sea determinante en cada momento y, en consecuencia, que la campaña electoral no dure el periodo establecido para ello, sino toda la legislatura, de modo que el Gobierno y la oposición son más que lo uno y lo otro candidatos a seguir ocupando el Gobierno o a alcanzarlo, particularmente en España, donde a causa del complejo régimen territorial las elecciones se suceden en un lado o en otro sin descanso. 
 Para dar siempre una buena imagen, nada mejor que contar con una televisión propia y unos directivos que te deban el puesto. Los políticos lo saben y no vacilan en crear medios de comunicación públicos a pesar de su elevadísimo coste y su más que dudosa consideración como servicio público y ponen a su frente a personal de su confianza, aunque los estatutos del medio y el Parlamento procuren, de forma retórica, la independencia de los órganos ejecutivos.

Los partidos políticos cumplen a rajatabla en las radios y las televisiones públicas los papeles que le adjudican los modelos de conducta, principalmente en las Comunidades Autónomas, donde a veces se cae en las prácticas más cutres.




España gasta muchos cientos de millones de euros al año en sostener televisiones estatales y autonómicas, dinero que sale total o parcialmente de los presupuestos generales de esas entidades públicas, es decir, que se costea por la vía de los impuestos, pues no existe una tasa específica con la que los consumidores ayuden a su mantenimiento.

Según sus defensores, la presencia de esos medios de comunicación se justifica por el servicio público que prestan. No obstante, la mayor parte de su programación se compone de series, películas, retransmisiones deportivas, documentales y concursos que en nada se diferencian de los que se ponen en las televisiones privadas, con las que compiten estrechamente por la audiencia, sin que esta sea consciente cuando visiona un programa de que se halla ante un medio público o uno privado. 

 En verdad, un observador imparcial sólo podría ver alguna discrepancia entre los medios de un tipo y de otro por la atención específica que muy de vez en cuando las televisiones autonómicas dedican a los temas de su Comunidad y por la lengua utilizada. Suponiendo la existencia de una necesidad en las dos cuestiones expuestas, únicamente desde ese punto vista tendría fundamento la creación de una emisora pública. Cuando esta dedica su tiempo a actuar exactamente igual que una emisora privada instituida, no opera como un servicio público, sino como otra cosa, por lo que dado el alto coste de oportunidad que representa su sustentación, el mejor servicio público que prestaría sería desaparecer, al menos durante ese tiempo.

Asimismo, un observador imparcial distinguiría con toda probabilidad un sesgo en favor del partido político gobernante, especialmente en los programas informativos, y más si son de las televisiones autonómicas. Realmente, esa es la clave para el establecimiento de tantos y tantos canales autonómicos. Esa y el esnobismo acomplejado y cateto de no querer ser menos que los otros, por pequeño que se sea.

* Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha.
** Sobre la flora de Los Pedroches, recomiendo encarecidamente el libro "Flora vascular de Los Pedroches", de  Pedro López Nieves, Emilio Laguna Lumbreras, Antonio María Cabrera Calero, Pedro López Bravo, Claudio Rodríguez Rodríguez y Juan García Sánchez